Durante el siglo XVII la peste negra seguía siendo la enfermedad más temida y terrorífica del mundo. Se convirtió en una pandemia global que segó la vida de millones de personas. Los médicos iban totalmente tapados con capas superpuestas como si de una cebolla se tratase. Portaban un abrigo impregnado en ceras aromáticas, bajo el que se encontraban una camisa que buscaba cobijo en el interior del pantalón y éste a su vez en el de las botas. Las manos cubiertas por guantes de cuero, normalmente caprino.
Sobre la cabeza un amplio sombrero, bajo ella una máscara y unos anteojos para protegerse los ojos. También solían portar una vara que poseía una doble función, tocar desde lejos los cuerpos de los moribundos para comprobar si ya nos habían dejado o defenderse en ocasiones más enmarañadas. Pero si por algo destacaba su atuendo era por el uso de la máscara picuda que se rellenaba con un preparado “farmacéutico”, de compleja y variable composición, elaborado con más de 55 hierbas, polvo de víbora, canela, mirra y miel y al que se atribuían extraordinarias propiedades curativas. Este ungüento milagroso protegía contra los “miasmas” que según se creía en la época eran los responsables de la enfermedad, al ser una especie de aire corrompido y pestilente que emanaba de cuerpos en putrefacción y que transmitía las infecciones. La peculiar forma estaba concebida para dar al aire suficiente tiempo como para mezclarse con esta pasta prodigiosa de forma que la contaminación del propio aire no llegara a las fosas nasales del aventajado curandero. Ni que decir tiene que no existía un ápice de realidad en nada de lo defendido, pero era la teoría que predominaba en ese tiempo y en esas circunstancias. Pandemias como ésta fueron catalizadoras de la sociedad y cambiaron el curso de la historia.
Nuestro país sufre desde hace tiempo una pandemia, la “PPeste azul”, y se ha vuelto a poner de manifiesto durante la votación para la convalidación de la reforma laboral en el Congreso. Por más que intentemos cubrirnos con abrigos revestidos de ceras aromáticas o máscaras picudas con intensos olores, la hediondez del comportamiento antidemocrático y fulero de este partido impregna por completo el ambiente.
Insisto, si para algo ha servido ya la reforma laboral es para que la verdadera cara del PP vuelva a ser mostrada.
"Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio político" que diría el ilustre M.Rajoy.
La podredumbre de la ética pepera se está demostrando día a día consustancial a su propia existencia y está unida a la corrupción y a los efluvios de esas macrogranjas que tanto parecen gustar al señor Casado y los suyos.
El macrotimo pepero posee características propias y especímenes curiosos, pero posee un rasgo distintivo, su desprecio a las instituciones democráticas y su intento de manipulación mediática hasta extremos que llegan al absurdo y casi a convertirlos en una secta. Hagamos un breve repaso del modus operandi de este remedo de secta, “tamayazo”, “Murcia gate”, reforma laboral y la manera con la que llegó por primera vez a la Alcaldía-Presidencia de la Ciudad Autónoma de Ceuta el insigne Vivas, que a tenor de cómo se están desarrollando los acontecimientos parece haber sido nombrado pepero “non grato” dentro del mismo PP. Acabo de exponer las cuatro caras de una misma moneda, tan útiles como las que recibió Judas.
"Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio político" que diría el ilustre M.Rajoy.
Insisto, si para algo ha servido ya la reforma laboral es para que la verdadera cara del PP vuelva a ser mostrada.
Otro día hablaremos de la remolacha y de cómo el PP ha sacado adelante la reforma laboral de Unidas Podemos y PSOE, o de cómo cada vez que Casado aparece en unas elecciones hunde a su partido, o de cómo el intento de líder del PP toma al pie de la letra los “consejos” de Adolf Hitler: “Las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña” de ahí su defensa de las macrogranjas, o de la invención de fallos informáticos en las votaciones telemáticas, o de la potenciación del consumo de azúcar a través de su filoremolachasofía, o su malintencionada denuncia, una y otra vez y otra y otra y las que quedan, del supuesto mal uso de los fondos europeos, … y no podemos olvidar su actuación durante la crisis sanitaria. Solo nos resta esperar hasta la siguiente falsedad, macrofalsedad, del señor Casado, convertido en el vector cero de la pandemia de desinformación.