Ceuta, miércoles 5 de agosto de 2020. Hoy es el día de la Virgen de África y, por tanto, festivo en Ceuta. Me he levantado temprano, como es habitual en mí, y después de enviar un par de correos urgentes, he preparado mis cosas para salir al encuentro de la naturaleza. El día ha amanecido nuboso, por lo que no merecía la pena madrugar para contemplar el amanecer. En principio tenía previsto acercarme al santuario de San José, pero durante el camino he pensado que sería más interesante explorar la parte alta del valle sagrado. Con este propósito me he dirigido al Monte del Renegado, también conocido como el de la Tortuga por la forma del puesto de mando militar que fue construido en el lugar que ocupó el fuerte del Renegado. Una espesa niebla cubría al llegar toda la parte alta de García Aldave. La visibilidad era bastante reducida, aun así no he desistido de mi objetivo y he echado a andar por el camino que se abre al oeste del monte de la Tortuga.
Tras recorrer unos metros he dado con un camino que conduce hasta el nacimiento del arroyo de San José y, después, he desandado la senda para tomar la pista principal. A partir de un determinado punto la pista adquiere una gran pendiente descendente.
Gracias la lectura de la imagen satélite he identificado un camino que debería llevarme a un claro que ocupa un sector de la vertiente occidental del arroyo en la parte colindante con el santuario. No sin dificultad he logrado encontrar el camino que está muy cerrado. Lo que según la vista cenital debía ser un área despejada de vegetación ahora la ha colonizado una especie similar a la adelfa. He pensado que el final de este estrecho camino era un buen sitio para sentarme a desayunar y escribir.
Este es un lugar recóndito, alejado de la mirada de mis congéneres. Tengo la sensación de que hacía mucho tiempo que nadie pisa este camino. El sentido de la soledad es casi absoluto, aunque no total. Las criaturas del valle sagrado me acompañan. El viento de levante, además de refrescar mi cuerpo, se une al coro de las chicharras para componer la melodía de esta mañana. Las rachas de viento se introducen entre las ramas de los pinos haciendo que suenen al unísono. También lo hacen, a intervalos, los rayos del sol despertando los colores de las hojas de los árboles y los arbustos. El sol hace más acogedor este rincón de la naturaleza ceutí y eleva mi ánimo alicaído por la contemplación del gris de las nubes. Según pasan los minutos me siento más cómodo en este lugar. No tardo mucho en hacer míos los sitios que visito en mis excursiones por la naturaleza. Cada uno de ellos va completando mi mundo interior. Cada perspectiva es distinta y enriquecedora. No hay dos lugares ni dos imágenes idénticas en la naturaleza. Todo está en continua transformación y evolución. Yo mismo voy cambiando según dirijo mi mirada hacia el interior y emprendo el camino que conduce al centro de mi ser. En lo exterior, en la naturaleza, se encuentra la puerta que lleva al templo. La llave que la abra (potesta clavis) es el ardiente deseo de acceder al mundo intermedio y contribuir a la reconstrucción del nuevo templo.
El Anima Mundi sopla sobre Ceuta y contribuye a la liberación del espíritu del lugar para que se una a él y, de este modo, consiga recuperar la concepción sagrada de la naturaleza en el corazón de los hombres y las mujeres. Mi contribución a esta causa es modesta. Mi máxima aspiración es hacer crecer mi cuerpo sutil de luz.
La subida por la empinada cuesta de la pista forestal ha resultado dura, pero no he tenido dificultad en coronarla. A los pocos minutos ya estaba en el coche camino a Benzú donde he parado a tomarme un buen té moruno y una rica pasta. Aquí se está muy bien desayunando en una terraza elevada bañada por el mar y con la imagen del Atlante dormido justo enfrente.
Hoy no se aprecia su silueta al estar cubierta por las nubes. Me sorprende que Ceuta no sea un destino atrayente para los poetas, al margen de quien en esta libreta escribe. Homero fue el primer en sorprenderse por la belleza de este lugar donde “hasta un inmortal se hubiese admirado, sintiendo que se le alegraba el corazón”.
Lentamente las nubes se van disipando, aunque la neblina es difícil que desaparezca del todo. El velo nuboso hace desaparecer de la escena a la costa septentrional del Estrecho de Gibraltar.
Son las 12:00 h de la tarde. No podía dejar de visitar el santuario de la Virgen del Rosario. Una de las primeras cosas que he hecho es una breve estancia en la capilla de los arcángeles y luego me he acercado hasta la hornacina de la Virgen. Recordaba haber visto un par de estampas de la Virgen de África en su interior y las he colocado en un lugar visible como pequeño tributo a la patrona de Ceuta. Hincado de rodillas he orado pidiendo a la Gran Diosa, a Sophia aeterna, a la Virgen de África y a la del Rosario que entren en mi templo. Las puertas están abiertas para ellas. Quiero que iluminen mi sancta sanctorum y que el agua de la vida vuelva a discurrir por este valle sagrado para revitalizar Ceuta y a las personas que la habitan ¡Qué ella sea la luz que nos ilumine y nos conduzca por el valle de Josafat! En este estado de profunda emoción escuchó el sonido de las aguas sagradas discurrir a mi lado, a pesar de que el cauce del arroyo permanece totalmente seco.
Yo soy un simple guardián del templo exterior. Mi misión es que el templo regrese a la confluencia de los dos mares. Deseo que al igual que yo he abierto las puertas de mi templo interior se abran para mí las del templo exterior. La Ceuta imaginal se está reconfigurando para mostrar un paisaje sagrado marcado por hitos de una geografía sagrada que han sido borrada por el paso del tiempo y la ceguera de los hombres y las mujeres. Yo paseo por ella y percibo su sacralidad, su santidad y su sabiduría. Lo hago desde el convencimiento de estar pisando tierra sagrada, como hasta hace poco lo estaban los musulmanes que al entrar en Ceuta se descalzaban antes de pisar este lugar. El respeto a lo sagrado, y no hay nada más sagrado que la vida y sus manifestaciones en la naturaleza, es fundamental para la supervivencia de la especie humana.
En el extremo de Occidente, donde me encuentro, la materialización de la luz divina es más fuerte. Muchos héroes han venido hasta aquí para liberarla, beneficiarse de su poder revitalizador y su capacidad de iluminar el pensamiento. La nostalgia de nuestro hogar celestial se nota con mayor intensidad en este sitio y uno se siente un exiliado en Occidente, como Shoravardi o Abraham. Este sentimiento nos anima a prepararnos para el camino de vuelta alimentando y nutriendo nuestro cuerpo sutil a través de nuestros pensamientos y acciones. Mientras que esto sucede, la nostalgia del paraíso (Mircea Eliade) es un acicate para reproducirlo en la tierra y mediante esta labor logramos acrecentar y reforzar nuestra alama para hacerla merecedora de regresa a nuestra patria eterna. El mundo imaginal que cada uno de nosotros en el plano sensible será el que disfrutemos en el plano celestial. Los guardianes del templo mantenemos viva a Sophia aeterna en nuestros corazones y con la luz que ella nos aporta trabajamos por la reconstrucción del templo. Si lo conseguimos la naturaleza volverá a ser el gran templo que acoja a la Sabiduría Divina. Entonces, y sólo entonces, la fuente del agua de la vida rebrotará y estar tierra dejar de ser baldía.
Escucho un estruendo en el cielo, como si se acercara una tormenta, pero las nubes discurren blancas y a gran velocidad. Al mismo tiempo escucho golpes que proceden de la parte media del santuario, pero no veo a nadie. Llevo casi una hora sentado sobre el tronco de al-Khidr. Quedan apenas cinco minutos para que el reloj marque las 13:00 h. Comienzo el regreso a casa.
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