Opinión

A mis amigos del instituto de estudios fiscales

A mis amigos del instituto de estudios fiscales Esta semana ha finalizado mi estancia de investigación de tres meses en el Instituto de Estudios Fiscales (IEF). En la universidad se incentivan este tipo de estancias en centros de prestigio, tanto nacionales como internacionales.

Además de para enriquecer el currículum, sirven para adquirir experiencia y conocimientos. Viajar y trabajar con otros colegas y en otros países o ciudades, te ayuda a entender mejor los avances de la ciencia y, sobre todo, es una magnífica terapia de cura de humildad.

Al compararte con los que realmente practican a diario lo que nos enseñaron en las aulas, te das cuenta de lo mucho que te queda por aprender. Respecto a la escasez de fondos que se destinan para estas actividades, prefiero no hablar, de momento.

Siempre me atrajo el Instituto de Estudios Fiscales. Una de las razones fue mi trabajo en la Seguridad Social durante más de cuarenta años, casi siempre relacionado con las actividades financieras y contables. Otra fue la curiosidad que despertaron en mí los manuales de la Hacienda Pública del profesor Fuentes Quintana, durante mis estudios universitarios. Esto me llevó a otros textos y estudios relacionados con el efecto redistributivo de los impuestos en las sociedades avanzadas, con el reparto de la riqueza y con la desigualdad.

Sin embargo, salvo por algún curso realizado, nunca había estado tan cerca de lo que considero un importante centro de estudios del Estado de Bienestar. Bueno, también en el último año de preparación de mi tesis doctoral estuve muy cerca del IEF. A mi director, el profesor Labeaga, lo nombraron director general del organismo, justo cuando tenía la tesis casi lista para ser leída.

Las últimas revisiones las tuvimos que hacer en su despacho en los días y horas en los que él tenía algo de tiempo libre. Pero también esta estancia me sirvió para conocer al autor del libro que me estaba sirviendo de guía en los modelos econométricos de la misma. Se trataba del profesor César Pérez, que trabajaba allí como Estadístico del Estado.

Él fue, también, el que me ayudó a terminar mis estudios de Estadística en la Universidad Complutense de Madrid y el que ha propiciado que me concedan esta estancia de investigación. Le estoy profundamente agradecido.

Por lo anterior y por haberme permitido conocer y trabajar con uno de los mejores equipos humanos con los que me he cruzado en mi dilatada vida administrativa y académica. Me preparó un pequeño, a la vez que coqueto, despacho junto al suyo, en la primera planta del Edificio B del IEF. Es el edificio en el que se ubican los investigadores.

El ambiente que allí se respira no es el típico de una administración pública. Allí no se habla de trámites administrativos, sino de estudios de fraude fiscal, de análisis de impacto, de paneles de renta, de microsimuladores de impuestos, o de cursos de series estadísticas, de minería de datos o de "big data". Aunque, todo con moderación. También había tiempo para comentar el último partido del mundial, o algunos episodios políticos de los últimos tiempos. Lo que más me llamó la atención fue el grupo de WhatsApp que tenían creado, al que me invitaron desde el principio. A través del mismo se hacía la llamada al café matutino, a la comida del medio día, o al refrigerio vespertino.

Pero, también servía para gastarnos bromas unos a otros. Siempre respetuosas, pero con la “chispa” necesaria para que nos partiéramos de risa. En esto, nuestro amigo Mikelo era un especialista. Siempre eran actos distendidos y de auténtica camaradería. No olvidaré las caras de asombro y atención que ponían cuando les explicaba cómo se hacía un buen pan. Sobre todo, cuando lo degustaban.

La misma cara de perplejidad que ponía yo, cuando alguno de ellos me explicaba alguna aplicación informática, o alguna técnica estadística complicada, con la sencillez propia de los genios. Sería muy largo y pesado citar a todos y cada uno de los colegas con los que me he relacionado estos meses.

Pero no puedo dejar de hacerlo con Raquel. Su despacho estaba frente al mío. Aparte de economista, como yo, es el alma de todo el departamento. Nuestros ojos y nuestras manos.

La que está atenta a cualquier necesidad administrativa, documento o gestión. Su sencillez y dedicación me han conquistado. Y contiguo a mi despacho estaba Jaime. Uno de los mayores expertos informáticos que he conocido. Y ello, pese a su cara de niño inocente. Frente a él, Nacho. Un ingeniero de telecomunicaciones experto en análisis de la información. Y más allá, mis antiguos compañeros de Facultad, y becarios de investigación, Luis y Roberto. Sin ellos, mis trabajos estadísticos con SAS hubieran sido casi imposibles.

O las alumnas en prácticas, Ana y las dos Elenas, que tuvieron la paciencia de preparar el panel de renta con el que hemos estado trabajando. Y por supuesto, los jefes, Álvaro, y Cristina, que me autorizó la estancia. Pero hay algunos y algunas más, con los que he pasado buenos momentos. Pilar, José Luis, Camino, Mariló, María, Noemí, Adela. Mención aparte he de dedicar a mi compañero, profesor y amigo César Pérez. Somos casi de la misma edad. Tenemos parecidos estudios universitarios. Los dos somos hombres de pueblo.

Él, campesino. Yo, panadero. Nos separan más de un centenar de libros, que él tiene publicados, de los cuales, un alto porcentaje los tengo yo en mis estanterías, para así seguir con precisión las técnicas estadísticas adecuadas en cada caso.

Pero yo publico en prensa, como mínimo un artículo semanal desde hace diez años, que en un elevado número él lee con atención. Ideológicamente, también somos parecidos. Y nos gusta madrugar para estudiar, leer y trabajar. A ambos nos gusta el vino y la buena comida casera. Y nos repelen los "estirados". Pero de todo lo dicho, hay una cosa ante la que los dos reaccionamos igual.

Cuando estamos haciendo un cálculo estadístico, sentimos una poderosa curiosidad por ver el resultado. Y cuando lo vemos en la pantalla del ordenador, quedamos igual de sorprendidos y satisfechos, que cuando a un niño pequeño le regalan algo que no se esperaba.

De cualquier forma, como dijo el filósofo, mi patria sigue siendo el mundo y mi familia la humanidad. Pero, especialmente, este grupo humano de buenos colegas quedará marcado en mi corazón por mucho tiempo. Mi reconocimiento sincero a todos y cada uno de ellos y ellas.

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