Con la lectura de este ensayo que, además de riguroso y serio, es ameno y, en ocasiones, sugestivo, podemos comprobar cómo los trabajos de Goethe, poeta, científico y psicólogo, marcan un hito decisivo en el trascurso de las diversas etapas que se han sucedido en el lento proceso de acercamiento mutuo entre el hombre y la naturaleza, y, a mi juicio, debería estimular la colaboración estrecha entre los científicos y los artistas actuales. El filólogo, historiador y filósofo Stefan Bollmann nos demuestra con datos concluyentes y nos explica con un lenguaje atractivo cómo Goethe, el poeta alemán autor de Fausto, que ejerció su magisterio sobre toda Europa, fue también un profundo investigador de las Ciencias Naturales y un maestro por su manera de explorar y de concebir a la naturaleza no como un objeto extraño, oscuro e incognoscible, sino como una realidad próxima y cognoscible. Su vida, afirma categóricamente, “es la historia de una experiencia con la naturaleza” y, explica con claridad que Goethe denomina ciencia a la experiencia, e, incluso, la tiene “por la única ciencia verdadera”.
Llega a la conclusión de que cuando nos conformarnos con valorar sus ideas sólo desde la perspectiva histórica, no llegamos a comprender la esencia de lo que Goethe pensó e hizo durante los cincuenta años dedicados a estudiar la naturaleza. Nos recuerda que, en sus trabajos de investigación sobre Geología, Meteorología y Botánica, Meteorología y Física atmosférica, expuso cómo, gracias a la ciencia y a la técnica, podemos luchar para dominar los espacios hostiles y los episodios adversos. Y es que Goethe, ya desde su juventud, estaba convencido de que el ser humano era parte de la Tierra y de que la naturaleza proporcionaba las fuerzas necesarias para dominar la vida porque, cuanto más aprendemos de la naturaleza, mejor aprendemos a conocernos a nosotros mismos: “el conocimiento de la naturaleza es una fuente para comprender nuestra humanidad”. No es extraño, por lo tanto, que Goethe “frecuente las arboledas y tome baños de bosque para para sanar las heridas de un amor desdichado en su alma”.
La lectura de esta obra nos demuestra que la complementariedad del proceso de “naturalización de la vida humana” y el de la “humanización de la naturaleza” comienzan cuando concebimos a la naturaleza, no como lo extraño y lo incognoscible, sino como lo próximo y cognoscible. En consecuencia, la distancia entre la naturaleza y el hombre se acorta a medida en que aquélla nos abre sus secretos y se nos aparece como más nuestra, más próxima y más familiar. Esto ocurre cuando asumimos la naturalización de lo humano y, sobre todo, cuando consideramos lo natural y lo humano como un todo indisociable. En resumen, a mi juicio, esta obra demuestra cómo Goethe anuncia, muestra y demuestra una tesis actual: el reconocimiento empírico del hacer humano como variante del hacer universal.