Estamos en alarma internacional por la extensión del denominado “coronavirus” (COVID-19). Ante la posibilidad de que se convierta en pandemia , el pánico se está apoderando de casi todo. Ya no sirven las comparaciones que se hacen en el sentido de que la gripe causa más muertes todos los años que este virus, o que la contaminación del aire provocada por las emisiones de CO2, también es más peligrosa. Lo único que nos llega con fuerza son las informaciones sobre nuevos infectados y sobre muertes. También, las imágenes de cientos de personas con mascarillas. Como dicen algunos expertos, es peor el pánico que esta desconocida enfermedad. Pánico que ha hecho que se suspenda eventos importantes, que bajen las bolsas, que se ralentice la actividad económica, o que pasen a un segundo plano situaciones graves, como los desastres que está causando el cambio climático, o las barbaridades que se cometen contra la naturaleza, a veces desde las propias Administraciones Públicas.
Es lo que ocurrió días atrás en mi pueblo, Dílar, una pequeña localidad ubicada en el Parque Natural de Sierra Nevada, cuando unos vecinos nos alertaban de que los servicios de mantenimiento del Ayuntamiento estaban fumigando a toda velocidad cunetas y espacios públicos cercanos a escuelas y lugares de interés paisajístico o religioso. Esto ya ocurrió en años anteriores y provocó la reacción y protesta de muchos vecinos. Yo recuerdo que escribí un artículo al respecto, titulado “Malas hierbas”, que se publicó en este periódico allá por el mes de diciembre de 2018. Incluso se hizo una campaña de recogida de firmas, que fue entregada en el Ayuntamiento, exigiendo que no se utilizaran productos potencialmente cancerígenos, como es el caso del herbicida denominado “glifosato”, en lugares públicos y cercanos a colegios.
Lo que explicaba en aquel artículo, después de documentarme, era que en 2015, la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC), dependiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), calificó como probable carcinógeno para los humanos al herbicida glifosato. Este herbicida químico es de amplio uso en el sector agrícola y forestal, en mantenimiento de parques y jardines, carreteras, vías férreas y otras infraestructuras. Se comercializa bajo la marca Roundup, de la multinacional Monsanto. Países como Francia, han prohibido su venta. La Directiva marco para un Uso Sostenible de los Plaguicidas, aprobada por el Parlamento Europeo el 13-1-2009, aconsejaba minimizar o prohibir el uso de plaguicidas a lo largo de carreteras, en los espacios utilizados por público en general, o por grupos vulnerables, como los parques, jardines públicos, campos de deportes y áreas de recreo, recintos escolares y campos de juego y los espacios cercanos a los centros de asistencia sanitaria.
Aunque no está rotundamente demostrado que el glifosato tenga efectos cancerígenos en humanos, sin embargo, los estudios demuestran que hay altas probabilidades de que los tenga, así como evidencias de que tiene unos efectos toxicológicos importantes. También hay evidencias de que se generan perjuicios graves al medio ambiente, como muerte de anfibios, o efectos negativos sobre el arbolado joven. Pero lo más importante es que existen alternativas viables a los herbicidas químicos, mediante métodos mecánicos o térmicos. Es lo que dicen los expertos, y los informes de grupos municipales de políticos comprometidos con el medio ambiente, como, por ejemplo, el de Ganemos en Valdemoro.
En aquél entonces, terminaba mi artículo afirmando que estaba seguro de que la actuación del Ayuntamiento de la localidad no había sido malintencionada. Sin embargo, después de comprobar que no han servido de nada las firmas recogidas. Y también, tras ser informado de que el Alcalde de la localidad, del Partido Popular, al ser abordado por una vecina que le pedía explicaciones, manifestó no tener conocimiento del hecho; no puedo más que concluir que estaba equivocado. Lo grave no es que se hayan fumigado plantas y animales de forma innecesaria, con evidente peligro para la población, sino que se mienta de forma tan cínica.
En 1947 se publicaba la novela de Albert Camus “La peste”, basada en la epidemia de cólera que sufrió la ciudad argelina de Orán durante 1849, tras la colonización francesa. Según la crítica, lo que Camus quería resaltar era la solidaridad humana frente a la desgracia y el absurdo que representaba una epidemia. Lo que algunos veían también en la obra era una crítica a la restricción de las libertades que las autoridades van imponiendo por el espejismo de un bien superior, como es la salud.
Aplicando el contenido de esta novela a la situación actual, podemos encontrar grandes similitudes. Restricciones inexplicables de algunos eventos (suspensión del MOBILE de Barcelona), por un lado, frente a irresponsables actos convocados desde las Administraciones, como ha sido el caso del Ayuntamiento de mi pueblo, que para celebrar el día de Andalucía no se les ha ocurrido otra idea mejor que organizar una comida popular en la que se cocinaba el típico “pucherico”, que, entre otros ingredientes, lleva hinojos, que precisamente suelen crecer en los lugares en los que días atrás se fumigaron todas las “malas hierbas” con peligrosos productos. No se informó de que los hinojos habían sido traídos de otro lugar de fuera del municipio, para que así no quedara “desnaturalizada” la especialidad local.
Algo parecido ocurrió cuando en 1966 el entonces ministro de Información y Turismo del Gobierno de Franco, Manuel Fraga (fundador del Partido Popular al que pertenece el Alcalde de Dílar), decidió bañarse en la playa de Palomares, junto al Embajador de los EEUU, para evitar rumores de peligro de contaminación radioactiva en el lugar en que habían caído varias bombas termonucleares americanas, tras un accidente de aviones B-52. Lo que no dijeron entonces fue que, al parecer, el baño se lo dieron a 15 kilómetros del accidente, en Mojácar.
Lo anterior me lleva a una conclusión clara. Mas que el virus en sí, lo realmente peligroso en situaciones de este tipo, es la mentira y el cinismo de los que tienen responsabilidades de gobierno. Esto sí que es contagioso. Y lo peor. No tiene cura.
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