El escritor portugués Saramago regaló al universo de la literatura una novela que nos haría pensar sobre el verdadero significado del juego democrático y la esencia del pueblo que lo sostiene.
Hace poco más de un año sufrí una terrible depresión. Ya había tenido episodios de tristeza, abatimiento, melancolía, crisis de ansiedad, sensación de impotencia hacia los asuntos más básicos y momentos intermitentes de todas las angustias habidas y por haber.
Mi cuaderno de apuntar la vida señala una fecha clave: la muerte de mi amiga y compañera Paloma. Nuestra amistad y complicidad marcarían unos años extraordinarios de sueños, proyectos, estrategias subersivas para darle la vuelta al mundo y una inmensa pasión en cada charla, en cada comida, en cada café y en cada instante.
Vivir sin paloma supuso un vértigo vital que formaría parte de mi sombra existencial.
Dejé el Siete colinas después de 12 años, todo me recordaba a ella pero su vacío me resultaba un peso insoportable.
Compartí estos últimos seis años con un compañero que me rescató una y otra vez, infinitas veces. Manolo Aranda, el profesor más querido por los alumnos y por muchos de sus colegas, escuchó un grito ensordecedor y desplegó un ejército interior para no abandonarme a mi suerte.
Fueron años grises, marrones, oscuros, difuminados en una gama de colores en los que no podía verbalizar la nada que formaba parte de las eternas 24 horas del día.
Mi llegada al Camoens fue una especie de viaje en patera. Pisé tierra tan exhausto, tan abatido, que tuve que empezar desde el principio a hacerme un hueco en el que sembrar las raíces arrancadas de tantos recuerdos esparcidos en el infinito de la memoria.
Coincidiendo con el año de la pandemia, supe por primera vez en 56 años lo que era una depresión. Tuve que vérmelas con ella cara a cara en una batalla que di mil veces por perdida.
Después de consultar a muchos profesionales conocí a Alberto Fuentes Garrido, era la primera vez que acudía a un psiquiatra. Recibí todo el apoyo profesional y humano que se puede necesitar. Formamos un equipo durante años en el que él como médico y yo como paciente nos atrevimos a darlo todo para salir a flote. Nunca podré agradecerle su cariño y apoyo en los momentos que deambulas en un laberinto sin salida.
Después de esta historia viene la otra historia tal vez más dura y cruel porque te envuelve y encasilla en un estigma social de apestado, en la desconfianza, en la duda que generas en el trabajo, con los compañeros, con los vecinos. " Estuvo un año de baja, tuvo una depresión" ,no cuentes con él, no te lo tomes en serio, no confíes, eso es para toda la vida, es una enfermedad crónica, en cualquier momento estará igual, fíjate qué dice y qué cosas más raras hace, que no te vean cerca de él, evítalo, te traerá problemas".
Ese es el precio que pagamos a la sociedad, una especie de inhabilitación inconsciente de los otros que se hace consciente en múltiples circunstancias.
Soy Carlos Antón, soy profesor de Filosofía, pasé una depresión, puedo volver a pasarla.
Vosotros los cuerdos, los sanos, los que veis la realidad nítida, los que tenéis todo claro y no dudáis de nada, los que no os duele el alma. Vosotros seréis nosotros y en ese momento entenderéis la soledad. Os prometo que andaremos juntos.
Paloma, Alberto, Manuel aranda, familia, compañeros y amigos que siempre estáis. Va por vosotros, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad sí tienen una segunda oportunidad sobre la tierra.
Seguro que su sincero y emotivo artículo hará mucho bien a personas que ahora estén pasando por una depresión o la hayan pasado. También valdrá para que personas que se creen que están a salvo de todo recapaciten un poco y bien que una depresión es algo que podemos padecer cualquiera y que se ahí se sale con ayuda de buenos profesionales de la salud mental.
¡Muchas gracias por sus palabras!