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A la deriva

Interpretar correctamente un resultado electoral es harto complicado. Es imposible conocer las razones que mueven a cada persona a depositar su confianza en una fuerza política. Precisamente por ello todos los análisis pueden ser tan certeros como equivocados. Sólo se pueden hacer aproximaciones conceptuales imposibles de cuantificar. Lo que sí se puede hacer, con mayor rigor, es sacar conclusiones sobre las consecuencias del  mapa político que configuran los votos en cada proceso electoral. Sentada esta premisa, y por tanto asumiendo de antemano los errores, intentaremos hacer una valoración de los sucedido el pasado día veinticuatro.

Uno. El PP ha perdido su aplastante hegemonía. La mayoría absoluta es un espejismo (ha logrado el 45 por ciento del voto). En las elecciones europeas se quedó en el 40 por ciento. Sin duda, la política aplicada por el Gobierno de la Nación, a modo de una cruel tortura (recortando derechos sociales y laborales, devaluando los servicios públicos y precarizando el trabajo, mientras se hacían públicos los más obscenos casos de corrupción, que  siempre quedan impunes), ha influido en la ciudadanía. Pero esto no lo explica todo. El modelo de Gobierno, que tan brillantes resultados ha proporcionado al PP de  Vivas, se ha agotado. Ya no pueden practicar el clientelismo desaforado (falta presupuesto y hay un mayor control); carecen de recursos para la ejecución de obras deslumbrantes; han perdido el control de la gestión (el ayuntamiento es, hoy, una maquinaria administrativa absolutamente inoperante; no han sabido (o querido) abortar los casos de corrupción que han ido aflorando; e incluso el exceso de protección mediática (pagado) ha llegado a ser contraproducente (la adulación exagerada, resta credibilidad e infunde sospecha). Dejo para el final el que, a mi juicio, ha sido el peor de sus errores. Seguir la estela de los ultraconservadores que anidan en el PP,  en su infame cruzada  contra los musulmanes, ha causado un distanciamiento del PP con la mitad de la población de efectos muy perniciosos. El PP se percibe en la periferia como un enemigo. Las personas que allí habitan se sienten desatendidas, burladas y humilladas.
Dos. La segunda marca nacional, el PSOE, que por su importancia cualitativa en el conjunto del país (ha gobernado durante veinte años), debería desempeñar un papel determinante en nuestra Ciudad, se mantiene fluctuando en la más lacerante irrelevancia. Pregonar como un éxito haber superado a Caballas por doscientos votos, es un síntoma inequívoco de que siguen sin entender lo que les ocurre desde hace décadas. Se niegan a reconocer que el problema del PSOE de Ceuta (y de Melilla) no es una cuestión de personas o de ciclos políticos, sino de definición de espacio político. El PSOE es sólo una marca que acopia los votos que la inercia de su proyección nacional les facilita; pero carece por completo de un proyecto propio que se pueda incardinar con éxito en el complejo escenario social de Ceuta. Mientras esto no lo asuma y corrija no pasaran de ser un mero agente animador de la pasarela mediática.
Tres. Caballas, proyecto en construcción, se enfrentaba a un examen decisivo. Huérfano de aliados de cualquier clase o condición, y objeto de ataques furibundos y zancadillas maliciosas desde múltiples  ángulos, contrastaba en las urnas un modo de entender las prioridades políticas en Ceuta. Y suspendió. Fue un suspenso alto (el equivalente a cuatro y medio) que un empujoncito del profesor (ley D’Hondt) se encargó de convertir en un aprobado (igualó el número de escaños). El estancamiento, que ni certifica la inviabilidad del proyecto, ni garantiza su progreso, obliga a sus integrantes a meditar con calma. Las fundadas expectativas de crecimiento fueron absorbidas por una fuerza política de nuevo cuño, alumbrada como una réplica de Caballas, pero dirigida exclusivamente al electorado musulmán. Fomentó y recogió el descontento, y rentabilizó el factor innovación (con el inestimable apoyo del PP). Esta es la clave del análisis que debe hacer Caballas. Porque para valorar sus resultados no es suficiente con analizar los datos globales, sino intentar averiguar si avanza la idea de la interculturalidad. En este registro, los resultados de Caballas también son decepcionantes. Para su cálculo utilizamos una estimación estudiando los resultados por mesas, con la referencia de los votos obtenidos en dos mil siete por PSPC y UDCE como punto de partida, corregidos con los datos de participación. En las elecciones de dos mil once, el voto no musulmán representaba, aproximadamente, el dieciocho por ciento del total; en esta ocasión, se ha quedado en el quince por ciento. Un retroceso leve, pero un retroceso. ¿Es imposible la existencia de un partido que puedan votar indistintamente musulmanes y cristianos? La respuesta no es un “no” concluyente; pero se acerca mucho. Sabíamos que vencer la resistencia psicológica de una gran parte (muy grande) de la población no musulmana a votar a un musulmán para presidir la Ciudad, era una empresa de titanes; lo que ocurre es que está siendo mucho más lento y difícil de lo esperado. El resultado no parece definitivo en ninguna de las direcciones. Quizá por ello el proyecto merezca una segunda oportunidad.
Pero más allá del devenir de cada partido político, lo realmente importante es evaluar las consecuencias del nuevo escenario. Y aquí sí que destaca, de manera contundente, la visualización de las “dos ciudades”. Este es un fenómeno, ya, indiscutible. Resulta ciertamente asombroso que aún existan tantas personas que no entiendan este problema. ¿Cuántas pruebas más necesitan? Ceuta marcha a la deriva, porque no disponemos de una estrategia adecuada y consensuada para acometer el formidable reto de construir una sociedad intercultural. Repito, por enésima vez, que ésta ya no es una opción más, es la única. Sobre el resto de cuestiones caben matices, discrepancias, e incluso enfrentamientos abiertos; pero sobe le necesidad de la fusión cultural, no puede haber disenso, salvo que nos importe un bledo el futuro de Ceuta. Los resultados electorales dicen con rotundidad que vamos por el camino equivocado. Lo que en su día fue llamado la “libanización de Ceuta”, concebida como la amenaza por excelencia, hoy empieza a tomar forma. La receta es sencilla: inteligencia, responsabilidad y generosidad, a partes iguales.

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