Han pasado las fiestas y, desgraciadamente, habrá familias que estarán empezando a arrinconar a la mascota comprada/adoptada como si de un objeto se tratara. El perro/gato que hacía gracia el día de Reyes empieza a ser un problema para una familia que regresa a la rutina: los padres al trabajo, los niños al colegio... y el animalito en el hogar.
Un hogar que amanece con muebles mordidos, con algún ‘regalito’ sorpresa porque nadie nace sabiendo, y con las consecuencias de lo que no fueron decisiones sino meros impulsos o caprichos.
Los montes acogen a animales abandonados. Se asalvajan, asoman violentos, pueden causar -y de hecho los causan- serios problemas. Ellos son víctimas de esas familias caprichosas que no dudaron en abandonar a su mascota o de regalársela a alguien que le iba a dar mala vida. Si uno acoge un perro en su hogar es para siempre, con todas sus consecuencias, a sabiendas de que está obligado a darle un cariño que el animal se lo va a devolver con creces. Lo mismo si se hace con un gato. Pero la realidad social a la que nos enfrentamos nos escupe situaciones bien distintas, situaciones de crueldad con los animales, porque abandonarlos es el gesto más cobarde e inhumano que se puede tener con quien no podrá salir adelante solo, con quien terminará siendo violento, será capaz de agredir a personas y animales, sufrirá en los montes hasta convertirse en un problema y quizá termine su vida atropellado, capturado y sacrificado o muerto a dentelladas por otro can.
En Ceuta hay un importante sentimiento animalista. Existen además entidades como la Protectora de Animales o las asociaciones con voluntarios que dedican buena parte de sus vidas a intentar recuperar los frutos de una mala elección de los humanos o los errores de aquellos desaprensivos que, conscientes o no, terminan causándole un enorme mal a otro ser vivo. Ellos puede que nunca sean conscientes del daño causado, quizá tampoco les preocupe mucho. Las consecuencias las tenemos a diario, con manadas de perros, con colonias de gatos expuestos a que unos desaprensivos los envenenen o maltraten. Ellos, las víctimas, sí que sufren, no les quepa la menor duda. Sufren tras haberse convertido en un producto de nuestro egoismo, del consumismo y materialismo social que llega hasta el extremo de reducir un ser vivo a la más burda cosificación por nuestros erráticos comportamientos.
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