Qué bien que una amiga me recordó que el 15 de abril era el Día Mundial del Arte, y así puedo acudir a esta cita para decir lo mucho que ha supuesto en mi vida darle un cauce a la creatividad. Esta vez, de la mano de la escritura.
No se tiene noticia de mi inclinación por la tinta hasta ya entrada la segunda juventud. Aunque gustaba del lenguaje bien elaborado en los trabajos de la Universidad, la sublimación era cosa de grandes genios, de una estirpe y una altura inalcanzables.
En la intimidad de la habitación de la residencia de estudiantes, fabriqué un retablo con la lectura de las obras maestras de la novela universal. Sabemos que estamos delante de un grande cuando el espíritu se tambalea, ebrio de tanta pureza, y la catarsis te hace nacer de nuevo, pues es nueva la luz que brota de nuestros adentros.
Viene al caso esa tarde furtiva, cuando desempolvé un ejemplar de la novela de James Joyce, “Retrato del artista adolescente”. La conexión fue limpia, pero todavía no llegaba a imaginar siquiera que, detrás de mi devoción como lector, se encontraba la semilla de mi evolución en el manejo del idioma.
Sin embargo, y afortunadamente, todo esto que digo se sitúa en el plano de la diversión, ya que es sabido que a última hora conseguí un trabajo estable. Imaginaos la urgencia si, al cabo de la edad, mi único patrimonio o currículo hubiese sido la facultad de modificar el lenguaje, de alterar los componentes de una frase hasta encontrar la belleza.
De todas formas, el haber convertido el mundo de las palabras en una materia plástica, moldeable, me viene de lujo para la elaboración de informes, de discursos, o de argumentarios. Y siempre busco un resquicio de originalidad, un destello que me haga contemplar el camino recorrido.
Llegados a este punto, no puedo dejar de acordarme de los tres o cuatro años que empleé en descifrar una señal que provenía de mi interior, y que me pedía que indagara en el mundo de la escritura, y que no había nada que perder.
No fue fácil identificar esa vocación, y no fueron pocas las veredas y senderos que transité bajo una luna expectante. Así, hasta encontrar la voz definitiva: “si quieres escribir, compra una libreta y escribe”.
Muchas veces la solución está cerca, pero la humildad me impedía igualarme con aquellos, que antes que yo, representaron a la escritura de Ceuta.
Si mi trayectoria trascurre con normalidad, me gustaría que mis apuntes, obtenidos en la observación del canon artístico, tuvieran soplo de vida, y así poder compartirlos.
De momento lo que veis es lo que hay. Y felicidades a todos aquellos artistas, ya sean anónimos, que engrandecen la condición humana.