Ante las próximas elecciones y sus eventuales efectos, y sin perjuicio de elaborar después mi habitual balance sobre nuestros contenciosos y diferendos, los seis, los contenciosos de Gibraltar, el Sáhara, y Ceuta y Melilla, más los diferendos, Las Salvajes, Olivenza y Perejil, según mi clasificación no discutida, y no habiendo necesidad de reiterar porque lo he hecho ad nauseam administrativa, mi condición de primer espada en tan trascendente materia, en la que, como acostumbro a señalar en una de mis máximas diplomáticas, sin resolver o al menos encauzar adecuadamente, España no volverá a ocupar los niveles que corresponden en el concierto de las naciones, a la que fue primera potencia planetaria y cofundadora del derecho internacional al más noble de los títulos, la introducción del humanismo en el derecho de gentes, parece conveniente un comentario, muy sotto voce, sobre el islote Perejil y la diplomacia regia, si se quiere en cuanto pretexto preelectoral en política exterior.
Y también, como ejercicio didáctico sobre el fundamental para España y entrañable para mí Magreb a partir de Rabat; para unos y otros nacionales, y naturalmente para terceros.
Perejil es la única controversia en la que, subrayando que a diferencia de las demás, las dos partes están de acuerdo en el mantenimiento del “tierra de nadie”, en el restablecimiento del statu quo ante, en la solución práctica del conflicto, lo que si bien resulta aplaudible, asimismo parece matizable para los profesionales del análisis de su técnica y por ende, de sus consecuencias potenciales.
Un aspecto nuclear radica en el inmediato desalojo militar, ante la atónita mirada de las cabras que allí pastan, de la media docena de gendarmes marroquíes que, “en una operación de control del narcotráfico” (ya en 1977 yo ponía en Rabat sobre papel oficial la urgente necesidad de que se reunieran los ministros de Interior de España y Marruecos ante el tráfico que despuntaba del hachís) según su versión, habían desplegado su bandera, con lo que ello implica. De ahí, la fulminante reacción española, por encima del tremendo exceso en efectivos (el coronel jefe de helicópteros colaboró conmigo en una embajada africana sensible, en mis dos etapas de presidente de turno de la UE, en la que por primera vez hubo una misión militar europea, comandada además por él mismo, ya un general español).
Se ha podido pensar que con el incidente Perejil planeó en alguna manera la ruptura de hostilidades con el vecino del sur. No es esa nuestra impresión, ni en ese tema concreto, cuyas causas directas -tras habernos adherido a la tesis de que Mohamed VI sólo buscaba un golpe de efecto, ya que sabía bien que Washington, todavía más aliado a partir del 11S, no dejaría que las cosas pasaran a mayores- nos atreveríamos a insinuar que nadie conoce cabalmente, ya difuminadas en los arcana imperii, dentro de la crisis general en la que se movían trabajosamente las relaciones con “el hombre que odia a Marruecos”, como tildó desde un enfoque minoritario e hiperbolizado el oficialista Aujourd’hui a Aznar, ni en el general del escenario de conflicto bélico.
"Se ha podido pensar que con el incidente Perejil planeó en alguna manera la ruptura de hostilidades con el vecino del sur"
Ante todo, está la vía diplomática, como así acaeció, con un matiz por mi parte: en lugar de acudir a mediaciones ajenas por efectivas que sean, que lo fueron, existe -para evitar la posibilidad no descartable por definición de peajes a terceros, por no citar los riesgos de llamar a un gobierno tal vez no más aliado de uno que del otro según las previsiones, dato clave sobre el que sin duda parece difícil tener certeza más allá de los formalismos y diríase asaz complicado el precisar el juego de alianzas, en particular, el coyuntural- la diplomacia regia, que debe de ser, como invoco siempre, por principio, la primera instancia con el reino alauita. La diplomacia de las coronas, instrumento excepcional y subsidiario antes que complementario de la acción del gobierno, con el que a título casi singular cuenta y ha ejercido Madrid con Rabat, desde Don Juan con Hassan II, cuyo entendimiento se acentuaba por el humo cómplice de dos empedernidos fumadores, hasta Felipe VI, invariablemente prudente y preparado, en tan delicado asunto mayor.
Situados a efectos académicos ante el riesgo bélico, y aunque por descontado es tema para especialistas, en nuestra opinión su entidad resulta muy menor, nunca, claro está, inexistente, mientras perviva el trono alauita. Cierto que siendo idéntica la persistencia en los objetivos, no habrá necesidad de puntualizar la diferencia en los ritmos, con Hassan II y su sagesse en el manejo de los tempos, y con Mohamed VI, a quien recuerdo digno y resuelto a sus doce años, en representación de su padre -era la época de la Marcha Verde- en los funerales de Franco y la coronación de Juan Carlos I.
He tratado acerca de los golpes de Estado y la baraka de Hassan II, con en el único caso que registra la historia de la aviación, ataque al avión real por cazas marroquíes, así como sobre las conspiraciones palaciegas del mundo árabe. El rearme manifiesto y amplio de Rabat está principalmente en función de Argelia, con quien Madrid tiene que restablecer cuanto antes el equilibrio global en el Magreb, lo que constituye un principio vital, clave, en zona hipersensible (Una digresión para romper la aridez del tema y porque el asunto, cierto que menor, está pendiente y creo que merece las pena retomarlo, a fin de recordar tiempos bucólicos en las relaciones, cuando al frente de un equipo de arquitectos dirigidos por el prestigioso Julio Cano Lasso, que iban por el honor, allí viajamos para, con nuestra experiencia, proponerles transformar alguno de los castillos que Carlos V dejó en el Oranesado hispánico en paradores de turismo e impulsar su industria en el importante ramo).
"Lo que nos interesa destacar ahora, amén de que España tiene, por supuesto, que cumplir sus compromisos con la OTAN"
“Me di cuenta de que para España tendría mayor trascendencia por su superior calado político, acelerar el ingreso en la OTAN antes que en Europa, que se planteaba como un tema económico”, asevera Calvo Sotelo. Quizá pudiera también pensarse y parece que con nitidez bastante, que lo que España necesitaba y los españoles querían, era sobre todo, entrar en la CEE. Sea como fuere, volviendo al tema de hoy, en el paraguas de la Alianza Atlántica, no cubiertas nuestras posesiones en Marruecos formalmente por el tratado NATO pero sí funcionalmente con los criterios actuales de interpretación sobre las intervenciones fuera de zona en territorios de algún miembro, parece pertinente, por pura, elemental cautela diplomática, esgrimir con la debida discreción el argumento ya citado del juego de alianzas.
En fin, lo que nos interesa destacar ahora, amén de que España tiene, por supuesto, que cumplir sus compromisos con la OTAN, es que, según nuestro criterio y tal que venimos manteniendo, sobre Perejil existe un mejor derecho de España, no un único, pero sí un mejor derecho, tipificación alegable ante cualquier eventual disputa jurisdiccional, cierto que harto improbable según va la dinámica de nuestros contenciosos.
Por su parte Dionisio García Flórez, el primero que sepamos en alertar de que “sin que nadie ejerciera actos de soberanía en la isla, se podría terminar provocando un detonante de crisis”, sostiene que “España tiene argumentos para defender su soberanía ante el Tribunal Internacional de La Haya: la Plaza se convirtió en española en 1640 y dos décadas después Portugal reconoció la soberanía española sobre Ceuta y sus dependencias”. Y como ha demostrado documentalmente Juan Francisco Vilar, “desde 1415 a 1581 - en que se produjo la unión de España y Portugal bajo Felipe II y la ciudad y su zona de influencia pasan a control español, que se oficializará, tras la ruptura de la unión personal, por el tratado hispanoportugués de 1668, en el que se reconoce la soberanía española sobre Ceuta y sus dependencias- Perejil fue dependencia de la Ceuta lusitana, según se desprende de la documentación del archivo lisboeta de la Torre do Tombo así como de la cartografía de la época, en la que el atlas de Braun (Colonia, 1572) sitúa en lo alto del islote una atalaya”.