El avance español, lento pero en principio inexorable, en todo caso en función de la mayor o menor capacidad de los políticos y diplomáticos que lo lleven adelante, hacia el cambio de status en Gibraltar, constituye la variable mayor del neotérico juego diplomático en el Estrecho, ya que obligaría a Marruecos a ir considerando el reactivar, el anticipar su latente estrategia sobre Ceuta y Melilla, siempre prevista pero no sin haber solventado previamente el asunto Sáhara.
Es más, la carga en cuanto interrogante de esa variable mayor es tal, que posiblemente no haya nadie capaz de pronosticar el momento de arranque de ese potencial movimiento. El “cuándo” Rabat estime impostergable el mover ficha, una incógnita más difícil de despejar dado que no estaba contemplada a corto plazo, un plazo que ha precipitado la nueva diplomacia española sobre el Peñón. Mohamed VI tendrá que calibrar la duración de un período que irá marcando el progreso de Madrid ante la Roca, en un ejercicio estratégico que amén de incluíble en una táctica incómoda, resulta harto complicado, al tener que estructurar su acción diplomática con unos elementos hasta ahora no ya contemplados sino en buena medida imprevistos.
Es decir, que el fijar los tempos, el administrarlos, campo en el que Hassan II era un maestro consumado, se erige como la cuestión clave ya que la sustancia de la reivindicación continúa inamovible. Rabat sabe bien que sus chances jurídicas reivindicando las ciudades españolas son mínimas, por eso nunca planteará la controversia ante el TIJ, como muy forzadamente tuvo que hacer en el Sáhara para capitalizar, con el dictamen del tribunal en contra, un momento irrepetible, que le facultó para la Marcha Verde.
Rabat, jugará la partida en la vía política multilateral, ante el Comité de los 24, donde la cuestión está aplazada desde el 13 de agosto de 1975, “pendiendo cual espada de Damocles sobre la cabeza del gobierno español hasta el día en que a Rabat le interese reanimarla”, en la frase un tacto efectista pero autorizada del diplomático Francisco Villar. Esto es, transformará un litigio en el que ni jurídica ni histórica ni administrativamente ni en su vertebración humana, le asiste la razón, en un diferendo diplomático en el que contaría previsiblemente con la mayoría de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, Francia, China y Rusia, éstos dos a su vez partidarios del referendum de autodeterminación en el Sáhara, más la abstención de Estados Unidos y la indiferencia británica. Y en la Asamblea General en principio tendría a su favor el lobby tercermundista, ampliamente más numeroso que el hispanoamericano (aquí ni siquiera latinoamericano por la presunta defección gala) que podrá instrumentar España.
Sigamos en la hipótesis de que el Comité de los 24 admite a trámite la petición marroquí y vistas, entre otras, las resoluciones 1514 (XV), 1541(XV) y 2265 (XXI), resuelve nunca descartablemente desde la óptica política, la inclusión de las ciudades en el estatuto de Territorios no Autónomos.
En este punto y como es sabido, las modalidades de la libre autodeterminación a tenor de las resoluciones citadas, son: independencia; libre asociación; integración o cualquier otro estatuto político. Entonces, existiría la posibilidad teórica de que Marruecos “recuperara” las ciudades. Pero se daría también la misma posibilidad –sólo que con visos de mayor probabilidad- de que se desestimara la opción marroquí. No resultaría difícil concluir que en la disyuntiva libre asociación o integración a España o a Marruecos, las ciudades se decantarían por la alternativa española o, en otros términos, que en ninguno de los cuatro supuestos de la autodeterminación, Ceuta y Melilla revertirían indefectiblemente a Marruecos. Por lo pronto, está el argumento más simple, el numérico (esto lo escribimos hace casi treinta años; ahora, con el incremento de la población musulmana, procede añadir “en edad de votar”, como lícita cláusula de salvaguardia). El numérico, pues, en edad de sufragio. Pero hasta en cuotas similares poblacionales, habría datos suficientes para pronosticar que los musulmanes se sienten melillenses y ceutíes, lo que les da un nivel de vida político y económico superior al que ofrece el vecino del sur, que necesitará bastante tiempo –así, en genérico- para superar el gap.
Y si se quiere, la misma independencia, donde la exigüidad no resultaría inconveniente determinante (Ceuta, 19.300 kms2; Melilla, 12.300) Recordemos que Mónaco tiene una superficie de 20 kms2. A partir de aquí, la viabilidad sería otra cuestión, lo que emplaza el tema ante la posibilidad teórica de la libre asociación, en el estado políticamente casi puro de Puerto Rico con Estados Unidos o en los más peculiares pero igualmente operantes de la “amistad protectora” de Francia con Mónaco o de Italia con San Marino, y dentro de esos regímenes interesarían los aspectos económicos, es decir, las uniones aduaneras del tipo Liechtenstein-Suiza o Mónaco-Francia.
¿Y el Sáhara Occidental? Siempre recuerdo con honor que en enero hará 40 años del inicio de mi misión en el inolvidable territorio-país, modesta pero a la postre, quizá una de las mayores de protección de españoles del siglo XX. Cuando antes se hablaba del Sáhara se hacía en genérico, refiriéndose a la franja que integran más de media docena de países, allí donde Pierre Benoit sitúa su Antinea en el macizo de Ahaggar, al sur de Argelia; e Isabelle Eberhardt, “la novia del Sáhara”, perecerá ahogada con sus manuscritos al sur de Orán; o Saint-Exupéry inicia su Principito en el desierto libio, o, como igualmente se ha contado tantas veces, P.C. Wren coloca su Beau Geste al norte de Nigeria.
Al Sáhara Occidental, pues, el gran mediatizador de la reivindicación alauita sobre las ciudades españolas, que viene transitando de manera cansina y dramática con un sino aún incierto, al no haber sido absorbido de forma definitiva por el reino alauita, ni siquiera relativamente, mientras que por otra parte prosigue reafirmándose, ampliando su reconocimiento diplomático, en el nuevo, todavía potencial tablero que parece avecinarse, se le abrirán inmensas posibilidades hacia la República Saharaui. No todas, porque en diplomacia no existe ese término, pero sí altas posibilidades, al mitigarse la presión marroquí, que se trasladaría al norte fundamental y forzadamente. Y en una partida donde se juega el todo o nada, reducir, atenuar, aflojar la presión, puede ser sinónimo del principio del final.
No parecen soplar, por tanto, buenos vientos para la política exterior, que es casi tanto como decir interior, de mi añorado Marruecos, al que siempre deseo lo mejor, lo que, por lo demás, es compatible con un ejercicio objetivo de diplomacia, donde haría falta la inigualable competencia imaginativa de Hassan II, paradigma del monarca culto y diplomático. “La lógica de la Historia”: “Tengo gran esperanza en que un día se reconocerá, igual que se ha hecho con nuestro Sáhara, que Ceuta, Melilla, las islas del Rif, son territorios marroquíes....”. Recuerdo su apotegma -creo que pensando también en la vía política bilateral, que asimismo pienso y dejo aquí constancia, que nunca estará cerrada- oyéndole en un libro (la tradicional literatura oral árabe) que tengo en La Serradilla, en mi biblioteca de trabajo en la vieja casona familiar de granito, rodeada de pinos vetustos, que se van cayendo, desde la que se ven las murallas de Avila, y en la que guardo la piedra caliza del Sáhara que me regaló el jefe de la misión cultural española, con la representación de un ave, prueba de que el desierto fue un vergel.
¿Se cumplirá “la lógica de la Historia”? O quizá mejor ¿hasta qué punto? Y, sobre todo, ¿cuándo?... Diplomacia sobre el estrecho, que en este período de aceleración histórica sin precedentes, tiene que ser alta. Y ortodoxa.