A Napoleón, pese a su fama de ser tan buen estratega militar, no se le ocurrió otra torpeza en 1812 que retirar 50.000 soldados durante la Guerra de la Independencia cuando tenía invadid España, para llevárselos a engrosar el potente ejército que se empeñó en reunir para atacar a Rusia, obcecado por su ambición de adueñarse de todo el mundo. Pero en España le salió el tiro por la culata con aquella retirada, porque produjo un gran vacío estratégico a sus propias fuerzas francesas que invadieron el territorio español. Y es que, al conocer las fuerzas aliadas anglo-portuguesas la retirada de tantos efectivos franceses, inmediatamente maniobraron para atacarles, al ver que, debilitados, se replegaban hacia Salamanca.
Las tropas anglo-portuguesas, guiadas por seis españoles conocedores del territorio, salieron en persecución de las francesas, de manera que bajaron desde Galicia y Portugal hacia abajo y trataron de cazar a los franceses saliéndoles a su encuentro. Ambos ejércitos se enfrentaron abiertamente en combate en la pequeña localidad salmantina de Arapiles, unas cinco leguas hacia el sur, casi lindando con Extremadura y cerca del término municipal de Mirandilla, mi pueblo.
El mando de los aliados lo ejercía el general inglés Arthur Wesley, duque Wellington, ayudado por los generales españoles Zayas y Cuesta. Y las tropas francesas estaban mandadas por el mariscal Marmot, auxiliado por los generales Víctor, Seult y Semellá. En la batalla de Arapiles tomaron parte 49.549 hombres, habiendo sido la más grande confrontación que tuviera lugar en Europa en el siglo XIX. En ella se produjeron 5.220 bajas aliadas (3.176 ingleses, 2.038 portugueses y varios españoles); mientras que los franceses sufrieron unas 12.500 bajas. Tras que fuera derrotado el general francés Marmot por los aliados, cayó en desgracia y fue destituido fulminantemente por el arrogante Napoleón.
En tan dura confrontación, se distinguió uno de sus vecinos, llamado Francisco Sánchez, doblemente apodado el "Cojo de Arapiles" y el "Pata palo", nacido en el mismo Arapiles, ya casi lindando con Extremadura, donde en 1812, en el curso de la Guerra de la Independencia, España derrotó por primera vez Napoleón en aquella batalla y expulsó a sus poderosas tropas que, con anterioridad se habían paseado victoriosas ante casi toda Europa, pero que, en Arapiles, los españoles le pararon los pies. Allí, las fuerzas aliadas anglo-portuguesas, guiadas por seis españoles conocedores del territorio, fueron capaces de ganarle la primera batalla a los franceses, empujándoles hacia el sur hasta Mérida. Napoleón admitió en su destierro en Waterloo, que con España se había equivocado y que en ella empezó a declinar hasta entonces brillante estrella.
Entre toda la documentación de aquella época analizada, aparece un dossier donde el general Álava, que acompañaba a Wellington, reunió un conjunto de solicitudes de concesiones por méritos contraídos durante la guerra, y donde aparece Francisco Sánchez, como el Cojo de Arapiles. A finales de 1815, el general Wellington recibió de un religioso mercedario 20.000 reales de vellón de parte del obispado de Trujillo (Perú), en reconocimiento por las victorias conseguidas. El general inglés decidió repartir esta dádiva entre varias personas que le fueron sugeridas y que habían protagonizado la defensa y evacuación de Alba de Tormes a finales de 1812, y que hasta entonces no habían recibido ni reconocimiento ni ascensos.
Pero, en la lista de beneficiados por dicho premio, introdujo Wellington, por su propia voluntad, al mismo Francisco Sánchez, el Pata palo de Arapiles, que el día de aquella batalla perdió una pierna guiando al ataque a la 4ª división del ejército Inglés. Para llevar a cabo la entrega del premio, Wellington encargó a Álava que averiguara sobre la vida y conducta del "Cojo de Arapiles" y el general inglés recibió el siguiente informe desde España: "Se llama Francisco Sánchez, natural de los Arapiles, casado, de 48 años, con conducta regular según unos y buena del todo según otros. A finales de 1815 todavía vivía en Arapiles y se maneja muy bien con la pierna de palo".
Un año después visitó Arapiles un jovencísimo madrileño llamado Ramón de Mesonero Romanos, célebre escritor del costumbrismo español y cronista de Madrid que, luego, se trasladó con su familia hasta las propiedades que sus padres tenían en Las Torres y Pelabravo, próximo al lugar de la batalla. Siendo ya un setentón recordará en sus memorias aquella visita y lo que allí encontraron:
"Pisamos – dice Mesonero Romano - aquellas célebres, aunque modestas heredades, hallándolas casi yermas, si bien sembradas de huesos y esqueletos de hombres y caballos de todos los calibres, y de infinitos restos del equipo militar. Era un inmenso cementerio al descubierto, que se extendía por algunas leguas a la redonda, y que ofrecía un horroroso espectáculo, capaz de poner miedo en el ánimo más esforzado...Aunque los muchachos lo apreciábamos de otro modo, convirtiéndolo todo en provecho de nuestros juegos y escarceos.
Mis hermanitos y yo, unidos con los chicos de los renteros de mi padre, y con la mejor voluntad y patriótica algazara, reuníamos aquellos horribles restos, apilándolos en formas caprichosas y pegándoles fuego con los rastrojos, porque todos aquellos huesos, a nuestro entender, eran de los pícaros franceses, y porque, según nos aseguraban los labriegos, aquellas cenizas eran muy convenientes para el abono de las tierras; otras veces, dedicándonos al acopio de proyectiles, les colocábamos en sendas pilas, como suelen verse en los parques y maestranzas, y recogiendo entre ellos aquellos más pequeños que podíamos llevar en los bolsillos, tornábamos a la aldea muy satisfechos de nuestra jornada y ostentando nuestro surtido de municiones".
"Visitábamos después la humilde aldea de Arapiles y, en ella, la casa de Francisco, apodado el Cojo de Arapiles, porque una bala de cañón le hizo perder una pierna cuando, según él decía, iba guiando a Wellington en sus exploraciones por aquellos campos... El Cojo le hizo de guía Wellington durante la batalla".
A causa de su peripecia, el Cojo de Arapiles recibió una pensión de seis reales diarios que, según el mismo Francisco, se la quitaron los liberales el año 1820. Permaneció luego Francisco en su pueblo, Arapiles, el resto de su vida sirviendo de guía de los visitantes que se acercaban a visitar el campo de batalla atraídos por conocer la historia de la gran batalla.
Gracias a varios artículos de don Enrique H. Gutiérrez publicados en 1908 en diversos periódicos, durante el primer Centenario de la guerra, que, la familia de Francisco, pertenecía a la saga de "los Pascualones" y a él le llamaban en vida Pata palo, aunque en esa fecha ya había fallecido, pero en el Ayuntamiento de Arapiles, cuenta don Enrique, que se conservaba un documento escrito por él donde narraba la batalla, en forma de coplilla popular que, luego era cantada por el Cojo de Arapiles para narrar de forma amena la batalla a los turistas.
El 22 de julio se celebran todos los años en los Arapiles dos misas, una de gloria y otra de difuntos, y el pueblo sale en procesión, después de oírlas, van al Arapil grande. Durante el día los hombres hablan de la batalla, las mujeres sacan de sus viejas arcas las armas ya enmohecidas que recibieron, como reliquias, de sus mayores. Mozos y mozas se congregan por la tarde en la plaza del pueblo, para bailar al compás del tamboril y de la gaita. En Arapiles perdura el recuerdo, porque todavía tropieza el azadón del labriego, cuando remueve la tierra, con huesos y hierro, restos de aquella sangrienta jornada. Resulta curioso que el mismo día 22 de julio, fecha de aquella batalla, se celebran cada año en Mirandilla, mi pueblo, las Fiestas patronales de Santa María Magdalena. Y mi pueblo, no fue ajeno a aquella batalla, por lo que en adelante expondré.
Hoy en día, se tienen en Arapiles libros temáticos, paneles sobre el terreno donde nos detallan los movimientos de las tropas, un aula de interpretación de la batalla... Y, como rememoración de aquellos hechos de guerra, se recuerda una coplilla popular que se cantaba en Arapiles, que dice así:
"Favor le pido a Jesús/ y a la Virgen, Santa y Bella,/ para poder explicar/ la batalla más sangrienta/ el más ejemplar combate/ que habido en nuestra tierra/ la España con Portugal/ la Francia e Inglaterra/ sólo habido en nuestra España/ esta batalla sangrienta/ En el pueblo de Arapiles/ de Salamanca una legua/ sucedió lo que refiero/ y todo al pie de la letra/ En 22 de Julio / día de la Magdalena (en Mirandilla)/ comenzaron las guerrillas/ por la Ermita de la Peña/ a atacar a los franceses/ con mucho valor y fuerza/ Caminaban, como siempre/ con muchísima cautela/ la han llamado atención/ a todas las tropas nuestras/ Mientras a ver si podían/ con enredos y estratagemas/ apropiarse el Arapil/ que les sirvió de defensa/.
Como al cabo así lo hicieron/ quedándose las tropas nuestras/ en el monte de la Maza/ en tanto que las francesas/ coger el Arapil grande / con bastante ligereza/ Las alturas del sierro/ peñas agudas, bien cerca/ el teso de la cabaña/ también el de la Coquera/ las peñas del Castillejo/ allí tienen buena defensa/ pasaron a la Atalaya/de Mirandilla bien cerca/ colocaron dos cañones/hora de las dos y media /No quedó nadie en el pueblo/ que el que menos corre, vuela/
porque iban las balas rasas/ zumbando por las orejas/ y uno que quedó en él/ pagó muy bien las maesas/ que le llevaron de guía/ y rompieron una pierna / Se empezó a romper el fuego/ extendiendo la tristeza/ porque el menor cañonazo/ hace temblar la tierra...". Tal como en la misma coplilla figura, en ella se recoge a Mirandilla, mi pueblo.
Francisco, el Cojo de Arapiles, hacía de guía de los visitantes y les contaba que él era el mismo que sirvió al duque de Wellington durante la batalla. En la narración refiere que perdió su pierna durante la lucha y por esto fue llamaban "El Cojo de Arapiles". Por su discapacidad en combate, recibió una pensión de seis reales diarios que los liberales se la quitaron el año 1820.
Del campo de batalla indicaba que la llanura, durante veinte años, estuvo cubierta de huesos blanqueados. En Arapiles perdura el recuerdo, porque todavía tropieza el azadón del labriego, cuando remueve la tierra, con huesos y hierro, restos de la sangrienta jornada. Los combatientes llegaron en su enfrentamiento hasta mi pueblo, Mirandilla, habiendo accedido al mismo a través del desfiladero o Puerto que hay entre la sierra del Moro, como último promontorio de la cadena montañosa llamada toda ella Sierra Bermeja, que es la misma sierra que por el norte rodea a Mirandilla, y desde la que, viajando en dirección sur, desde la misma Atalaya, los aliados instalaron dos cañones sobre las 14,30 horas que comenzaron a disparar. Desde allí, se da ya vista por el norte a mi pueblo que, precisamente, el mismo día de la batalla, el 22 de julio de 1812, también celebraba, como todos los años, sus fiestas patronales de Santa María Magdalena.
Y, hasta la misma Mirandilla llegaron después las tropas francesas, que desde el norte eran perseguidas por los aliados anglo-portugueses hacia el sur. Ambas fuerzas contendientes, las anglo-portuguesas-españolas, estas últimas mandadas por los generales españoles Zayas y Cuesta, por un lado, y las francesas por el otro, estuvieron a punto de librar una sangrienta batalla en Mirandilla el 14 de mayo de 1809, donde llegaron las fuerzas aliadas que entraron desde el vecino pueblo de Aljucén en persecución de los franceses; éstos, mandados por los generales Víctor, Soult, Sellimá, más cuatro Regimientos de dragones que estuvieron acantonados en Mirandilla unos diez días a las órdenes del general francés Latour-Manbourg; aunque estos últimos detectaron a las fuerzas aliadas y se escaparon de la batalla replegándose hasta Mérida. Así lo tengo recogido en mi libro titulado, "Mirandilla, sus tierras y sus gentes", que el año 2005 me editó y publicó la Diputación Provincial de Badajoz.
Esta historia del Cojo de Arapiles, que se desenvolvió tan cerca, prácticamente, en los límites de Salamanca con Extremadura y en las inmediaciones de mi pueblo, era desconocida hasta ahora en Mirandilla, habiendo sido descubierta por mí, con mis nuevas investigaciones que siempre realizo sobre la historia de mi querido pueblo.