Categorías: Sucesos y Seguridad

“Abdoul recitaba el Corán mientras moría y no pudimos salvarle”

Varios de los supervivientes del naufragio cuentan los difíciles momentos vividos en el mar, intentando mantenerse a flote junto a la patera y esperando a los servicios de rescate

“Abdoul recitaba el Corán mientras moría. Nosotros no pudimos hacer nada por salvarle”, dice Mamadou con voz tenue mientras recuerda en una conversación con este medio lo vivido apenas 24 horas antes, cuando la patera con la que intentaba llegar a Ceuta con otras once personas se volcaba, uno de sus ocupantes fallecía y otro desaparecía. Su testimonio es clave para poner nombre al fallecido en este naufragio, Abdoul, un joven senegalés de 25 años que perdió la vida intentando conseguir una mejor. “Él sólo quería llegar a España para trabajar y ayudar a su familia”, comenta Mamadou. La patera que naufragó cerca de Ceuta salió a las cinco de la madrugada de Tánger. “Éramos doce y el mar estaba muy mal, había muchas olas, mal tiempo. Primero las olas llenaron la barca de agua y nosotros logramos vaciarla con las manos”, apunta. En aquellos momentos de tensión estuvieron hablando por teléfono con “unos amigos” que se encontraban en Marruecos –se refiere a la oenegé Ca-minando Fronteras–, para pedirles que llamaran “al barco rojo”, refiriéndose a las embarcaciones de Salvamento Marítimo. La pesadilla que estaban viviendo no había terminado ya que después volvió a llenarse de agua la patera “y con una ola más grande volcó” y todos cayeron al agua, recuerda este joven subsahariano. En ese momento entraron en pánico y todos intentaron agarrarse a la embarcación que se encontraba volcada en el mar. “Había dos que no podían llegar. Fuimos a por ellos pero no pudimos”, lamenta con voz tenue. Entonces llegó la embarcación de la Guardia Civil, que auxilió a seis de los subsaharianos, y la Salvamar Atria, de Salvamento Marítimo, que localizó a cuatro más y un quinto sin vida, Abdoul. Del duodécimo pasajero de la patera nada se sabe aún. A Mamadou le quedan ‘huellas’ físicas del naufragio, ya que sufrió una luxación en el hombro izquierdo, por la que tuvo que ser trasladado al Hospital Universitario nada más llegar a tierra. Pero, desgraciadamente, la huella imborrable es psicológica, la de haber visto morir a un compañero. “Rezaré siempre para que descanse en paz”, dice. Balde también viajaba en la patera. Al contrario que Mamadou, él no conocía a Abdoul, le vio por primera vez en la embarcación que naufragó. “Sólo sé que es senegalés y musulmán”, apunta. Del desaparecido puede aportar que “es congoleño y cristiano”. Abdellah tampoco conocía a Abdoul, pero sí quiso compartir su dramática experiencia. “Por las olas, la patera se tumbó y todos caímos al mar. Después comenzamos a nadar pero la playa estaba muy lejos y no podíamos llegar nadando. Entonces nos subimos a la barca, pero otros no pudieron hacerlo. Cuando llegó el barco rojo –la Salvamar Atria– estábamos todos en el agua, y nos rescataron”, comenta este joven subsahariano. “Sentí mucho miedo y en ese momento sólo pensaba en mi familia, en que la quiero. No sabía si iba a morir, pero todos nos pusimos muy contentos cuando vimos aparecer el barco rojo”, añade este guineano de 20 años. Siempre en su memoria Ahora, los diez supervivientes del naufragio comienzan una nueva vida contando con la protección que aporta el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) cuando se acerca el mal tiempo. Ya han tenido que sufrir varios meses las inclemencias meteorológicas en los bosques de Marruecos, donde permanecieron a la espera de dar el paso e intentar llegar a España. Precisamente en estos bosques se conocieron Mamadou y Abdoul, quienes compartieron nueve duros meses en una lucha diaria por la supervivencia. “Abdoul era muy bueno, muy buena persona, y sólo hablaba de llegar a España y poder ayudar a su familia”, recuerda Mamadou. “Íbamos juntos a la carretera para pedir a la gente que pasaba con sus coches que nos dieran agua, comida y algo para aguantar el frío”, añade. Ahora, su próxima meta es llegar a la península y cumplir su sueño, algo que también perseguía su compañero fallecido. “Voy a intentar conseguirlo pensando en él. Siempre me acompañará”, concluye.

El CETI, dulce refugio tras el infierno marroquí

Tras nueve meses en los bosques marroquíes cercanos a la frontera, los diez supervivientes del naufragio del pasado martes descansan en el centro del Jaral. Tienen la mirada triste, y no es para menos, ya que han visto perecer a un joven y a otro desaparecer. Estos diez subsaharianos agradecen a dios que pueden contar lo que vivieron el pasado martes. Ahora, sólo piensan en recuperarse y continuar su ruta para llegar a la península o a otros países de la Unión Europea para emprender una vida nueva.

 

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