Se acercan, ya llegan las fechas que marcan el ritual anual del Sáhara Occidental. Y son legión los interesados, estudiosos, aficionados, que escriben sobre tan lamentable y fangoso asunto. Sin duda ello es bueno en cuanto que permite mantener la llama encendida pero con similar rotundidad podría mantenerse que es malo en cuanto probatorio de la inmutabilidad del diferendo, de que no se contemple solución visible en el horizonte contemplable. Los argumentos son los mismos; las imputaciones se repiten; las responsabilidades se reiteran. Todo está suficientemente claro, empezando por las dificultades de solucionar tan enconada controversia, derivadas de las insuficiencias del derecho internacional y de las imperfecciones de la política exterior.
Es cierto que los acontecimientos se siguen sucediendo pero sin que nada autorice a pensar que las cosas van a cambiar sustancialmente y menos a partir del sonado fiasco diplomático del secretario general de Naciones Unidas en su reciente visita de marzo a la que esperó hasta casi su jubilación de diez años en el cargo, manteniendo eso sí al mismo mediador durante ocho años, y la contundente respuesta rabatí, que cualquiera que fuera su exégesis se plasmaba en un rayano a lo definitivo.
En mayo de este año fallecía Mohamed Abdelaziz, tras 40 años al frente de la causa saharaui. Fue el típico líder árabe, con escaso carisma (pocos líderes tan carismáticos en el mundo árabe como Nasser, pero tal cualidad no le sirvió para escapar de la categoría del general permanentemente derrotado) e infinita e interesada paciencia, partidario de la vía diplomática, que hizo lo que pudo, que ya es bastante dadas las circunstancias. Sin nuevos líderes, impensable desde la típica mentalidad árabe un joven valor salvo surgido en acción, como fue el caso del primer héroe nacionalista, Bassiri, se ha encumbrado a uno de los clásicos en el grupo de los senectos, Brahim Gali, que tiene como credencial haber formado parte del núcleo decisor desde la misma creación del Frente Polisario y que en uno de los momentos más configuradores de la contienda, cuando en enero del 89, la única vez que el propio Hassan II se presta a hablar con ellos, formará parte de la delegación tripartita saharaui: ¨Se abre ¨el espíritu de Marrakech¨, con el rey cordialmente despectivo; los guerrilleros sumisamente altivos; y las banderas cansadas y los palmerales cantados por los poetas¨, escribía yo, antes de recoger la opinión de los tratadistas: ¨en aquellos momentos lo que se les ofrece a los saharauis es una amplia autonomía bajo bandera marroquí, que los polisarios, cuyas miras en el histórico encuentro eran ingenua pero debidamente más elevadas, rechazarán¨.
Por encima de las imperfecciones de diversa índole que llenan todos nuestros libros y las referencias a ellos y que no volveremos a escribir, un hecho se agiganta incontrovertible: hoy, cuatro décadas después, casi todo, todo sigue igual. Y esa es la clave: el conflicto no puede ser eterno. Existen disputas internacionales de larga duración e incierto desenlace (y hasta de más difícil solución, como la de Chipre, si traemos a colación la autorizada opinión de James Baker, que se ocupó de ambos diferendos) pero ninguna tiene los parámetros tan bien definidos, tan determinados, tan incuestionables como la del Sáhara Occidental.
Y sin embargo, los múltiples escritos y declaraciones que surgirán sobre la contienda saharauimarroquí no pasarán de la cantinela habitual y por tanto inoperante. Ya no hay datos nuevos salvo los de la evolución vegetativa del conflicto, más erosionante para los saharauis porque para ellos es vivencial. Podría mantenerse que ya no hay nada que no se haya dicho. Y mientras los archivos han sido expurgados y van desapareciendo los protagonistas y los testigos de primera fila, las alegaciones, cansinas, se repiten. Ni siquiera se encuentran datos para los investigadores, es decir, que excedan del plano puramente académico.
En La Serradilla, en la vieja casona familiar de granito rodeada de pinos centenarios desde la que se ven las murallas de Avila, he encontrado -junto a la piedra caliza del Sáhara con la representación de un ave, prueba de que el desierto fue un vergel: ¨nunca os olvidaré ni lo que simboliza este obsequio¨, dije a los profesores españoles en el Aaiun- un ejemplar de la memoria voluntaria que hice en 1980 al terminar mi destino en Rabat y pasar a Cuba. Se encuadernaron una docena de ejemplares mecanografiados –a sus pies, Mary Luz, que iba para cantante de ópera cuando le fallaron las cuerdas bucales- de La acción consular de España en Marruecos desde la independencia, cuya edición he propuesto al MAEC por su posible interés, ya que se trata de un sobresaliente y útil trabajo, que cubre prácticamente todos los aspectos del importante cuarto de siglo inicial de las relaciones consulares hispanomarroquíes.
En la memoria he encontrado un dato menor pero fidedigno que, amén de para especialistas, procede reseñar. ¨Confeccionado el primer censo de españoles en el Sáhara, con fecha de 31 de diciembre de 1978, realizado por mí, la cifra ascendía a 335, repartidos entre Fos-Bucráa (220) y El Aaiún (115). Luego, el cerrado a 31 de diciembre de 1979, recoge 717 españoles, aunque no es una cifra real. Los españoles censados lo son a título de derecho ya que más de 300 son menores de edad y residen de hecho en Las Palmas. Pero es que además, la colonia española en Fos-Bucráa había desaparecido. El cierre real de las minas produjo en febrero de 1980, el licenciamiento de 203 españoles, quedando sólo 17, en puestos administrativos y con residencia en El Aaiún. Por tanto, el número de compatriotas se había reducido en casi una tercera parte, cayendo de 335 a 127, y todos con residencia en El Aaiún¨. Pues bien, en la memoria incluyo la siguiente addenda. ¨Ante todo, actualizar el censo de nuestra colonia en el Sáhara exespañol, con la inclusión de 6 compatriotas en Dakhla (antigua Villa Cisneros). Se trata de un sacerdote y cinco civiles cuya existencia constató el autor de estas líneas en uno de sus desplazamientos pero que con motivo de la ocupación del territorio bajo administración mauritana por Marruecos, en 1979, el anterior Depositario de los bienes de España en El Aaiún informó que habían abandonado la zona. Confirmando rumores en contrario que llegaban a la Embajada, con fecha de 30 de junio de 1980, se ha procedido a su inscripción en el censo que se lleva en la Sección Consular. Así pues, la cifra de españoles en el Sáhara Occidental que cifrábamos en 127, se incrementa en seis más, 133 ¨.
También encontré junto al dato anterior, otro texto igualmente amarillento, ajado, sin la menor atingencia con el Sáhara, puramente anecdótico, incluso de una cierta frivolidad, que se intercala con el permiso del lector porque quizá venga a cuento para intentar romper momentáneamente, con un toque semifestivo, la aridez administrativa y moral del contencioso. El consejero político de nuestra embajada en Rabat, Joaquín Ortega, que luego sería subsecretario de Exteriores, que a sus 84 años mantiene activa su atención profesional y que era amigo del escritor Carlos Fuentes, el dandy de la diplomacia mexicana, me atribuía ¨un cierto dandismo¨ (es de suponer que cuando yo regresaba del desierto). En unos tiempos en que dos diplomáticos elegantes –categoría próxima pero distinta del dandismo- el alemán Claus von Amsberg y el francés Henri de Montpezat, contraían matrimonio con dos reinas, la de Holanda y la de Dinamarca, en la diplomacia española no había casi dandis y constituía un tópico el recordatorio anterior de Gutiérrez de Agüera, traductor de Le Diplomate, de Jules Cambon, que frecuentaba los salones con su sempiterno clavel en la solapa. Quizá pudo serlo Edgar Neville, conde de Berlanga del Duero, literato y cineasta, de ¨bohemia dorada¨, pero su obesidad sobrevenida le sacó del elenco, aparte de que en cuanto tuvo ocasión, lo que fue pronto, se salió de la carrera para dedicarse a otros menesteres distantes de la burocracia: ¨Un dandy tras la cámara¨. Para colmo, dos prototipos del dandy pudieron entrar en la diplomacia pero José Luis de Villalonga, que siempre encarnó en la cinematografía, francesa y española, a aristócratas distinguidos, es decir a sí mismo, no quiso seguir las indicaciones de su padre, y del conde de Villapadierna, el ¨último dandy, que disfrutó y dilapidó tres grandes herencias, que vivió al galope de sus pasiones, caballos, galgos y coches y fue un caballero de proverbial porte, con un toque internacional especial en la España de su tiempo¨, sólo sabemos que ¨cursó oposiciones a diplomático¨. (Sobre lo que en un principio, desde el XIX, suponía la simple comodidad de guardarse el pañuelo una vez utilizado en el bolsillo más próximo al apéndice nasal, el superior de la chaqueta, con el resultado frecuente de que quedaba sobresaliendo de forma descuidada, elegantes y horteras introdujeron distintas variaciones. Éstos, entre los que figuraban el Caudillo y varios de sus ministros, exhibiendo en su cursilería el pañuelo de manera cuidadosamente horizontal, mostrándolo con una anchura matemática de un dedo, y aquellos, bien a modo de triángulo más o menos acentuado u otras modalidades de distinta afectación, entre los que se hacía notar Villapadierna, que lo llevaba de forma en verdad exagerada, casi como un tubo emergente, lo que no le impedía sobresalir como un destacado émulo de Petronio). Ni siquiera echando mano de los titulares de Santa Cruz encontramos más que a Gregorio López-Bravo, sin que un defecto en una pierna, cierto que imperceptible, llegara a mermar un ápice su elegancia. Y poco más que contar de los Beau Brummell de la diplomacia española….
Cuando antes se hablaba del Sáhara, se hacía en genérico, refiriéndose a la franja que integran más de una docena de países. Allí había estado la Legión Extranjera, tan exótica que sigue sin aceptar mujeres en sus filas, y allí, al sur de Argelia, en el macizo de Ahaggar, había situado Pierre Benoit a sus oficiales franceses en la Atlántida de la reina Antinea. En el desierto libio, Saint-Exupéry sufrirá el accidente de aviación con el que, como tantas veces se ha contado, principia El Principito. También en el argelino, al sur de Orán, morirá a los 27 años, ahogada junto a sus manuscritos, la escritora Isabelle Eberhardt, ¨la novia del Sáhara¨… El Sáhara español, a pesar de la inmensa ventaja de bordearlo el Atlántico, no figuraba mucho más allá del desvaído colonialismo hispánico en Africa y sin embargo en él ha surgido una nación, que prosigue a la búsqueda de su estado, resolviendo un profundo problema de filosofía política pura, el poder precisar hasta qué punto ocho lustros combatiendo son suficientes para solidificar una nacionalidad entre pueblos tradicionalmente nómadas, con un sedentarismo reciente. Y tan es así, que el Sáhara Occidental es prácticamente el único de los países que integran el Sáhara que se ha autodeterminado per se, que en paralelo divergente con Estados Unidos que añade de América en exclusiva, podría titularse el Sáhara sin más, eliminando el Occidental.
Uno de los escasos errores de Hassan II fue el no calibrar debidamente el potencial nacionalista en el Sáhara ex español: ¨España obró con sabiduría renunciando a organizar entre ¨el pueblo saharaui¨ un referendum de autodeterminación, porque hay un pueblo saharaui en Mauritania, en Argelia, en Mali, en Senegal y…en Marruecos ¿Podría uno imaginarse la aparición de media docena de naciones saharauis, bruscamente autodeterminadas, en el seno de estos países? En ese caso autodeterminación significaría autodestrucción¨. Pues bien, el nacionalismo saharaui – ¨El alma de un pueblo¨, en la expresión de Ahmed-Babá Miske- va a surgir al calor de una serie de circunstancias, recogidas por Francisco Villar. Por un lado, como reacción ante las continuas y crecientes reivindicaciones de sus vecinos; por otro, a causa de la política española, que en su paternalismo resaltará interesadamente la identidad colectiva de los autóctonos; también actuará la conciencia de no haber estado sometidos nunca a un poder ajeno, con la excepción matizable del colonialismo español; luego, las múltiples independencias en derredor; y asimismo, el saber que se cuenta con un país donde a la riqueza piscícola se suman los fosfatos.
Así nacería la RASD, iniciándose una contienda que ya dura más de 40 años, que se va acercando al medio siglo, que se dice pronto, generación y media de saharauis y marroquíes, en la que Marruecos ha obtenido una victoria militar pero no diplomática. Por tanto no concluyente. De ahí, que el conflicto se presente irresuelto y demande la correspondiente solución que, dadas las circunstancias, el valor tremendamente vinculante de los hechos consumados en derecho internacional, habría de buscarse en base al incontornable realismo, esto es, al posibilismo, en vía metajurídica, paralegal. Es decir, una salida regida por la realpolitik. Y yo, como primer espada en los contenciosos diplomáticos españoles, nemine discrepante, vuelvo a insistir, ¨con la brújula loca pero fija la fe¨, que decía Foxá, en la partición, a pesar de ser sabedor del escaso predicamento que en la actualidad tiene la tesis del reparto y que el ex ministro de exteriores Moratinos, gran conocedor de la problemática y buen amigo, ha sintetizado en un elocuente ¨antes pudo ser ; hoy ya no ¨.
En cualquier caso, siempre dentro del prisma de la realpolitik, de lo factible, de intentar superar el impasse actual con la defensa de la partición en cuanto salida casi salomónica, quizá resulte pertinente aducir otra consideración adicional, a la búsqueda de destrabar el diferendo, lo que constituye el objetivo nuclear. Podría pensarse que a la larga, el statu quo más o menos matizado si se quiere, se antoja extremadamente difícil de mantener, tanto para Marruecos, que tendría que seguir soportando olímpicamente la presión internacional de condena en cuanto país anexionista y conculcador de los derechos humanos, todo ello avanzando el siglo XXI, donde además resulta incuestionable que el tremendo –se reitera el calificativo- valor de los hechos consumados en derecho internacional tiene sus límites y desde luego, sería inconcebible que una nación pudiera desaparecer, como para los saharauis, que por mucho que proclamen en su forzado conformismo que ¨si no ahora, verán la independencia los hijos de nuestros hijos o los hijos de sus hijos ¨, es de suponer que son conscientes de que tamaña posición excede de las categorías contemplables y sitúa el tempo histórico de resolución del conflicto en coordenadas inaceptables.
Por lo demás, y por mucho que lamentablemente, así son las cosas, las guerras han provocado la cesión de territorios por parte de los estados derrotados y, como ya han recordado distintos analistas, ahí está el caso de México, que perdió nada menos que el 55 por ciento del suyo a manos de Estados Unidos, por citar un ejemplo con participación del, junto con Francia, principal interviniente no árabe, en el drama saharaui.
Aunque no estamos convencidos –raramente habremos utilizado ese término en materia de contenciosos diplomáticos españoles- podría pensarse que frente a la tesis ciertamente superadora de un estatuto para el Sahara ligado a Marruecos por vínculos pactados del tipo de un federalismo, de una confederación, o de un estado libre asociado, que esgrimen Bernabé López et alii, y que prima facie parece más cercana, también por lo continuista, a los contendientes, la partición, por la autonomía que conlleva, quizá encajara con mayor dignidad, respeto, y sobre todo consistencia de futuro, en el juego de soberanías.
Como ya he tenido el honor de escribir: Los mejores deseos a marroquíes y saharauis, nobles pueblos entre los que he convivido varios años y tengo tantos amigos. Y la paz…