Categorías: Opinión

A ellos no les dejan rezar. Los matan

A quienes vivimos en una sociedad democrática, abierta y liberal nos cuesta ponernos en la piel de aquellos que  en sociedades teocráticas y cerradas pueden perder la vida por el mero hecho de hallarse rezando o asistiendo a un oficio religioso en un templo. La violencia cometida contra personas indefensas reunidas de manera pacífica en un centro religioso es de una cobardía y vileza tales que repugna al intelecto humano. Es tanta la sangre que se ha derramado por distintos dioses y por diferentes libros sagrados que unos y otros, dioses y libros, han tomado el color rojo de la sangre.
En estos turbulentos días que nos han tocado vivir estamos asistiendo a una caza miserable de cristianos en tierras del islam. Pero lo más canallesco, si cabe, es que el mundo occidental no se da, o no se quiere dar, por aludido de la masacre que sucede un día sí y otro también ante sus narices. Pareciera como si no se quisiera importunar a esos países teocráticos en donde suceden esas  tropelías. Esos atentados, en este caso contra cristianos, revelan hasta qué punto –en palabras de Juan Goytisolo– el sectarismo doctrinal  y la regresión de los valores cívicos en los Estados arabo-islámicos se vuelven contra los principios religiosos que predican de puertas afuera. Cuesta creer –en verdad, nos cuesta– a quienes tratan de desligar esta barbarie de la doctrina islámica; nos cuesta creer –ante estos hechos– que el islam es tolerancia, convivencia y paz. Si las tropelías que se hicieron, y se han hecho, con el cristianismo por medio –en la conquista de América, la Inquisición, expulsión de judíos y moriscos, nacional-catolicismo, por citar algunos– descalificaron, en su día, a la cristiandad, ¿por qué tenemos que aceptar ahora que el islam es paz, tolerancia y convivencia? Lo cierto es que los libros sagrados, sean cuales sean, chorrean violencia, sangre y discriminación. Basta leerlos con detalle. Y aquellos fanáticos que los siguen al pie de la letra son los que se encargan de liquidar, en este caso, a los cristianos, quemándolos vivos, a cien de ellos, en una iglesia de Nigeria, o en Kenia, en donde un ataque a dos iglesias dejaron 17 cristianos muertos.
Me pregunto, ¿qué pensarán nuestros conciudadanos  ceutíes musulmanes de los crímenes que se están cometiendo con los cristianos en tierras del islam? ¿Se sienten cohibidos, se sienten avergonzados, se sienten abochornados en su relación con sus conciudadanos cristianos? ¿Por qué no han reflejado sus opiniones en cartas al director en los periódicos? ¿Les son indiferentes los asesinatos de cristianos? Si cinco ceutíes marcharon a Siria a defender a sus hermanos musulmanes ante la tiranía del dirigente sirio, ¿deberían los cristianos marchar a Nigeria, por ejemplo, para defender a tiro limpio a sus hermanos cristianos? Si esta opción evidentemente nos repugna, nos debería repugnar, por tanto, que cinco ceutíes musulmanes se hayan ido a pegar tiros a Siria para defender a sus hermanos de religión. Sin embargo, a su viuda parece que no le importa que su marido haya muerto combatiendo y que haya dejado a dos hijos menores huérfanos. ¿Qué está pasando aquí, entonces?
Lo que sucede aquí, en Ceuta, es que las relaciones interpersonales entre musulmanes y el resto de la población se basa, primordialmente, en una clara hipocresía. Ni coexistencia, ni mucho menos convivencia, ¡hipocresía! Mal asunto es cuando la religión todo lo impregna. Cierto es que en los pueblos envenenados sistemáticamente, durante el transcurrir de los siglos, por la pasiones e ideologías religiosas, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas. De eso saben bastante los cristianos. Los musulmanes han de aprenderlo, el tiempo que les lleve les será doloroso. Pero será inevitable. La vida es cambio, y deberán aceptarlo a su pesar. No es posible que el portavoz de la Mezquita Attauba, del Príncipe, Mohamed Abdeselam, diga “El Estado nos deja rezar”, y no tenga un recuerdo de piedad hacia los cristianos a quienes sus hermanos musulmanes están cazando como conejos en el interior de las iglesias. A ellos, a los cristianos en el islam, no sólo no les dejan rezar, sino que los asesinan.
Afirmo que pertenecer a la misma especie humana está por encima de la religión. Primero, la persona, después, si se puede, la religión. Quien piense lo contrario tendrá problemas con su prójimo a cuenta de la religión. Los fanáticos religiosos han encadenado a sus conciudadanos islámicos al yugo del atraso y la violencia durante siglos. La apología de la fe no lo justifica todo. Disfruta de tu fe, no te atormentes, ni atormentes, con ella. Podría ser un buen lema.

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