Corría el curso 1966-67, y el latín, el terrible e insuperable latín, me había apartado de mis compañeros de curso; de tal manera, que don Manuel Morales -nuestro profesor particular, como se decía entonces- a aquellos muchachos que nos encontrábamos en circunstancias parecidas, habilitó un grupo para preparar las asignaturas pendientes y los grupos de aquella insufrible “Revalida” del Bachiller Elemental; y de paso -como si no tuviésemos suficiente tarea-, preparar algunas asignaturas de quinto curso.
Así, que a la salida de sus clases -que por entonces se situaban en un amplio salón de casa de su madre en la calle General Yagüe, hoy, Alcalde Fructuoso Miaja Sánchez, justo unos portales más abajo del “Whisky a Go-Go”-, junto con mis compañeros Vicente Jiménez y Manuel Quintero, bajamos toda la calle, ascendimos por la verja de los Agustinos, y ya en la calle Real, junto al Banco Hispano Americano, nos abordó un muchacho magrebí, que al verme el libro de Química bajo el brazo, tuvo a bien el pedírmelo para copiar el autor y la editorial que lo publicaba. Un poco sorprendido le cedí el libro de texto, que en su portada gris se anunciaba el nombre de sus autores: Roberto Feo García y José Manuel Izquierdo; y en letras más grandes: QUIMICA 5º CURSO. En páginas interiores repetía esta rotulación y reseñaba: 3ª edición. Año 1962. Y, finalmente, añadía: ES PROPIEDAD. Que en este caso, al nombre de Juani Fortes Castillo, le sumé el mío. Parece increíble, que pasados casi cincuenta años de aquel encuentro casual, que junto a libros como el “Bhagavad Gita”, la auto y biografía del Mahama Gandi y San Francisco de Asís, o el del “Pan desnudo” del rifeño, Mohamed Chukri, de la pequeña biblioteca que hay junto a mi cama, se halle un libro de Química que Abdelkrim tuvo entre sus manos…
Fue la primera vez que intercambié unas palabras con Abdelkrim, luego han seguido otras muchas, en diferentes lugares y situaciones. Pues quién de nosotros, los muchachos de la década de los cincuenta, que crecimos con él, no tiene un pequeño encuentro, una pequeña historia, un nostálgico recuerdo que nos acerque de manera personal a su memoria…
De todos es sabido -mi tía Paquita me lo contó muchas veces- que Abdelkrím, trabajaba en el Mercado de Abastos haciendo recados y ayudando a las mujeres a llevarles la cesta de la compra a sus casas; con esto ganaba unas propinas y aportaba unos dineros a su familia. Y en estos detalles primigenios, que pueden pasar desapercibido, comienza a labrarse el carácter irreductible, yo diría obsesivo, de ayuda a los demás, de generosidad, que siempre le acompañó…
Las gentes que hemos nacido en Ceuta -como ya he mencionado anteriormente- tenemos algo que contar de él; y ahora con su marcha definitiva, esos recuerdos, esos comentarios que todos nos hacemos, corren como la pólvora de boca en boca, haciendo más grande, pongamos, como una montaña gigantesca, la figura y la memoria de Abdelkrím…
Hacía tiempo, concretamente desde que leí en El Faro la iniciativa de Hachuel por poner una calle con su nombre, que deseaba relatar y poner en valor los desvelos y su extrema generosidad con los enfermos de nuestra ciudad. No lo hice, y mis palabras de reconocimiento ya nunca le llegarán… No sé por qué el tiempo transcurre de tal manera que, a veces, deja en el tintero los mejores párrafos que uno deseara escribir… No ha hecho falta, de todas maneras, pues el pueblo de Ceuta, antes de tu marcha ya te ha tributado el más entrañable de los homenajes que pudieran darse, al saberse poseedor de tu cercanía, de tu palabra de alivio, de tu corazón abierto a todo aquel enfermo que te necesitaba…
Algunas veces hemos escrito acerca de estos personajes que el pueblo elige como avatares destacados que alumbraran la cosmogonía de nuestras más puras tradiciones y, se proyectasen como ejemplos que en el devenir, el futuro nos dejara como arquetipos indelebles que nos fueran señalando el camino a seguir… Todas las ciudades tienen personajes destacados que dan renombre a su memoria y a su historia; sin embargo, Ceuta, sin desmerecer a las otras, tiene sus alforjas a tal punto repletas, que harían falta más de mil páginas para ir describiéndolas en ellas…
En este punto siempre me interesó -y puede que a vosotros también- cual es la señal que caracteriza y distingue a estos personajes, y por qué son señalados como avatares y protagonista de los sentimientos más nobles que de un pueblo puedan nacer… La verdad, no es fácil, y puede que haya más de una razón; sin embargo, quizás la “generosidad” sea el sentimiento que de manera generalizada habite más en ellos. Yo podría contaros que he gozado con las lecciones de filosofía de don Antonio Aróstegi, que me hicieron aprender a reflexionar. Que he disfrutado con la alegría desbordante de Rafael Vargas en su carrera del carnaval; y con el pellizco de la copla, que Joselito y Nicolás nos cantara en las noches cálidas del verano para alegrarnos, pues la alegría la inventaron ellos. Que he sentido la compasión más desnuda cuando Mariquita Bermúdez, tiraba la manguera por la ventana de su cocina y daba agua a las mujeres de las Barraquillas de la Puntilla, en los meses del estío, cuando el caño del “chorrillo” sólo era un fino hilo de agua. Que he soñado -aun siendo marino- con las historias de barcos mercantes y de traíñas y de la pesca en nuestro litoral, que nos contaba don Antonio Mira, pescador bravo y hombre de bien... Que puedo añadir a don José Solera Barcos, en su pedagogía adelantada a su tiempo, donde el lema de la época: “la palabra con sangre entra”, fue abolida por él, en otra pedagogía más amorosa hacia sus alumnos. Que puedo también apuntar el nombre de África la “Macho”, que, recordando a un personaje de “La busca” de Baroja, nos enseñaba a enfrentarnos a la vida, sin más recursos que sus manos desnudas… Que también citaré a Mizzian, un político de palabras sin ataduras, libre y fresco como la brisa del Poniente y curtido en la desvergüenza de la calle. O, al cura Vargas, que nos ensañaba a sentir a Dios, como un padre, sin temor… O, a don Bernabé Perpén, que además de bautizarnos, todos los sábados, después de la catequesis en su iglesia de la Virgen de África, nos daba un vaso de leche en polvo, un bollo de pan y una pastilla de chocolate, O, a Mariqui Villatoro, la que anteayer mismo anotamos la crónica de su despedida…
Sí; hemos descrito en el libro que escribimos, “Ceuta, mi niñez perdida…”, algunos personajes que ya pertenecen al acervo cultural de la memoria de Ceuta; y no me quedará más remedio, por necesario, que adjuntar otra más que lleve tu nombre y, que, desde la tristeza que me acompaña, desearía que fuese la última por escribir…
En estos días he leído todas las crónicas y escritos que, con motivo de la última despedida a Abdelkrim, habéis remitido al Faro, y he leído: a Carmen Echarri, a Paloma López Cortina, a B. G. B., a J.C.S, a Jacob Hachuel Abecasis, a Juan Amado (augc), a Ángel Díez…Y en todos ellos está reflejada la personalidad humilde y generosa de Abdelkrim, y en todos ellos están reseñados algún detalle que se complementan con los otros. Y aunque han quedado constatados por vosotros, yo os apuntaré también, que en una ocasión, estando de guardia en el transbordador “Bahía de Ceuta”, llegó al garaje una ambulancia para trasladar un enfermo al hospital de Cádiz; de ella salió con su bata blanca Abdelkrim, al que me dirigí para preguntar por el enfermo, y él, sumido en su preocupación, me decía algunas palabras inconexas que no acertaba a comprender; más tarde, algo más sosegado, me apuntó: “ A este enfermo, tengo que sacarlo adelante…”
De alguna manera, desearía destacar el esfuerzo personal que hubo de realizar Abdelkrim para cumplir su sueño de ser medico. Y a esta referencia, me contaba Mogtar -que en aquellos años se dedicaba al comercio y trueque de ropa, calzado y abalorios de marroquinería-, que en Granada, lo ayudó en alguna que otra ocasión, cuando para ganarse su sustento y poder subsistir en sus años de estudios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, se ayudaba en su escasa economía, alternado los libros con el lavado de coches.
Todos conocemos mil y un acaecimientos que aconteció a Abdelkrim, y todos apuntan a una conducta que pareciera que de antemano, ya estaba preestablecida; que no cabía adversidad alguna que fuera capaz de cercenar el camino ya trazado por él, o por los Dioses… Nunca sabremos por qué se fue forjando, cuando apenas un niño recogía recados en la Plaza, la voluntad firme, inquebrantable, de dedicarse a desarrollar la inteligencia y, más tarde, a cursar los estudios de medicina…
Ciertamente, he gozado describiendo algunos trazos de algunos personajes que en el último medio siglo en Ceuta han sido… Y tenido la fortuna de conocerlos y oír sus palabras… Y he sentido en el alma, las palabras que pronunció mi padre, camino ya del río de la muerte, cuando llegó Abdelkrim -ellos se conocían de estudiar juntos en el Instituto el bachiller nocturno- a nuestra habitación y, animoso, le dijo: ¿Qué, Joaquín, cómo nos encontramos…? Y, iluminándose su cara, le respondió sólo tres palabras: ¡Hombre, Abdelkrim, Abdelkrim!… Dos gruesas lágrimas del estanque de sus ojos le rodaron…Y pude ver, en mucho tiempo, una sonrisa a mi padre, su última sonrisa…
Abdelkrim no ha sido sólo un buen médico dedicado en cuerpo y alma a sus enfermos, él ha sido un paradigma de la multiculturalidad que habita en esta ciudad. Si en Ceuta se entretejen cuatro culturas y hacen de ella un crisol donde se funden estas culturas, tienen en el galeno su mejor adalid. Si Ceuta ha de perpetuarse como una urbe viable a un futuro esperanzador, no nos quepa la menor duda que ha de ser como un pueblo que integre a todas sus comunidades, y lo que es más importante, que todas estás comunidades se sientan integradas y como parte esencial de una ciudad que se ha dado en llamar Ceuta. En este concepto de ciudad integrada en sus cuatro culturas; en este concepto de multiculturalidad, Abdelkrim, ha sido el más aventajado mensajero, y nos ha dado con su constante y abnegado trabajo en el hospital -dedicado por igual a todos los ceutíes- el mejor ejemplo, y el camino a seguir para hacer de Ceuta una ciudad abierta a la convivencia, a la solidaridad y a la libertad de sus hombres y mujeres…
Ya, Abdelkrim, no se encuentra entre nosotros, viajó desde Side Embarek al mar oceánico donde la paz se torna definitiva y las conciencias viajeras retornan al punto de dónde todo comenzó…su Creador. Pero yo os aseguro que su alma grande no abandonará a los enfermos de Ceuta, aún por mucho tiempo… Y puede que tras una noche febril de algún niño en el Hospital, éste le cuente a su madre que un médico de bata blanca, cogiéndole las manos y sentado junto a su cama, ha estado con él toda la noche. Preguntadas las enfermeras por el médico, éstas le apunten, que sólo ellas, se han turnado en el cuido del niño…Y puede, por qué no decirlo, que entonces, haya comenzado, como aconteció a Sánchez Prado, la leyenda de otro médico, la leyenda de Abdelkrim…
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