La vida está llena de sorpresas y de caminos que van y vienen dando vueltas sobre una misma y atávica circunstancia; y, resultó que Abdelaziz, no se iba a quedar olvidado en el taró de mi adolescencia, sino que habría de sobrevolar aún durante algún tiempo en el trascurrir de los años siguientes por venir...
Cierto día conversando con mi amigo Damián (1) -patrón de pesca de Altura y Mayor de Cabotaje- en la Escuela de Náutica, me apuntó que tenía que viajar a Ceuta a visitar a un amigo magrebí que deseaba traerlo a la península para que estudiara los títulos náuticos de pesca y cabotaje. He de decir que no me extrañó tan singular proyecto, porque Damián, si algo tenía, era un corazón enorme que no le cabía en el pecho, y siempre estaba con actitudes que rayaban en el más puro sentimiento franciscano; como aquel día que un muchacho le pidió unas monedas, y él no sólo le puso un billete en las manos; sino que se quitó la chaqueta y se la puso en los hombros del indigente, quedándose en camisa -a pesar del frío- y yéndonos tomar un café como si tal cosa. Estaba acostumbrado a estas acciones franciscanas de Damián, así que pensé que su comentario sobre su amigo magrebí seguramente iría en la misma dirección de ayudar a alguien, que por alguna razón necesitaba de ayuda.
Habíamos quedado que en septiembre tomaría vacaciones, y antes de empezar el curso en Cádiz me iría a visitar en Ceuta, de cara a solventar y solucionar la ida de su amigo a estudiar los cursos náuticos-pesqueros. De tal manera que a finales de septiembre llegó Damián a mi casa para que le acompañara a la cita con aquel muchacho al que deseaba ayudar. Así que me apuntó que trabaja en un cuartel al lado de la antigua estación de ferrocarril Ceuta-Tetuán, circunstancia que me sorprendió, porque se refería al cuartel de camiones de transporte que se encontraba al final de nuestros pabellones amarillos de la Junta.
Caminamos hasta el cuartel y al soldado de la garita, Damián le pidió ver al zagal que trabajaba de mecánico, el soldado consultó al cabo de guardia, y nos dejaron pasar indicándonos el hangar donde lo podíamos encontrar. Pasamos la barrera y anduvimos hasta donde se encontraban estacionados los vehículos; y allí, con un mono azul, lleno de grasa y con un trapo entre las manos, se hallaba el mozalbete que andábamos buscando. Y cual no fue mi sorpresa, que aquel muchacho magrebí, no era otro que Abdelaziz, que años antes habíamos llevado a la residencia Nazaret.
¡Dios mío! -respondí- sin saber que decir ni que pensar. Pero la vida tiene estos lances y estas casualidades. Le dije a Damián que ya conocía a Abdelaziz de cuando pedía con una lata comida en el cuartel, y que un día lo llevamos a un centro de acogida para que no estuviera tirado por las calles. Pero según nos contó, un día se cansó de la disciplina de Nazaret, y volvió a la calle y a volver a pedir comida al cuartel, hasta que el capitán se apiadó de él, y le dio trabajo como aprendiz de mecánico, techo y comida.
Pero aún en el asombro consiguiente, no podía establecer la amistad tan estrecha entre Damián y Abdelaziz, a lo que el portuense me significó, que su relación se había establecido en el quehacer diario de los muelles; porque cierto día, ajustando las cuentas con la tripulación, Abdelaziz, que rondaba cerca de los pesqueros, hizo las sumas de las cantidades más rápida que ellos, y todos se quedaron sorprendidos del conocimiento aritmético para el cálculo de un simple vagabundo. De tal manera que, Damián, al ver la contradicción entre un simple arrapiezo y su despierta inteligencia, siguiendo su costumbre de imitar al franciscano de Asís, lo hizo bañar en la cubierta de madera del arrastrero, le entregó ropa limpia y se lo llevó a almorzar al restaurante El Delfín Verde; circunstancia que repetía cada vez que la «Vaca» (2) de arrastre tocaba el puerto de Ceuta para hacer combustible y aprovisionarse. De forma que de ahí fue surgiendo una amistad hasta el punto, que: el filántropo patrón ejerció como padre, y el desheredado aprendiz de mecánico de hijo adoptivo.
Al día siguiente, fuimos a visitar al capitán en mando del cuartel para que Damián le explicara las intenciones que tenía de llevarlo a la península y solicitar una beca para que estudiara los cursos de patrón. El capitán quedó extrañado de que Abdelaziz -que él había sacado de la calle en un noble gesto digno de un alma extremadamente generosa- tuviera unas amistades que apostaban por él, para que tuviera una vida con un futuro mejor y lleno de posibilidades. No obstante, Don Miguel Yuste nos dio el consentimiento al evidenciar la excelente oportunidad que el destino le deparaba a su pupilo. Para su mayor tranquilidad le dimos nuestras señas, y en mi caso, le apunté que era vecino del cuartel y que me hallaba cursando los estudios de Náutica, por si más adelante me requería para cualquier información que estimara necesaria. Nos despedimos, les dimos las gracias por su magnífico comportamiento que había tenido con Abdelaziz, y él también nos agradeció el interés que tomábamos para que estudiara y consiguiera unas titulaciones que le permitiera afrontar el futuro con esperanza. Sin embargo, en el rostro del capitán y en sus últimas palabras atisbé un cierto presagio de que esta aventura, tal vez no saliera bien y quedará en aguas de borrajas...
A la mañana siguiente el transbordador Victoria (3) tocó las tres pitadas de rigor, arrió las amarras, la codera, viró con el cabrestante la cadena de babor, hizo faltar el ancla del fondo hasta su estiba en su escoben, se despegó del muelle, puso rumbo a la bocana, dejó por la popa el muelle España, giró el timón a babor para pasar entrepuntas los diques de poniente y levante, y pasado estos puso rumbo en demanda del Estrecho para arribar a la bahía de Algeciras....
El tiempo era otoñal, azul blanquecino en el celaje, y verde obscuro salpicado de rociones y crestas blancas tan característico de los vientos de poniente... Nos sentamos en las hamacas de la cubierta de botes y cada uno dejó su elucubración a lo que el pensamiento tuviera a bien traer. Damián, dormitaba con su perenne cigarrillo rubio entre los labios; Abdelaziz, tocaba todos los botones del enorme aparato a transistores que le había regalado su mentor; y mi pensamiento luchaba por ganar una batalla que intuía difícil, y que tal vez, a pesar de nuestro empeño, como la lucha de Héctor contra Aquiles, ya estaba predispuesto el desenlace del final...
Las gaviotas perseguían al Victoria en una lucha desigual entre el blancor de sus alas y la silueta también blanca del casco del buque. Los delfines, azules y gráciles, aparecieron por las amuras saltando aquí y allá tomando la vida como un juego eterno... Sin embargo, a pesar de estas imágenes tan llenas de una naturaleza exultante, que incendiaba el alma hasta hacerla gozar del momento en las aguas siempre mistéricas y mitológicas del Estrecho, no podía ocultar que cómo presentí del capitán, alguna ignota celada de un dios bárbaro y despiadado pudiera hacer naufragar la aventura de un muchacho magrebí por alcanzar la frontera de la otra orilla, que anidaba en su corazón como un nuevo resplandor que agitase las conciencias en una búsqueda imposible...
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