En realidad, el toro no debería morir en la plaza. Lo mismo que cuando alcanza el cénit de su faena por embestir bien y ser de buena raza y, por ello, se le perdona con la vida, soltándolo en la dehesa como semental, pues igualmente debería hacérsele aun cuando la faena no fuera todo lo complaciente y lucida que cabría esperar, dado que el toro hace bien en defenderse con su instinto; no se puede pretender que obedezca sumisamente al torero que lo va a matar para deleite y regocijo del público. El animal, tiene perfecto derecho a defenderse de morir.
Hace dos lunes, aficionados al toreo tomaron la Gran Vía de Madrid provistos de capotes, muletas y otros artilugios del toreo en mano, dando lucidos lances sin toro, pero imitando pases de verónicas, chicuelinas, gaoneras, arrucinas, manoletinas, kikirikíes, delanteras, revoleras, derechazos, giraldillas, serpentinas, quites, etc. Lo que prueba que el toreo todavía no está tan acabado como algunos quisieran.
Confieso que soy aficionado a los toros, aunque no un forofo del arte taurino, que yo entiendo como vieja tradición hispana, que con razón llamamos Fiesta Nacional de arte, tradición y cultura. Y tengo el máximo respeto y la mayor consideración hacia los toros y los toreros; ambos se miden de igual a igual encerrados en la plaza, jugándose los dos la vida; la única ventaja que saca el diestro sobre el astado es que está dotado de raciocinio y entendimiento, mientras que el toro es un animal que sólo sabe embestir, pero para poder torear con casta hay que saber mandar, parar, templar y dominar en la lidia.
Lo que ya no veo con buenos ojos es que el público, o la “autoridad” que preside la corrida, traten al toro con crueldad por no embestir, como cuando se le ponen “banderillas negras” de castigo por no colaborar el animal con el matador para exclusivo lucimiento del “respetable” con su muerte.
El toro tiene perfecto derecho a defenderse y a resistirse a morir en su legítima defensa. Y así como el diestro es plenamente consciente y sabe perfectamente el daño que puede hacerle al animal si lo “pica” demasiado o se ensaña con él; por el contrario, el toro, nunca debería recibir la llamada “suerte suprema”, que es la muerte, que es la peor de las suertes para el astado. Por eso, condenarlo a talcrueldad lo considero una aberración. El toreo debería ser sólo arte, pero nunca muerte, porque entonces estaremos ante un toro de la “peor suerte”, porque muere.
En realidad, el toro no debería morir en la plaza. Lo mismo que cuando alcanza el cénit de su faena por embestir bien y ser de buena raza y, por ello, se le perdona con la vida, soltándolo en la dehesa comosemental, pues igualmente debería hacérsele aun cuando la faena no fuera todo lo complaciente y lucida que cabría esperar, dado que el toro hace bien en defenderse con su instinto; no se puede pretender que obedezca sumisamente al torero que lo va a matar para deleite y regocijo del público. El animal, tiene perfecto derecho a defenderse de morir.
Dice Ignacio García Campos, crítico taurino, que: «Para disfrutar el toreo no basta con los ojos. A quienes no tienen una sensibilidad adecuada se les escapa su esencia y sólo ven en él los movimientos exteriores, sin adivinar su conexión con una íntima disciplina, del mismo modo que el hombre privado de oído para la música advierte los sonidos, pero no su relación armónica».
«El toreo es el arte de reducir la fiereza del toro hasta su sometimiento». Es la forma de dominar el hombre a la bestia. Consisteen aprovechar los instintos de un animal mediante movimientos calculados al milímetro, que suponen la comprensión de sus reacciones para formar un juicio inmediato, de cuya precisión dependerá el éxito o el fracaso de la empresa. Se basa en la relación de posiciones, distancias y velocidades entre el hombre y el astado.
El valor auténtico del diestro depende —más que de su entereza de ánimo— de su capacidad de exactitud. Sus cualidades más destacadas son la inmovilidad en el terreno elegido, la extensión lenta de los brazos y el giro pausado de las muñecas, que imprimen al engaño un riguroso recorrido. La belleza plástica nace del contraste entre la serenidad del torero y la acometida desordenada del toro hasta reconducirlo.
Decía Ortega y Gasset, que, «de lo que pasa entre toro y torero sólose entiende fácilmente la cogida. Todo lo demás es de arcana y sutilísima geometría». Una «geometría actuada», en la que ambos protagonistas varían sus posiciones en correlación el uno con el otro.
En la terminología taurina, en vez de espacios y sistemas de puntos, se habla de terrenos, y esta intuición es el don congénito que el gran matador trae al mundo. Merced a ella sabe estar siempre en su sitio, porque ha anticipado infaliblemente».
Gregorio Corrochano asume la teoría orteguiana de la doble melodía de mociones, y proclama que «la tauromaquia se explica en el movimiento de dos líneas: una vertical, que es el diestro, y otra horizontal, que es el astado. En tanto la línea vertical gira sobre sí misma sin variar su punto de apoyo en el suelo, la horizontal tiene que trasladarse, hacer un recorrido para ir y otro para volver.
El torero construye su obra, «no con el toro, sino con su embestida, que debe ser formada, informada, transformada, conducida, apaciguada, acariciada; en suma, desnaturalizada para que se haga bella, humana,poética», como dice el filósofo Francis Wolff, “el torero no debe perseguir la muerte animal de manera inmediata. Lo que le concierne estodo el hacer previo para lograrla. Esto es, torear”. Lo cual, parafraseando a Ortega, «convierte en efectiva finalidad lo que antes solo era medio». No se torea para matar; se mata porque se ha toreado.
El origen de la tauromaquia moderna se encuentra en la Edad Media, en lo que el periodista José Alameda denomina «una dialéctica de hierro»: lanza, rejón y espada. Comienza con el toreo a caballo, en el que pueden distinguirse dos etapas: «Durante la Reconquista, en que se abate al toro con un arma específicamente castrense, la lanza; después de la guerra, cuando se utiliza un arma específicamente taurina, el rejón».
El toreo ecuestre es bélico y el hecho de que aconteciera en Españaes circunstancial. Nace de la necesidad de mantener en forma las cabalgaduras y como entrenamiento de los guerreros de ambos bandos, moro y cristiano. Para entonces, el toro ya había desaparecidoprácticamente del resto de Europa y, si pervive en nuestra Península, es porque se prefiere antes que «a lobos, jabalíes y otras especies montaraces» para el ensayo de la guerra. Una vez finalizada lacontienda, la gran caballería española queda sin función. «¿Qué puede hacerse cuando, sin haber ya conflicto, hay todavía aristocracia, caballería y toro?.
Se empieza entonces por sustituir la lanza, utensilio de ataque, por el rejón, que ya es un instrumento arbitrado exclusivamente para el juego de la lidia». Pero el toreo caballeresco dura poco. Su desaparición podría haber significado el final del toreo, de no haber mediado el genio español para adueñarse de él y darle un nuevo impulso, transformándolo. El toreo ecuestre era utilitario; el toreo a pie no, por lo que podía convertirse en arte.
A finales del siglo XVII, se documenta por primera vez el vocablo “torero”, referido a los plebeyos que participan en festejos populares consistentes en enfrentarse a un toro en un espacio cerrado, donde le efectuaban toda suerte de saltos y cuarteos. Aunque no sean todavía los participantes definitivos de la corrida como un espectáculo sometido a reglas de arte y a normas de estética, sí sonlos encargados de regularizar lo que, hasta entonces, no había sido más que una prueba de valor extraordinario, que concitaba la admiración y desataba las pasiones del pueblo.
Goya los inmortalizó en sus grabados, en los que da su particular visión de la historia de la tauromaquia en España, a través de los lances de la lidia que acabaron de manera luctuosa y de las figuras más sobresalientes de las dos principales escuelas del toreo durante el siglo XVIII -la navarro-aragonesa, con Bernardo Alcalde, «Licenciado de Falces», Juanito Apiñani y Antonio Ebassun, «Martincho»; y la andaluza, con José Delgado, «Pepe-Hillo», y Pedro Romero-.
En la era prototaurina, la coreografía del diestro consistía en salvar con gallardía la acometida furibunda del astado para salir indemne del trágico lance. Se estiman las facultades físicas y el valor como sus virtudes más sobresalientes. Poco a poco, lo que respondía a un tosco intento de contención de su furia desatada fue depurándose. No se admitía un movimiento mal hecho —incluso estaba bien visto que un matador corrigiera a otro si lo estimaba oportuno— y la plaza era una verdadera escuela. La lidia gravitaba sobre los lances de capa.
El tercio de varas consistía en encuentros fugaces y continuados del animal con el varilarguero, verdadero protagonista de la fiesta en sus inicios. Y, entre vara y vara, surgían los recortes y el capeo.
Existía también una honda preocupación por ejecutar bien la suerte de matar y se cuidaba la estocada como momento fundamental del festejo. En la segunda mitad del XVIII, se inicia el largo y complejo proceso deinvención de la corrida de toros como espectáculo normado, cuyo primer paso consistió en asimilar las principales innovaciones que afectan a su desarrollo técnico y a su estructura y que culminaría con el advenimiento de la lidia romántica mediado el siglo XIX.
Los grandes primitivos del toreo -«Costillares», «Pepe-Hillo» y Pedro Romero- desarrollaron las suertes (de sortear) más eficaces en la lucha contra el toro. Así, por ejemplo, el primero sistematizó un abundante caudal de conocimientos que se practicaban de manera caótica.
«Costillares» perfeccionó la verónica como lance fundamental de capa y el volapié como la manera más sobresaliente de estoquear a un animal parado: «Toro que no parte, partirle». «Pepe-Hillo» dicta la primera tauromaquia al escritor José de la Tixera, donde describe: la navarra, la aragonesa, la tijerilla, la suerte al costado; el salto sobre el testuz, el de la garrocha y el salto al trascuerno, entre otras.
Pedro Romero, más silencioso, pero no por ello menor en importancia,nos legó dos máximas en las que aboga por un toreo de aguante: «Ellidiador no debe contar con sus pies, sino con sus manos». El rondeño representa el toreo sobrio, preciso y eficaz, que contrasta con la lidia luminosa, repentina y alegre de «Pepe-Hillo».
La culminación de esta etapa se produce con Francisco Montes, «Paquiro», dominador absoluto e incontestable de su tiempo, intérprete genial de todas las suertes de capa y autor de latauromaquia más importante y completa de la época -escrita por Santos López-Pelegrín, «Abenamar»-, en la que describe el toreo defensivo y su principal virtud, la ligereza. «Paquiro» es, sin duda, el primer torero completo. En él destaca la organización de la cuadrilla como unidad táctica que obedece sin dudar los dictados del maestro, así como la reglamentación del orden de las suertes y la fijación de lo específico de cada tercio.
Francisco Arjona, «Curro Cúchares», encaminó el toreo hacia una modernidad inevitable. No era posible la continuidad por la vía exclusiva del talento personal expuesto por «Paquiro». Tuvo que llegar el sevillano para cimentar «el toreo posible para toreros normales».
Empieza por quitarle a la muleta su servidumbre de la espada. Surgen así «los pases cambiados, los ayudados, y queda ya de uso común el toreo con la derecha, tan válido como el de la izquierda».
Si «Cúchares» pasó del toreo como medio al toreo como fin, mi tocayo de apellido, Rafael Guerra, «Guerrita», contribuyó a su desarrollo estructural al poner de costado la verónica que inventó«Costillares», «para que pueda intensificarse en sus diversos tiempos como nunca hubiera sido posible con la verónica de frente». El Guerra —mandón del toreo de finales del XIX— consiguió que los ganaderos mejoraran el estilo y el tipo de los toros a fin de hacerlos más aptos para la lidia y facilitar el lucimiento de los toreros.
El toro más fijo resultaba imprescindible para poder castigarlo con mayor profusión en el tercio de varas y llegar más aplomado al tercio final de su lidia. «Los resultados del afinamiento del toro (tipo estándar, líneas redondeadas, encornadura más reducida) comenzaron a verse en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial, cuandose había retirado el Guerra, se estaban yendo “Bombita” y “Machaquito”, cuando ya eran matadores “El Gallo” y Gaona, cuando empezaban “Joselito” y Belmonte».
Hasta entonces, el toro determinaba el toreo; en adelante, el toreo determinará al toro. La acometividad continuada seguirá siendo su principal virtud; pero también comienza a seleccionarse el celo, la codicia y la nobleza como sus cualidades más destacadas. El toro «determinado» del Guerra sustituye al toro «determinante» de «Lagartijo» y «Frascuelo», e impulsa la conversión de la lidia romántica en toreo moderno.