Este año se cumple el Centenario de la creación de la Legión por Millán Astray, como Tercio de Extranjeros. El decreto fundacional se firmó en 1919, pero se toma de referencia el 20-09-1920, cuando en Ceuta se alistó el primer legionario que, precisamente, era ceutí, Marcelo Villareal Gaitán. Sólo medía algo más de 1,5 mts. Moriría después en combate en 1925, siendo Brigada. En Ceuta eran recibidos en grupos por Millán Astray, diciéndoles: “¡Legionarios, venís a morir!. La Legión os abre las puertas, os ofrece olvido, honor y gloria…”.
Por lo tanto, Ceuta fue cuna de la Legión, donde comenzó a organizarse y a recibir los primeros legionarios enganchados en los distintos Banderines peninsulares, en los que se les abonaba 700 pesetas de enganche, más 2,5 pts diarias de dieta hasta embarcar en Algeciras. Tras el ceutí Villareal Gaitán, el mismo día se incorporó Baltasar Queija Vega, también de muy baja estatura, al que le corresponde el honor de haber sido el primer legionario muerto en combate el 7-02-1921. Al recogerlo muerto, le encontraron en el bolsillo un poema por él escrito tras saber que su novia había fallecido. Fue él quien dio origen al preciosos poema legionario llamado “Novio de la Muerte”, tan emblemático en la Legión.
Y el 10-10-1920 llegó a Ceuta un extremeño “grande”: Domingo Piris Berrocal, pese a que ni siquiera dio la talla exigida y fue rechazado, en principio, por el médico que lo talló. Pero el extremeño reaccionó pareciendo crecerse, erguido, sacando pecho y con firme determinación, manifestó enérgico: ¡Yo he venido aquí a ser legionario!. Sorprendido el facultativo por la firmeza de su convicción y al verlo de aspecto humilde, se apiadó de él y, con carácter excepcional, terminó admitiéndolo.
El hecho de que aquellos tres de los primeros legionarios fueran tan cortos de talla, parece estar en contradictorio con la imagen de fuerza de choque que se quiso dar de la Legión. Pero no; en el Ejército, los más altos sólo son preferidos para desfilar delante en la escuadra de “gastadores”. Lo que luego hace más “grandes” a los militares es su valor y las excelentes virtudes castrenses. Napoleón Boparte, general-emperador de Francia, aunque acomplejado de ser también bajo, inventó para remediarlo imponer su propia marca “virtual”. Decía que “los militares no se miden de los pies a la cabeza, sino desde la cabeza al cielo”. Claro, de esa forma,, estaba mandando a la cola de la formación hasta al más alto gastador.
Piris Berrocal había nacido el 2-08-1901 en la noble tierra extremeña que tantos valientes ha dado a España, porque su gente se templa en el yunque del esfuerzo y el sacrificio. Era de Herrera de Alcántara (Cáceres) y fue el penúltimo de una prolífera familia de diez hermanos, cuyos padres habían sido modestos campesinos que ambos fallecieron muy prematuramente, dejando huérfanos a sus hijos.
Juró bandera el día 21-10-1920, siendo destinado a la 4ª Compañía. Su bautizo de guerra lo tuvo en agosto de 1921, en Sidi-Amaran. Fue tan valiente y destacó tanto en su primer combate, que lo ascendieron a cabo por méritos de guerra. El 10-10-1921 tuvo otra brava actuación en Monte Arbós y Sidi-Salam, donde resultó herido grave, siendo también promovido a cabo primero por méritos de guerra. Ese mismo año, igualmente por méritos acumulados de guerra, lo ascendieron a sargento; y por idénticos méritos ascendiendo luego a brigada y a comandante. Sus jefes admiraban su bravura y acometividad, pareciendo retar a la muerte luchando.
Participó en más de 50 acciones de guerra, en unos 400 combates, fue citado como “muy distinguido” en 33 ocasiones y propuesto hasta tres veces para la Laureada de San Fernando, máxima condecoración militar, y otras tres veces para la Medalla Militar individual, aunque tras los correspondientes juicios contradictorios que para alcanzar la primera hay que superar, sólo le fue concedida la última. Fue 10 veces herido en campaña, luciendo en su brazo otros tantos ángulos dorados que daban fe de sus heridas, y fue hasta 28 veces condecorado con otras tantas meritorias distinciones.
Sólo podía llegar a comandante, porque ese era el más alto empleo que en la Escala Legionaria se tenía. Cuando lo consiguió, la suya ya era una brillante carrera militar ganada a base de derroche de valor y de regar con su sangre los campos de batalla. Pero tenía una Hoja de Servicio tan plagada de valerosos hechos de armas que, por Decreto de 2-08-1961 de la Jefatura del Estado, fue ascendido a teniente coronel, con carácter “excepcional”, siendo el único legionario que en toda la historia de la Legión lo ha conseguido.
Y hubo numerosas personalidades e instituciones afines a la Legión que le apoyaron para que se le ascendiera a coronel, para que sirviera como ejemplo y estímulo del valor del Cuerpo de élite. Incluso lo animaron a que interpusiera un recurso contencioso-administrativo para conseguirlo, pero le fue denegado por ser una facultad discrecional que sólo podía ejercer el Jefe del Estado, que ya lo había promovido a teniente coronel. Pasó a la situación de retirado por edad el 16-08-1963; pero continuó asistiendo a actos militares, dando conferencias y teóricas a los legionarios, apareciendo en revistas, formaciones y actos institucionales ante los que era presentado como ejemplo de valor y compendio de las mejores virtudes militares.
En 1958 hice voluntario la vieja “mili” en Ceuta con sólo 16 años, en el Grupo de Transmisiones nº 1, donde adquirí las especialidades técnicas de Radiotelegrafista de 2ª y de 1ª, Teletipista, Celador de Líneas y Jefe de Centro de Transmisiones, esta última tras ascender a cabo primero. En principio, nada tenía que ver con la Legión. Pero, al obtener mi primer ascenso a cabo, fui destacado en 1959 a Dar-Riffien, en el antiguo Protectorado Español en Marruecos, como jefe de la emisora de radio y cuatro Radiotelegrafistas, con la que el Tercio Duque de Alba, II de la Legión, se comunicaba con Ceuta y los Destacamentos de Kudia Taifor, Kudia Federico, La Condesa y Rincón del Medik, antes de repatriarse las tropas españolas.
Los Radiotelegrafistas estábamos agregados a una compañía legionaria, pero sólo a efectos de recoger el pan y entrar al comedor con los legionarios. Para todo lo demás éramos completamente independientes, exentos de instrucción, servicios mecánicos y de armas. Algunas noches había cine en el que proyectaban películas francesas, que como los de Transmisiones ganábamos sólo una peseta diaria y no podíamos pagar la entrada, hablé con el 2º Jefe del Tercio, entonces teniente coronel Alfonso Rodríguez Cullel, quien viendo razonable y fundada mi petición, muy amablemente y en mi presencia dio la orden para que a los cuatro se nos permitiera entrar gratis.
Más de 40 años después de haberme licenciado del Ejército, me encontré en Málaga con aquel con él. Al verlo, me sentí moralmente obligado a saludarlo para mostrarle mi gratitud. Le pregunté si había estado en Dar-Riffie, y enseguida me contestó: ¿Eres legionario?. Le aclaré que era civil, pero había estado temporalmente agregado a la Legión, además de referirle la anécdota tenida con él para que los radiooperadores pudiéramos acceder al cine libremente. Se acordaba perfectamente del caso y se mostró conmigo muy atento y satisfecho, agradeciéndome que lo hubiera saludado, porque decía que si lo recordaba tras tantos años sería porque él no habría cambiado tanto físicamente y eso le hacía sentirse todavía joven. Me dijo que se había ya retirado del Ejército siendo general división. Casualmente, hasta tenía su domicilio próximo al mío, mostrándose muy interesado en que volviéramos a vernos para recordar cosas de Dar-Riffien y la Legión. Pero, lamentablemente, al poco tiempo supe que había fallecido en Barcelona.
En aquella época mía en Dar-Riffien, todavía había legionarios “fundadores”, de aquellos primeros que en 1920 llegaban a Ceuta. Muchos llevaban 30 y más años en la Legión, llevaban casi todos la barba larga, muchos tatuajes y cicatrices de heridas en combate; marchaban muy rápidos, altivos, con la cabeza alta, pecho henchido, camisa desabrochada casi hasta la cintura, eran de porte dispuesto y con vivos aires marciales, muy disciplinados con sus jefes legionarios, hacían mucha instrucción, trabajos y largas marchas nocturnas; tenían un alto grado de compañerismo para ayudarse y ser solidarios entre ellos. Creo que hoy la Legión está ya bastante cambiada, más profesionalizada, especializada y dotada de material moderno, pero con el mismo espíritu y valor de su Credo legionario.
Lo primero que hacían tanto en su acuartelamiento como si iban destacados temporalmente a otro lugar, era construir en tierra el escudo de la Legión, grande y en el lugar más visible que se divisara a distancia; y también un rinconcito para recordar y honrar a sus muertos, a los que rendían culto con su Cristo de la Buena Muerte que sacaban en formación solemne los “Sábados legionarios”, reservándoles un sitial de honor.
Ahora ya, tras más de 60 años de haber pasado a la vida civil, todavía cada vez que veo desfilar la Legión o alguna vieja fotografía de Dar-Riffien, con las dos torretas a su entrada, donde la emisora de radio la teníamos instalada en la planta más alta de la torreta izquierda, no tengo más remedio que recordarlo con nostalgia, gran afecto y mucha admiración hacia tan heroico Cuerpo que, junto con Regulares y otros también distinguidos, tan excelentes servicios han prestado al Ejército y España. Y ese es el único que me guía al adherirme con este artículo, más otros que durante 2020 publicaré, a la solemne celebración de su Centenario.
¡Qué paisajes más bonitos y preciosas vistas se podían contemplar desde aquella torreta de Dar-Riffien. Al frente, la playa a muy corta distancia, en la que nos podíamos adentrar en el mar más de 50 metros sin que el agua cubriera; con vistas al patio central de armas, donde hacían la instrucción y celebraban su solemne “Sábado legionario”; al Oeste, las cabilas de los musulmanes; a lo lejos, las montañas con verde vegetación de Cabo Negro; al Noroeste, la blanca y bella Ceuta con su inconfundible Monte Hacho, perla del Mediterráneo y del Atlántico. Maravillosas panorámicas.
El teniente coronel legionario Piris Berrocal, con 79 años, presintió ya convertirse en “Novio de la muerte”. Enfermó con fortísimos dolores. Quiso despedirse de su Legión del alma que tan generosamente lo acogió en su regazo al llegar a Ceuta. Llamó a su general que ese día había salido en visita de inspección, pero, al enterarse, sintió la llamada de uno de sus legionarios que le gritaba: ¡A mí la Legión!. Suspendió los actos oficiales, ordenó al conductor regresar y corrió a despedirse de Piris Berrocal, quien al saber que su general iba a verlo, dispuso que no le suministraran calmantes ni ningún otro fármaco que le impidiera estar completamente lúcido. Quería estar despierto para poder despedirse de la Legión plenamente consciente, en la persona de su general jefe. Llegó éste, los dos se fundieron en un emotivo abrazo y las lágrimas de ambos surcaron sus rostros. Dos días después fallecía. Se cumplió la consigna de la Legión de nunca abandonar a sus muertos.
El año 2011 me jubilé como funcionario del Cuerpo Superior, tras haber permanecido doce años en Ceuta como Presidente del Tribunal Económico-Administrativo. Viajé a Madrid requerido por mis compañeros que me organizaron un generoso homenaje de despedida y una comida de hermandad, en la sede central del Ministerio de Hacienda. Acompañado de mi hermano, Emiliano Guerra Caballero, comandante de Ingenieros, entramos en una cafetería que él sabía estaba regentada por dos nietas del teniente coronel Piris Berrocal.
Mi hermano les comentó que yo había publicado varios artículos sobre su abuelo. A ambas nietas parecía habérseles encendido los ojos de espíritu legionario hablándonos del abuelo. Imagino lo feliz que él hubiera sido de saber con el cariño con que sus nietas lo recordaban. Se lo tenía muy merecido el valiente legionario extremeño. Dejo aquí pública constancia de ello. Los héroes de tan “altísima talla” como Domingo Piris Berrocal, merecen ser honrados y recordados.
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