Todos conocemos la abundante bibliografía que existe sobre el arte de hablar y de escribir en contraste con la reducida cantidad de obras que tratan sobre el arte de escuchar y de leer. Quizás una de las razones de ese desequilibro de ofertas sea la convicción generalizada de que la escucha y la lectura son destrezas sencillas de practicar y fáciles de aprender. En mi opinión, sin embargo, tanto la escucha como la lectura son habilidades importantes que requieren un concienzudo adestramiento.
El hecho constatable es que escuchamos poco y leemos mal. No solemos tener en cuenta que es imposible comprender los comportamientos y las palabras de las personas a las que nos dirigimos sin escuchar, interpretar, valorar y comprender sus comportamientos y sus explicaciones. No advertimos que escuchar y leer son operaciones más complejas que la simple audición de unos sonidos o la visión superficial de unos comportamientos.
En mi opinión muchas de nuestras palabras son meros sonidos vacíos por el simple hecho de que no responden a las expectativas ni a los intereses de nuestros interlocutores. No hemos caído en la cuenta de que hablar es responder y, por eso, lo primero y lo más importante es escuchar previamente las preguntas, identificar los problemas e interpretar las inquietudes de las personas con las que convivimos.
Es inútil, por ejemplo, tratar de consolar a una madre sin escuchar con interés su sufrimiento tras haber perdido a un hijo, o sintonizar con un padre que lucha por encontrar un trabajo, o interpretar los llantos inconsolables de los niños que viven en el terror de una guerra cruel. Escuchar, pues, no es "oír" con los oídos sino sentir con el corazón. Sólo escucha quien es capaz de redescubrir la necesidad de acercarse al otro para escuchar el latido del corazón, allí donde realmente suena la voz de los que sufren.
Sólo vale la palabra de quien, en vez "decir algo", "escucha a alguien". La auténtica comunicación no se reduce a la yuxtaposición de dos monólogos, sino que requiere que el "yo" y el "tú" estén en sintonía, tendidos el uno hacia el otro. Escuchar es el primer e indispensable ingrediente del diálogo y la condición necesaria para establecer una buena comunicación.