No hay nada peor que perder un hijo. Va contra la naturaleza. Cuando parimos nos comprometimos a cuidarlos y protegerlos. Que esa cadena se haya roto por donde no debía genera una mazazo insuperable.
No poder besar a tu hijo, no poder rezarle teniendo su cuerpo a tu lado, no poder organizar la despedida como él quisiera, no poder enterrarle en el lugar que visitar cuando la oscuridad solo se calme con llanto no hace sino incrementar ese dolor, esa tragedia, esa puñalada.
A las playas de Ceuta nos llegan los cuerpos de jóvenes que en muchas ocasiones no pueden ser identificados. La narración de esos sucesos se tiñe de objetividad, de estadística y forma parte de los anuarios que publican las oenegés. La crónica siempre es la misma: aparece un cuerpo, alguien avisa, la Guardia Civil acude y después se le entierra.
Las madres que aspiraban a obtener la llamada de su hijo se quedan esperando sin saber tampoco si ese entierro se corresponde con el de su vástago o no. Y así, año tras año se escribe esa historia incansable de episodios nutridos del drama que nace entre fronteras.
Este asunto interesa a cuatro. O quizá menos. Nadie se pregunta qué pasa con esos muertos que no son los nuestros. Salvo el mecánico D.E.P. que personas anónimas ponen en forma de mensaje en Facebook mientras suben su último vídeo chorra a tick-tock, la vida sigue igual. No importan, mucho menos a los políticos, esos servidores fieles a su pueblo que se convierten en rastreadores de votos. Y los muertos ya saben ustedes que no votan. Además, si son extranjeros ni votan ni tampoco les duelen.
No es tan difícil ni cuesta tanto preocuparse por lo que pasa en nuestra ciudad, una Ceuta que la queramos o no es frontera sur para algo más que para recibir fondos europeos. Me encanta cuando el alcalde y su séquito nos cuentan eso del efecto frontera para recoger la lluvia de millones de Europa. Son unos artistas. Ese efecto frontera parece que solo entiende de peticiones, no de calmar las tragedias de unas madres que reclaman a sus muertos.
No es tan difícil construir unas instalaciones básicas con 4 neveras para guardar un tiempo prudencial estos cadáveres, dando tiempo a su plena identificación para conseguir el traslado a su país. No es difícil ni supone dinero. Solo hay que tener empatía, interés y sentimiento. Hoy en día es difícil, porque hasta en cuestión de muertes hay etiquetas, hay diferencias y criterios.
Esos muertos no son los nuestros, no votan ni duelen, por eso continuamos con la indecencia de no dignificar ni el dolor de esta frontera sur. La crueldad sin límites.