De entrada soy una de esas que piensa que el poder de presión social se está perdiendo. Y también de las que lamenta que la denuncia ciudadana, al menos la pura, haya prácticamente desaparecido. Son pocos los que luchan por conseguir mejoras, por conseguir pequeños logros... y cuando te sale una plataforma de no sé qué al final terminas enterándote de que sus metas no eran tan altruistas como nos parecían. Esta falta de presión social termina traduciéndose en una ausencia casi absoluta de reivindicaciones, lo que arroja poderes totalitaristas que ven con malos ojos a aquellos que salen a la calle reclamando mejoras porque sí. Estamos tan acostumbrados a ver el crecimiento de falsos grupos sociales que ocultan pretendidos grupos de poder, que ya vemos fantasmas donde no los hay y consideramos que detrás de asociaciones tiene que haber, por narices, la querencia por una subvención o la reclamación del típico local social.
¿Qué sucede cuando ven la típica denuncia de unos vecinos de barriadas? Que los poderes empiezan no a buscar la manera de atenderla sino a debatir sobre los supuestos intereses que tendrán los vecinos por reclamar lo que se les debe. ¿Qué sucede cuando aparece de la noche a la mañana un movimiento social que pide cambios? Pues que el sistema empieza a investigar quién o quiénes son los que están detrás para sondear qué se les puede ofrecer para ‘comprarles’ y así callar la voz. Lo que sucede es que, aunque sea complicado de entenderlo, hay voces, hay denuncias, hay quejas... que no esconden nada interesado detrás. Sólo esconden a personas que buscan cambios, avances y mejoras. ¿Esto es difícil de entender? Para quienes no aspiran más que a conseguir avances y logros sociales no. Para quienes basan su vida en estrategias, vendettas y poderes corruptos por la ambición y los tejemanejes sí. El talonario no vale para todo. Todavía, menos mal, hay quienes no se venden ni se dejan comprar.