Las estadísticas nos muestran cómo, en la actualidad, está aumentando hasta límites insospechados la adopción de mascotas y de animales de compañía que ya no se reducen al gato o al perro, sino también a otras especies como las tortugas, los loros o los cerdos. Muchos de nosotros hemos escuchado explicaciones de amigos, que sin ser propiamente animalistas, se refieren a sus caracteres afables, divertidos, sociables, y hacen comentarios sobre su fina sagacidad, su aguda inteligencia, su rápida comprensión y, en resumen, sobre sus maneras de “pensar”. ¿Piensan los animales? A esta pregunta, que ya se hicieron los filósofos de nuestra tradición occidental desde Aristóteles hasta Descartes, Gassendi, Locke, Hume, Darwin o Wittgenstein, nos responde de manera detallada, rigurosa y clara esta obra que, tras definir los significados de la palabra “pensamiento”, explica las diferencias entre los pensamientos de las mascotas y los de los seres humanos.
El profesor García Rodríguez constata el creciente interés teórico y práctico de la sociedad sobre los estudios de los comportamientos animales y alimenta la esperanza de que la reflexión sobre la mente animal sirva también para comprender mejor el desarrollo de nuestra mente humana. Para ello sería necesario –afirma- que, previamente, se superara el prejuicio de que la mente es únicamente la mente humana. Tras explicar la naturaleza y el funcionamiento de la mente animal, él defiende que una de las funciones de la mente es la expresiva y explica cómo ese modelo del “pensamiento” animal no necesita el uso previo del lenguaje verbal ni siquiera del corporal.
A través de diferentes análisis apoyados en criterios filosóficos y en pruebas aportadas por los experimentos actuales, el profesor García Rodríguez caracteriza ese modelo expresivo y defiende, por ejemplo, que sirve a los animales para conocer y reconocer el mundo en el que están situados, explorar los objetos que los rodean, para relacionarse con otros animales con los que conviven e, incluso, los seres humanos con los que establecen diferentes tipos de lazos. Llega conclusión de que esta concepción posee profundas raíces históricas.
Si los destinatarios principales de este estudio son sus colegas, los profesores de los diferentes niveles de esta enseñanza, en mi opinión, estos análisis pueden resultar esclarecedores a los veterinarios y a quienes adoptan algún animal como ayuda, a los acompañantes o amigos y, en resumen, a los que se sienten unidos a los animales por algún vínculo profesional, terapéutico o afectivo. ¿No es cierto que la presencia, la mirada y la ayuda de un animal ayuda a muchos a mejorar la calidad de la vida humana?