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Abdelkader: 109 años de vida y una “prisión” en casa por culpa del coronavirus

Abdelkader Hamed Enfeddal Suri (Biutz, 1911) llegó a Ceuta allá por 1926. Era un adolescente al que sus vecinos del pueblo del Biutz “colaron” dentro de un preparativo de bodas para que pudiera entrar a nuestra ciudad. Marruecos era aún un protectorado español y el país se recuperaba de la gran crisis en la que entró ocho años antes a causa de una gran pandemia que quedó para el recuerdo como “la gripe española”.
Hoy está en la “prisión” de su casa, como denomina al confinamiento a causa de un coronavirus que no acaba de entender del todo, confiesan sus hijos. Este vecino de la barriada de Hadú con 109 años a sus espaldas está viviendo su segunda gran pandemia y, como en el caso de la primera, no llega a entender en qué consiste todo esto. No va con él. Abdelkader quiere pisar la calle, estar con sus vecinos y hacer la vida sencilla pero reconfortante que hacía hasta hace no mucho: pasear con alguno de sus hijos por las calles de la barriada, tomarse un café o un té; viajar y pasar el día en Tetuán, o Tánger, o bien recorrer el zoco de Castillejos, una costumbre que le hizo convertirse en un conocido de los comerciantes de esta ciudad próxima a Ceuta.
Poco a poco, este hombre centenario va comprendiendo lo que ocurre en la actualidad. Como dice su hijo menor, Sohair Abdelkader Hamed, de 47 años: “En su vida le habían obligado a estar tanto tiempo encerrado de esta manera”. Incluso para alguien que va camino de los 110 años, la vida no deja de sorprender para bien o para mal.

Abdelkader ha vivido dos pandemias, una Guerra Civil y dos Guerras Mundiales

Y es que la gripe de 1918 la vivió de pequeño pero recuerda algunas similitudes con la que ha vuelto a aparecer un siglo después. “Dice que había mucha gente con gripe y que para evitar los contagios, se recogían los alimentos de racionamiento de madrugada”, explica su nieta Siham Amar Abdelkader, de 28 años, desde Sevilla. Ella recoge las palabras de su abuelo que, aunque conserva bastante bien todas sus facultades, ya no concede entrevistas a los medios.
En un año, aquella pandemia la sufrieron alrededor de 500 millones de personas en todo el mundo y durante los dos años que se extendió. La actual, desde los primeros casos aparecidos en China y confirmados este noviembre, se cifra en 2 millones de personas infectadas en todo el mundo con datos recogidos hasta las 20:00 horas de ayer.
Los fallecidos por la primera gripe rondaron los entre 50 y 100 millones de personas, una horquilla que se explica tan amplia debido a la falta de medios para diagnosticar con rapidez y precisión los casos relacionados con el virus surgido en 1918. Las muertes causadas por la actual, en línea con los mismos datos, rozan las 130.000 en todo el mundo.
Llama la atención comprobar las similitudes entre los recuerdos de Abdelkader y las imágenes de ahora. “Se evitaba todo lo posible el contacto o la afluencia de gente en las calles, se trataba de mantener a la población confinada y tampoco había circulación en las fronteras”, prosigue su nieta Siham.
Sin necesidad, eso sí, de recurrir a las decisiones que se tomaron justo hoy hace un mes para intentar frenar en la medida de lo posible el ritmo de contagios: el cierre de las fronteras españolas. En aquel momento, el territorio marroquí cercano a nuestra ciudad estaba administrado por España y las líneas trazadas en un mapa no eran tan visibles sobre el terreno como ahora.
Su hijo Sohair añade en este sentido que la gripe no tocó tan de cerca a Abdelkader debido a que en esos años aún vivía en el Biutz y, tal como ahora, en los pueblos la distancia social es más fácil de cumplir que en las ciudades.

Lecciones de Dios

Abdelkader es profundamente creyente y eso se refleja en la manera de explicar la actual pandemia. “No cree que sea un castigo divino pero sí que Dios nos manda ciertas pruebas y nos hace superar ciertas circunstancias para ver cómo las personas las superamos”, asegura su nieta.
Un pilar fundamental en su vida, el Islam, que considera como parte inseparable de él. Sus hijos también lo ven así: “Es un hombre que se debe saber el Corán de memoria. No sé cuántas veces se lo ha podido leer a lo largo de su vida”, explican desde su familia.
Reproduce las palabras del libro sagrado para los musulmanes y se refiere a que las medidas de confinamiento ya vienen explicadas en él. “En el Corán se hace referencia a que cuando hay una epidemia, viene indicado que nadie debe moverse del lugar donde está. No moverse a ningún sitio ni irte del sitio donde esté la pandemia. El Corán dice que no hay que moverse de casa”.

Un siglo en guerras

Si bien desde el Gobierno o distintos actores públicos se utiliza una terminología belicista para hablar de la expansión de este virus, para Abdelkader, que ha vivido al menos dos Guerras Mundiales, una Guerra Civil e innumerables conflictos en distintos lugares del planeta, esta pandemia es “mejor” que una guerra.
Se refiere a que si bien el coronavirus está dejando a miles de muertos en la corta vida que lleva, no se compara al hecho de vivir una guerra. De ver cómo de manera indiscriminada pueden morir niños o jóvenes, aunque en un porcentaje pequeño este virus también ha segado vidas de personas en temprana edad.
Entre ellas, la de su hermano, fallecido durante la Guerra Civil Española (1936-1939).

Una vida tranquila

El solo hecho de salir a la calle es lo que hace que Abdelkader, a pesar de contar 109 años y enfilar el camino de los 110 que cumpliría el próximo 4 de junio, quiera seguir viviendo. Lo afirman los hijos con los que este periódico se ha puesto en contacto, quienes hablan de que la vida de su padre cobra sentido cuando está en la calle y le da el aire. “No aguanta más de dos días en casa”, admiten.
Su nieta Siham también coincide: “Su cuerpo pide calle”. Aunque hace meses que va en silla de ruedas, hasta hace poco el bastón era su mejor aliado.
En estos días, Abdelkader pone su silla en la entrada de su casa, cruza las manos encima de su bastón, y espera el momento de tomarse un café en la Gran Vía o de pasear por García Aldave o la Mujer Muerta.

Once hijos, 20 nietos y 14 bisnietos

Abdelkader no para de preguntar en estos días de confinamiento por sus nietos y sus bisnietos. Hace 49 días que tuvo la mejor noticia que podía haber: nació su última bisnieta. Por ella, y por los otros 13 bisnietos y 20 nietos que tiene repartidos por distintos lugares, pregunta rigurosamente. Es, en palabras de sus hijos, lo que más echa de menos: verlos y pasar con ellos un rato. Este vecino del Biutz ha estado casado tres veces, matrimonios de los cuales resultaron once hijos. Viven, aún, nueve de ellos. El más mayor de sus hijos cuenta más de 80 años y se da la peculiaridad de que tres de ellos ya están jubilados. Una de sus hijas vive con él y es la que se encarga de hacerle la comida, mientras que otra le visita todos los días y hace rehabilitación con él, con el objetivo de mantener la actividad dentro que ahora no puede continuar fuera. A causa del estado de alarma, sus hijos no pueden ir con él a lugares como Tetuán, Tánger o el zoco de Castillejos, en donde es un personaje conocido por los vecinos de esta ciudad, explica Sohair, con quien solía visitarlo a menudo.

De las obras en las carreteras del Protectorado al Hospital Militar de Ceuta

Si bien los hechos históricos dan relieve a toda una vida, lo que dio un vuelco a la de Abdelkader fue el trabajo como celador en el Hospital Militar de Ceuta, en el que estuvo alrededor de 40 años hasta que se jubiló en la década de los años 80. Antes de que un militar le hiciese la pregunta de su vida, “¿Quieres trabajar para el Estado?”, Abdelkader trabajaba en aquel momento en Tánger, en una constructora que se dedicaba a hacer carreteras o bien a rehabilitarlas para mejorar las conexiones entre las distintas ciudades del protectorado español en Marruecos. Hasta que un buen día un capitán del Ejército le formuló la pregunta, que iba acompañada de un consejo: “No seas tonto, vente a trabajar al Hospital Militar que es del Estado y ahí no te va a faltar el pan en el resto de tu vida’. Y él siempre cuenta que dejó un trabajo de 7 pesetas para venir por 7 céntimos. Eso le impactó”, rememora su hijo Sohair. El sueldo era notablemente más bajo en Ceuta que en la constructora. Pero en sus palabras no hay pizca de arrepentimiento. Atrás quedaron situaciones extremas, como cuando se les derrumbó en plena construcción una parte de la infraestructura que estaban desarrollando y se quedaron entre 24 y 48 horas atrapados hasta que consiguieron sacarlos. U otra anécdota que le sucedió con una religiosa con la que coincidió en el Hospital Militar: en medio de una discusión con ella, esta le propinó una bofetada y un militar tuvo que llevárselo de allí. “Era impensable tocar a alguien de la Iglesia”, asegura Sohair. Pero, sin duda, recuerda con viveza aún aquellos días durante la Guerra Civil en los que el Hospital Militar de Ceuta se convertía en un lugar de refugio para cientos de españoles que no querían jugarse la vida por una causa que o no compartían o que no llegaban a entender. Era cuando recibían órdenes de mandar a los que no querían ir al frente a cárceles de Madrid o Valencia.

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