No se conocen de antes, pero se abrazan. Frente a sus hogares, llenos de barro y entre los restos que ha dejado tras de sí la fuerza del agua, se enciende la compasión. Combaten juntos los destrozos. La sabiduría popular rumorea que las desgracias unen a las personas. Quizá esta sea una de esas ocasiones que pone a prueba y patenta esta teoría. Dina, originaria de Ceuta, es testigo de estos gestos de calidez humana desde que la DANA desoló a la población valenciana de Alfafar.
Esta cooperación desinteresada es el rayo de esperanza que ha arrasado con los efectos de las inundaciones. “Se ayudan. Están codo a codo. Cuando terminan en una casa van a otra. Montan grupos de trabajo”, cuenta. Es lo que más le ha llamado la atención de estos cuatro días fatídicos.
"Me da pena cuando veo a un fallecido o a una señora que no tiene para comer o el niño sin un lugar para dormir"
Ella, guardia civil de profesión, se levanta todos los días para estar a pie de calle. Es, también, una de las afectadas. Reconoce que aún no asume lo que ha ocurrido. “El agua venía y lo arrastraba todo. Lo veía en mis ojos en ese momento, pero mi conciencia… No alcanzaba a ver la magnitud del desastre”, expresa.
“Mi sensación personal que estaba pasando, que al día siguiente no iba a estar y que iba a volver a mi vida normal”, destaca. No sabe decir con certeza cuál ha sido lo más difícil que ha visto en sus últimas horas. “No puedo. O bien no lo he asimilado o bien lo he normalizado. Cuando todo pase lo veré”, reflexiona. “Ahora mismo la cabeza no me da para pensar. Me da pena cuando veo a un fallecido o a una señora que no tiene para comer o un niño sin un lugar para dormir. Todo me encoge el alma. No sabría decir cuál es la situación más grave”, relata.
Desde el minuto uno su rutina se basa en llevar a cabo distintas tareas. El primer día estuvo a cargo de buscar supervivientes para ayudarlos y, en caso de hallar fallecidos, establecer una zona para facilitar las gestiones de levantamiento de cadáveres.
La segunda jornada la dedicó a sanear el cuartel y equiparlo para continuar con su trabajo. “Hubo que vaciar y adecuarlo con electricidad, colocar las transmisiones y el material”, narra. Más allá de sus responsabilidades, esta ceutí se ha involucrado de lleno con los vecinos. Ella y su marido, con quien comparte profesión, tratan de dar su apoyo, en especial, a aquellas personas con dificultades para acceder a lo básico, como, por ejemplo, ancianos sin familiares o personas con movilidad reducida.
"Tengo que organizar mi casa al terminar. Mis hijos están en una pedanía donde los cuidan mis suegros"
“Me llamaron por teléfono. Acarreamos alimentos y agua para los domicilios. Mientras hacíamos el reparto, nos salían avisos para otras cuestiones, para cosas que hacían falta”, explica. Dina habla mientras se prepara para llevar ropa a sus hijos. Sabe que aún volver a su vida de siempre les costará un poco más. “Va a ser un largo periodo. Va a ser una labor de mucho tiempo volver a la normalidad”, incide.
“Además de trabajadora, soy madre y una de las afectadas. Tengo que organizar mi casa al terminar. Mis hijos están en una pedanía donde los cuidan mis suegros”, subraya.
No ha sido fácil reordenar el desastre. “Este sábado es el cuarto día y ha ido lento porque había muchos vehículos y, por tanto, muchas zonas cortadas a las que no se podía acceder. Eso ralentizaba la venida de las grúas para sacarlos porque hasta que no son retirados de la calzada, no se puede trabajar en otros sitios”, relata.
Las vías principales que conectan con Valencia están ya despejadas. “Están tratando de entrar en calles más interiores, pero eso se consigue con más esfuerzo”, detalla. Se vacían también los bajos y el barro de la carretera. “El pueblo está paralizado, pero sí es cierto que hay mucho movimiento de personas que van a la capital andando para comprar”, menciona.
"Este sábado es el cuarto día y ha ido lento porque había muchos vehículos y, por tanto, muchas zonas cortadas a las que no se podía acceder"
“Hay mucho tránsito. Puentes enteros llenos yendo y viniendo. Es para los suministros, lo malo es que las poblaciones cercanas acaban con este porque, al tener miedo de que ocurra lo mismo y se queden sin comida, van y adquieren”, narra. “Es la pescadilla que se muerde la cola”, incide.
El nivel del agua baja. Comienzan a vislumbrar el asfalto y los adoquines. La vorágine en la que están sumidos continúa, pero cada vez es más palpable la luz al final del túnel. Anhelan con volver a la normalidad y, a pesar de las heridas tras la Dana, retomar sus vidas. Las inundaciones han dejado tras de sí daños, algunos permanentes. Sin embargo, Valencia, poco a poco, resurge y remonta ante la adversidad.
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