Cuando aterrizamos en el aeropuerto Cesárea Évora de la isla de Sao Vicente, que es conocida como cuna de artistas y considerada capital cultural del archipiélago caboverdiano, nos estaba esperando el simpático profesor Rui Freitas de la Universidad de Cabo Verde. Al salir del recinto lo primero que uno ve es la emblemática escultura que homenajea a la gran cantante caboverdiana que llevó la morna por todo el mundo, Cize (el apodo con el que se conoce a la cantante en su tierra natal) que también desbordaba a propios y extraños debido a su gran generosidad y adhesión a la búsqueda de la bondad. Su hospitalaria casa siempre estaba abierta a todo aquel que lo necesitara. Tanto Rui como el señor Alindo, todo un personaje en Mindelo, pues no en vano fue el primer embajador de Cabo Verde en Cuba y la persona a la que habíamos alquilado la casa, nos ayudaron desde el primer momento a solucionar todas nuestras necesidades previas de organización; ambos son dignos hijos de la tradición cultural caboverdiana que hace de la hospitalidad y la amabilidad (morabeza) una forma de vida. La mas que suficiente residencia preparada por el señor Alindo estaba situada en una inmensidad perdida y ventosa de Baía das Gatas. Se denomina así por la frecuente presencia de tiburones de fondo en las inmediaciones de su litoral, una especie de cazón completamente inofensivo, pero que puede causar cierta impresión si se está frente a un grupo de estos escualos.
Rui, por su parte, se apresuró a presentarnos al buzo profesional de la isla, conocido como “tiburao” por sus amigos, para que nos proporcionara algunas botellas y plomos con el fin de tener autonomía si decidíamos salir algún día desde la costa por nuestra cuenta. Como realmente era la primera vez que pisaba esta preciosa isla (ya conocía Sao Tiago y Sal de viajes previos) estaba más inclinado a salir con otro amigo de Rui que era instructor en uno de los clubes que operan en la isla. Hablar con un buzo experimentado es como entablar una conversación con un montañero, ambos te indican los lugares idóneos, los problemas que se pueden encontrar y dónde poder hallar lo que se busca en relación a la exploración biológica que se pretendía realizar. Además Ari, que así se llama el instructor comentado atiende al diminutivo de Arikson, debido al esplendoroso pasado anglo-comercial de abastecimiento de buques vivido por Mindelo a largo de la primera mitad del siglo pasado, ya había trabajado explorando hábitats sumergidos con Peter Wirtz, un excéntrico alemán afincado en Madeira que es uno de los exploradores biológicos más activos y productivos, y que desarrolla su labor en los archipiélagos macaronésicos entre los que se incluye Cabo Verde.
De todos modos, debo indicar que me quedé con muchas ganas de bucear con tiburao en el centro de la bahía de Mindelo, bien conocida como Porto Grande, que es dónde los comerciantes británicos fundaron su pequeño imperio económico caboverdiano abasteciendo de carbón a los buques mercantes a precios muy bajos. Espero tener otra ocasión. En esta campaña de pura exploración biológica, las funciones están bien repartidas y la vivienda en alquiler constituye una plataforma para trabajar las muestras colectadas y retirarse después de una dura jornada de buceo y de exploración litoral. El trabajo de Jesús Ortea y Leopoldo Moro (el primero es la gran eminencia mundial en la fauna de moluscos opistobranquios y el segundo fue su alumno y hoy ya es un brillante malacólogo con amplios conocimientos sobre otros grupos zoológicos) está centrado en la colección de microfauna asociada a organismos estructurales como las algas o los corales. Para ello, y después de efectuar sus búsquedas y capturas con toda minuciosidad escrutando los hábitats y ambientes, despliegan el material obtenido en una pléyade de bandejas esperando que los pequeños animales vayan saliendo de sus refugios, esto se produce especialmente durante la noche. Es una labor muy intensa que requiere que ambos estén muy concentrados en su cometido. Por nuestra parte, Checho Bacallado y un servidor que escribe estas líneas, nos orientamos a la captación de generalidades naturales sin perder de vista la posibilidad de obtener información precisa sobre organismos concretos. Checho es una institución en Canarias y hasta hace unos años ha sido el director del Museo de la Naturaleza de Tenerife, siendo en la actualidad el principal editor científico de la revista de la Academia Canaria de Ciencias, publicación que está alcanzando un gran prestigio por su buen hacer, y también de la preciosa publicación anual Makaronesia que impulsan la asociación de amigos del Museo de la Naturaleza y el Hombre y, sobretodo, el mismo Checho con su esfuerzo y dedicación continuada; esta revista que dedicó hace algún tiempo un capítulo a la naturaleza de Ceuta, es una de las joyas de la divulgación científica en nuestro país, ambas publicaciones son referencias para científicos y naturalistas. Como decía, Checho se vuelca plenamente en captar todas las generalidades naturales de la isla, con gran dedicación a las aves, los insectos y los paisajes naturales y culturales más representativos. Yo hago el papel de naturalista buceador que, por otra parte es el más apropiado a mis capacidades y me dedico a obtener datos de ecología general, geografía ecológica, así como a tomar muestras en ambientes interesantes y propicios para la presencia de nuevos hallazgos de corales (objeto de mi especialidad) y de los organismos que trabajan Jesús y Leopoldo.
Ciertamente, son trabajos bien distintos pero complementarios y así durante las horas de la tarde aprovechamos para intercambiar opiniones y conversar sobre este u otros aspecto de las estrategias de muestreo a seguir al día siguiente y, si los hados son propicios, incluso abordamos asuntos con más enjundia relacionados con la evolución de las especies, las adaptaciones, las rarezas o la necesaria información geológica de las propias islas para entender algo de la repartición insular de las especies. Al trabajar a escalas diferentes entre nuestras especialidades respectivas se establece un fructífero diálogo. La interpretación del mundo natural es la lectura racional de los paisajes naturales a la luz de la historia geológica, la biogeografía y los acontecimientos ecológicos que se pueden observar. Es sentirse un poco como Alexander Humboldt cuando conversaba con sus colegas mientras tomaba notas mentales para sus futuros libros; pensar en perspectiva Humboldtiana es ver el mundo de forma holística y, por ello, un aspecto fundamental para acercarse a la explicación racional de los fenómenos naturales que se están contemplando. Hay que entender que mis colegas malacólogos escrutan microterritorios de pocos metros cuadrados que pueden ser perfectamente los límites territoriales de muchas especies de pequeños moluscos y eso los acerca al tipo de trabajo desarrollado por los entomólogos, que pueden tener especies de insectos acantonados en una planta determinada. Hace cuarenta años que Jesús Ortea encontró una rara especie de molusco en una localidad de la isla de Sao Vicente que, por razones de evolución morfológica, es bastante enigmática, una desviación del patrón esperable; nos dirigimos al lugar en búsqueda del enigma pero el mar no estaba para visitas exploratorias, el encuentro emotivo con el lugar tuvo su magia. El fuerte viento del lugar hacía la búsqueda imposible pero a cambio el paisaje plagado de conos volcánicos jóvenes, de isla nueva nos arrebató. La costa que alberga a la enigmática especie está situada cercana a una colada de lava reciente (hace 400.000 años) que formó gran parte del sublime paisaje de jóvenes volcanes que salpica esta zona de la isla de Sao Vicente, pero muy cerca del lugar se encuentra parte del litoral más antiguo de la isla (4-5 millones de años).
Tal y como lo explican Ancochea y Bradle, dos geólogos especializados en vulcanismo, esta es una isla que ha sufrido grandes cataclismos que la han hecho retroceder y reducir considerablemente su territorio desde su origen. Antaño ocupó un territorio mucho mayor con altitudes de hasta 3000 metros pero un gran colapso destrozó el gran volcán y se creó la bahía de Mindelo. Posiblemente, la especie que buscan con tanto afán mis colegas desapareció con la gran catástrofe y sobrevivió en la zona antigua de la isla menos afectada por el efecto de aquel vulcanismo y, en estos momentos, puede que este intentando recolonizar zonas a ambos lados de su puntual distribución. El archipiélago de Cabo Verde comparte el mismo interés y fascinación por lo desconocido como el resto de la costa occidental de África y, en especial, el Golfo de Guinea. Por ello, trabajar aunque sea parcialmente en el conocimiento general del bentos caboverdiano es una labor emocionante para los que llevamos dentro de nosotros la pasión neolítica por la naturaleza y compartimos una visón racional y emotiva por los trabajos de exploración, descripción y comprensión del planeta. Si Goethe puso instrumentos poéticos en manos de Humboldt y provocó las experiencias espirituales de comprensión y amor por los ecosistemas, mis compañeros de viaje buscan la emoción del conocimiento a través de la contemplación de lo sublime en sus diminutas maravillas naturales. Viajar, contemplar la naturaleza, captar lo sublime y poder contarlo es una experiencia significativa muy grata, que contacta con una parte esencial de nuestra genuina humanidad. En estos momentos siempre me acuerdo de las intensas conversaciones con mi colega de emociones en Ceuta, José Manuel Pérez Rivera y por su puesto de muchos trascendentalistas que supieron captar la magia del mundo natural acompañan siempre mi pensamiento cuando estoy en estas labores, raro es que no tenga presentes los preciosos libros de McFarlen, los secretos del Bosque Viejo o los relatos de montañas de Buzzati, las observaciones de Thoureau, la biografía de Humboldt y sus hazañas exploratorias y capacidad física, la fuerte personalidad de John Muir o más cercanamente los viajes de exploración científica en el Mediterráneo oriental de mi colega y amigo Enric Ballesteros, sin duda uno de los naturalistas más interesantes y completos del panorama nacional. Salir un poco del ambiente científico es también necesario y nada más simple y reconfortante que comprar nuestro propio alimento en Mindelo; toda una experiencia sensual mientras trascurre la campaña. La avenida de Lisboa nos descubre un ambiente existencial muy particular dónde se produce un inusual barullo callejero que enamora en el entorno particular del Castelo do mar, de inspiración manuelina y pintadito de colores, como contagiado por la alegría vital de África, un especial homenaje de los descubridores de las islas para con la bella torre del homenaje de Belem. Hay que indicar que al igual que en Madeira y las Azores, las islas de Cabo Verde no estaban habitadas cuando fueron colonizadas por los portugueses. No recuerdo haber visto tanta variedad de pescado, incluyendo los atunes, como en el mercado de Peixe de Mindelo, un inolvidable batiburrillo de coloridos en puestos animados por descaradas pescaderas, a la vez que perros y gatos se pasean buscando restos con que llenar el estómago. La gente tolera bien a los animales domésticos y ríe abiertamente mientras se estiba el pescado de muchos y variados colores: peces loros de tamaño descomunal, enrojecidos salmonetes tropicales, amarillentos roncadores y corpulentos peces limón, grandes cantidades de viejas, morenas, montañas de percebes y muchas otras especies más que me llevarían varios párrafos completar.
Los buceos son poderosos en esta isla y conllevan una gran dosis de duro y reconfortante trabajo, si hay que salir desde tierra empujando una embarcación de pescadores y proteger al mismo tiempo las dos cámaras submarinas que llevo en mis exploraciones de trabajo. Todo es trabajoso pero suele salir bien y la experiencia en viajes y trabajos de esta naturaleza hacen el resto, como siempre dice Javier Reverte todo se arregla en África y esto también es válido para sus islas. Los arrecifes y acantilados de Sao Pedro tienen un gran atractivo por su gran extensión de paredes acantiladas, cuevas y unos fondos rocosos con especies de corales incrustantes. Los corales negros son también muy abundantes pero solo en las zonas oscuras, una sola especie Tanacetipathes spinosa, con su inconfundible forma de pequeñas coníferas de color marrón, es la única que prácticamente puede colonizar zonas iluminadas de los fondos rocosos. Los corales negros suelen asociarse también a los techos y las entradas de las cuevas dónde forman unas esbeltas composiciones, como grandes plumas de extrañas y caprichosas ramificaciones que cuelgan de los techos mecidos por las corrientes. Ciertamente, las cuevas sumergidas son lugares muy interesantes para la búsqueda de organismos y, además, ejercen una poderosa atracción a los que son suficientemente temerarios para adentrarse en territorio desconocido. Personalmente, y debido a mi pronta experiencia en cuevas y tubos volcánicos, como el túnel de la Atlántida en Lanzarote consecuencia de las erupciones del volcán de la Corona, no tengo muchos reparos a internarme en estos ambientes en solitario a buscar nuevos hallazgos. Las cuevas son sistemas naturales que presentan una gradación de especies en función de la influencia de la luminosidad, el hidrodinamismo, la disponibilidad de alimento y la turbidez.
Las zonas más oscuras y recónditas de las cuevas presentan menos diversidad pero es dónde suelen habitar los organismos más especializados en explotar un nicho ecológico difícil y también los más raros y desconocidos. Las cuevas pueden conservar mucha fauna ignota, e incluso sirven de refugio a especies de zonas profundas cuyos huevos y larvas van asciendo con las corrientes que conectan el fondo con las zonas superficiales a través de las grandes vías de tránsito como son, por ejemplo, los cañones sumergidos; en muchas ocasiones son los restos de cauces que seguían los antiguos ríos ya extinguidos que horadaban el fondo marino con sus flujos formando estos pasadizos, espacios de encuentro e intercambio de materia y energía entre los dos medios separados por la luminosidad y la diferencia de presión. En una cueva de Sao Pedro encontré tres nuevas especies de corales para la ciencia y todas ellas de vivos colores; una especialmente interesante y bella ha resultado ser un nuevo género que lo voy a dedicar a la palabra Morabeza que significa hospitalidad, amabilidad en el habla de Cabo Verde y que era dispensado con generosidad por Cesárea Évora, con ello cumplo una promesa que le hice a Rui Freitas al respecto de mi llegada a la isla. La especie correspondiente a este género será dedicada a mi sobrino Benito prematuramente fallecido hace unos meses, me pareció apropiado ligar la hospitalidad y la amabilidad con su nombre pues era una gran persona, y es llorado y recordado por muchos amigos.
Una de las cosas que suelo hacer cuando entro en las cuevas es volverme y mirar desde el interior hacia la entrada pues el contraste de la luz desvela un azul sublime que hipnotiza. También disfruto deambulando sobre los pedregales bermellones por estar cubiertos de algas rojas incrustantes de intensos rojos y suelen estar salpicados de una especie de alga verde que se agrupan en racimos de vesículas turgentes. A veces me quedo suspendido en medio de la cueva y doy vueltas en redondo como un jefe de pista en un circo, sin embargo realmente lo que más me gusta es tumbarme en el fondo y contemplar con devoción el espectáculo de luz y color, ver pasar a los variados peces y observar los vaivenes de los corales negros o mirar las cabriolas que hace el agua entre las colonias de una abundante y bella especie de coral que describí hace pocos años, Tubastrea caboverdiana. Tumbado en el fondo y observando el espectáculo natural me gusta pensar que me convierto en un viejo y pausado tiburón toro de Cabo Verde, típico en estos ambientes y siempre intenta pasar desapercibido mientras va captando todo lo que sucede a su alrededor.
En una campaña no pueden faltar tres cosas fundamentales, el humor, los momentos de intimidad intelectual y la solidaridad hacia el país dónde se desarrolla el trabajo. Las risas están aseguradas con el ocurrente e inspirado Checho Bacallado, bien dispuesto a la chanza ingeniosa. La solidaridad, en forma de colaboración con los caboverdianos y su Universidad, es uno de los activos más interesantes de este tipo de viajes, por ello no se debe ser indiferente hacia Cabo Verde ni mostrar arrogancia occidental ni mucho menos el estúpido complejo de superioridad que todo lo fastidia. Todo este trabajo que se está desarrollando y el que vendrá en el futuro con próximas campañas sirve de poco si no se divulga, llega a las personas y revierte en el lugar dónde se realizan las investigaciones. Por ello, la colaboración con los caboverdianos y su Universidad a través del profesor Freitas (un idealista que busca realizar su sueño) y sus alumnos más avanzados está siento fundamental. Las visitas de los estudiantes de Rui al improvisado laboratorio de campaña en nuestra residencia y las charlas y salidas con ellos a diferentes partes de la isla son también aspectos interesantes de cara al impulso que se necesita en Cabo Verde para el desarrollo de la Biología Marina y la conservación de especies y hábitats marinos y litorales. En cuanto a la intimidad intelectual, es algo que considero necesario para poner en orden mis ideas y avanzar en el diario de viajes que siempre llevo conmigo. Así que aprovechando el obligatorio cese de los buceos un día antes de volar de regreso a Canarias decidí hacer una excursión a la cercana y montañosa isla de Santo Antao y pasar el día explorando su litoral norte. La isla es históricamente famosa debido a que se tomó como referencia el meridiano que pasaba a cierta distancia de su costa oeste en los tiempos del tratado de Tordesillas. Un modesto y agradable ferry de la compañía canaria “Armas” sale con las primeras luces del día hacia Santo Antao.
Un paisaje variopinto puebla la cubierta pertrechada con asientos de madera corridos como en los vagones de tercera de antaño en Europa, la mayor parte isleños con casa o familia en una de las dos islas hermanas, pues durante la bonanza económica propiciada por el boom del carbón a bajo precio Sao Vicente desarrollaba el negocio marítimo del combustible y Santo Antao proveía de víveres a los barcos. Una vez en Porto Novo me hago el interesante ante el aluvión de taxistas hasta que me decido por el taxi colectivo de un tal Fidel Castro, cuyo nombre no puedo sino celebrar alegremente. Encajado en el final de la furgoneta y con visión panorámica de los pasajeros voy disfrutando de la carretera litoral en un ambiente rural; con un hincha confeso de Cristiano Ronaldo, aunque su corazón pertenezca al Benfica, voy charlando a ratos y en otros momentos me quedo observando la conversación de una anciana campesina de negra piel y gestos bondadosos que se apea del vehículo en Paúl para ser recogida por otro colectivo que la lleva por una escarpada pendiente hasta su destino final. Una vez en Ribeira Grande y después de deshacerme de los pelmas caza turistas, visito un templo para contemplar el ambiente y el estilo de este tipo de edificios con sabor fuertemente colonial y me dirijo a pie hacia Ponta do Sol a unos diez kilómetros de distancia. Precisaba caminar y sentirme liberado después de tanto buceo y disciplina de gestos y movimientos en torno a las rutinas de la actividad científica. El calor tropical sofocante era dulcificado a ratos por el viento marino que chocaba contra los escarpados acantilados de basalto salpicados en algún punto por sus insólitas coladas riolíticas de intenso color rojo. La caminata fue muy productiva pues estuve fotografiando preciosas plantas litorales sobre los negros acantilados; son organismos que me interesan, por las especies del género Limonium (siemprevivas) siento debilidad, igual me ocurre con las rocas. En estos temas le suelo dar la tabarra a Paco Pereila el geólogo del Museo del Mar y al botánico Alfredo Reyes que trabaja en el jardín botánico del Puerto de la Cruz en Tenerife; ambos grandes personas que soportan mis interrogatorios con paciencia. Hacia el final del camino, empecé a ver águilas pescadoras que, en estas poco habitadas islas, han encontrado un paraíso para proliferar a sus anchas.
En la misma Bahía dos Gatas mientras trabajaba en el mar con Leo pude ver como pescaba un ejemplar de esta especie a pocos metros de dónde nos encontrábamos. Nada más entrar en la antigua villa que llegó a ser capital de la isla a finales del siglo diecinueve, me topo con el atractivo cultural de un antiguo cementerio judío. La población judía proviene de aquellos que se refugiaron para escapar de las persecuciones de la inquisición. Cuando llegué al soberbio emplazamiento que mira al mar me encantó la sencilla decoración de sarcófagos y especialmente el empedrado con piedra volcánica de varios colores que representaba el símbolo judaico por excelencia, el candelabro de siete luminarias. Me sentí el Harry Keogh de las novelas de Brian Lumley y puedo asegurar que siempre que paseo por un cementerio me encantaría poder hablar con los muertos y todavía pienso que su literatura inspira a interiorizar el hecho de la muerte con naturalidad. Intenté ser un digno émulo de nigromante y escuchar atentamente pero a pesar de que tengo algunos amigos seguidores de esta antigua religión, ninguno de los presentes se dignó a dirigirme la palabra. Tomé aliento y me dirigí cuesta abajo pensando que quizá el premio de la muerte sea no existir nunca más, solemos darle mucha importancia a nuestra insignificante y efímera existencia. Los templos me gustan como lugares de reposo y culto de esta o aquella deidad, algo real que se puede mirar directamente a la cara pero, en cambio, son muchos los motivos por los que no me convencen los monoteísmos y su obsesión por acaparar todo lo sacro uniéndolo a un dios insustancial e inasible. Sobre todo en mi caso que tiendo a la admiración de la naturaleza y sus manifestaciones, que reverencio a las especies supervivientes y a las que lo intentaron también, a los volcanes, a los bosques viejos y a los arrecifes de coral. Después de estas íntimas conversaciones decidí aplicarme con más ahínco a la comprensión y disfrute del mundo natural y me fui raudo a zambullirme con los chiquillos del pueblo dentro del pequeño y precioso muelle pesquero de Ponta do Sol con el fondo sublime de los acantilados de la costa norte de Santo Antao.