La crítica en campaña es positiva, el enfrentamiento dentro de unos límites también. Ese ejercicio demuestra que hay interés entre las distintas formaciones por hacer las cosas bien. Una campaña sin ideas enfrentadas, sin debates sería algo así como un paseo amañado. No, eso no es bueno.
Pero una cosa es la crítica, el enfrentamiento, la oposición de ideas y otra bien distinta la generación de polémicas carentes de sentido. Sucede con la pegada de carteles. Primero Ciudadanos y ahora el PSOE se han echado las manos a la cabeza acusando a populares de tapar sus láminas personalizadas. Los socialistas nos regalan hasta un vídeo de Miguelito en plena “jugada sucia”. Atrás dejamos cuando amanecían los carteles de otros candidatos con cuernos en la cabeza, con los populares genitales masculinos de adorno e incluso los había decorados con mensajes de todo tipo. Carteles hay de sobra e ideas también.
Lo que ahora se vende como un ataque a la democracia no deja de ser la más absurda tontería. ¿Ustedes creen sinceramente que al votante le importa su cartel lo más mínimo?, ¿creen que tiene algún tipo de influencia social o en la votación?
No tienen siquiera sentido en pleno 2023 los actos de pegada de carteles a las doce de la noche, en una época dominada por las redes sociales en donde los mensajes, las imágenes y los gestos se comparten y tienen un mayor impacto de móvil a móvil que en un panel en mitad de la calle con el careto del candidato/candidata.
En esto somos unos nostálgicos. Avanzamos en tantas cosas pero seguimos aferrándonos al gesto de la tradicional pegada que ni tiene impacto en el ciudadano y solo es seguida -por obligación- por los medios de comunicación que hacen malabarismos para estar en todos los puntos y prácticamente a la misma hora.
La guerra de los carteles es la polémica más absurda de las registradas en esta campaña que casi consume una semana.