Todo es bello y en la belleza existe una mirada que contempla y que nos contempla. Viajo por la Grecia Clásica donde el tiempo no ha podido destruir el arte, lo sublime, lo que nos comunica con otras culturas a través del silencio. Las Cariátides , las estatuas de piedra que nos transmiten gestos, el oro de las máscaras funerarias, los dioses que cuentan historias de la historia.
En Los yacimientos de los pueblos enterrados están otras civilizaciones, otras lenguas, otras creencias; la herencia, el árbol genealógico del legado arrebatado al olvido. comprendemos por qué el arte es un camino y que la belleza es el instante necesario para sentirnos inmortales.
Estilos, sincretismo, ideales. El amor, la libertad, la fuerza, la victoria , la inspiración de las musas , la derrota y la victoria. Están ahí, en la Acrópolis, en el Partenón, en el Olimpo. Los dioses son las proyecciones del hombre.
Ceuta siempre ha sido morada de civilizaciones: la cuna de Hércules que esculpe Septem Nostra. La mujer dormida que viaja al monte Hacho para otear el mediterráneo en calma y el atlántico de espuma embravecida por Neptuno para protegernos de piratas.
Andar por los senderos mágicos de esta perla del mediterráneo, hacerle un guiño a Roma saboreando salazones, deambular hablando con los pensadores en la ruta de los filósofos, bañarse en el interior de la ola de Diego Segura, subir la escalera de Caracol del edificio Trujillo, sentarte al lado de Ben Yehuda, la puerta califal, la Virgen de África cuyo rostro retuerce el dolor, el trayecto del tren desde Tetuán a Ceuta, el yacimiento de la huerta de Rufino, las murallas Meriníes defendiendo la ciudad, el Desnarigado recorriendo guerras recientes.
La ciudad de las cuatro culturas, de los dos mares, de los dos vientos, de la romería de San Antonio y la Semana Santa del encuentro.
Emprender el viaje desde las murallas reales y ascender a la fortaleza del Hacho.
Hay que lanzar el CAÑONAZO de las doce.