Los seres humanos fluyen como los ríos, a saber: nacen, crecen y se agigantan en su determinada personalidad única y distante; y, un día de tantos, evolucionada su mente en el enfrentamiento diario con la vida, van desembocando como un río de aguas arremansadas en un mar cósmico y eterno donde dicen que Dios los acoge en su jardín de rosas única y bellas…
Y, así como en un constante fluir hacia el mar, la «Niña de Alejo», se nos fue una triste mañana, apenas con los primeros rayos del alba golpeando los cristales de su alcoba; que más que golpear, sólo deseaban acariciarla y anunciarle de la manera más sutil y delicada, que su estancia en estos caminos de la tierra daban a su fin, y era el momento de partir hacia donde Dios la esperaba como la mejor y más bella rosa que pudiera crecer en su eterno jardín…
Alejo y Ana María, aunque lo deseaban no pudieron tener más hijos, de tal manera que María Jesús era la princesa que alumbra cada hora del día sus corazones. Ella, María Jesús, era una preciosidad de niña, que si bien la naturaleza no la dotó de la inteligencia suficiente para habilitarla al concepto tantas veces indeseado de la «normalidad»; sin embargo, su vida transcurrió plena entre el amor profundo de sus padres, y el cariño desmesurado de tantos amigos que alcanzaron a conocerla y a disfrutar de su compañía…
Algunas veces, Alejo, la traía a nuestra tertulia del Puente Almina, y llena de alegría nos contaba las cosas que le hacían feliz; que al igual que a todos los niños, el juego era lo que más le divertía, además de contarnos sus diferentes actividades que ella iba aprendiendo en un continuo aprendizaje.
Y, así también nos decía que le gustaba y disfrutaba mucho moviendo sus manos y sus pies como una bailarina; y, que ella bailaba -llena de arte- en las fiestas de cumpleaños que celebraba con sus amigas, que no dejaban de llamarla cada vez que acontecía algún nuevo aniversario.
"Alejo, amigo, ¿cómo puedo yo consolarte? ¿Qué palabras que yo dijera a tu dolor pudiera yo escribirte?"
La llamada de Alejo anunciándome la pérdida de su hija me causó una honda impresión. No podía ser de otra forma, pues para Alejo su pequeña María Jesús lo era todo y sus días -ya en la jubilación de su trabajo de tantos años en la banca- se llenaban con la presencia y la atención a su hija. No es fácil aceptar la pérdida de un hijo al que amas sobre todas las cosas. Es un desgarro tan grande que resulta harto complicado tratar de explicar aquello que no tiene explicación, Porque los seres humanos sólo aceptamos la vida y en ningún caso nos preparan para la muerte; porque la muerte en nuestra cultura occidental se ha convertido en un «Tabú» que nadie osa comentar porque nadie desea ver su terrible rostro…
Alejo, amigo, ¿cómo puedo yo consolarte? ¿Qué palabras que yo dijera a tu dolor pudiera yo escribirte? ¿Qué mensaje solidario a través de este artículo que hemos remitido al decano de la prensa escrita: «El Faro de Ceuta», pudiera al menos mitigarte unos minutos de tu infinito dolor?
No sé Alejo, si mis palabras pudieran poner algo de bálsamo a tu terrible herida; sin embargo, yo quiero decirte en esta hora donde el dolor se agolpa en tus sienes yo entiendo tu tristeza y la hago mía. Así, también deseo apuntarte, que no todo es en vano como pudiera parecer; porque tu niña pasó por la existencia como un torrente de vida que brotaba en las tas sierras llenas de luz, y ahora ha descendido a los verdes valles para desembocar en un mar infinito y eterno. Sí, en el mar infinito y eterno de Dios…
Y, al cabo, siempre te quedará el consuelo, que los años en que tu princesa vivió entre nosotros tuvo a los mejores padres que pudiera haber tenido; y que su vida transcurrió plena de felicidad con el amor a granel -a manos llenas- que siempre le entregasteis…
Un abrazo para ti Alejo, y para Ana María. conmigo vais en mi recuerdo os llevo….
Alejo, siento mucho la pérdida de tu hija, que seguramente ya estará en el cielo con el Señor.... Un fuerte abrazo, Rosita..