La organización de las jornadas sobre discapacidad y accesibilidad no dejan de ser como una especie de consuelo moral. A través de distintas charlas, exposiciones y vídeos abordamos durante unos días situaciones que nos son ajenas hasta que nos toca vivirlas. Y ahí surge el problema, cuando eso de lo que hablamos deja de ser una cosa desconocida porque ha terminado por salpicarnos, por afectar a nuestras vidas.
Es solo entonces cuando nos damos cuenta de que no, de que Ceuta no es accesible, de que poco se hace por adaptar la vida diaria a situaciones en las que cualquiera de nosotros nos podemos encontrar en alguna ocasión.
MDyC habla de “asignatura pendiente”. Y no le falta razón, pero la clave está en si realmente entre todos hacemos algo por forzar cambios.
Sinceramente dudo que lo hagamos porque no dejamos de ser unos pequeños egoístas que vivimos en nuestra parcela de preocupaciones y hablamos de estos asuntos siempre en tercera persona.
Conseguir ser un ejemplo de ciudad accesible es algo más que repartir placas, organizar jornadas de interés o festejar el día estipulado en el calendario. Supone cambiar radicalmente de pensamiento y adaptar una ciudad a situaciones que nos pueden afectar a cualquiera de nosotros.
Hoy la arquitectura de la propia ciudad es contraria a un mínimo de movilidad. Lo grave es que se heredan problemas, se extienden circunstancias marcadas por la irregularidad a las que no se les pone veto. Las conocemos, denuncias hay y suficientes.
Una vez me comentaban que si alguien se propusiera denunciar la pendiente ilegal de muchas vías se tendrían que hacer múltiples proyectos para cambiar zonas convertidas en auténticos puntos negros que comprometen nuestra seguridad. Quizá somos conformistas o, sencillamente, no nos afectan estas situaciones aflorando el egoísmo particular que invade cualquier faceta de nuestras vidas.