El viernes pasado finalizó el curso académico más complicado de mi vida laboral. La pandemia nos anunciaba que todo sería distinto desde el primer minuto y que deberíamos estar preparados para cambiar de rumbo en cualquier momento.
El Gobierno de la Nación, el Ministerio de Educación, la Dirección Provincial y los equipos Directivos se encerraron en sus despachos durante el verano de 2020 para elaborar planes de contingencia, logísticas, Organigramas infinitos en los que planificar posibles situaciones a las que nos tendríamos que enfrentar en cualquier momento.
En Ceuta también se volcaron todas las instituciones para que los Centros Educativos abrieran sus puertas. Y así, sorteando " la tormenta perfecta" la Comunidad Educativa inicio este año que vivimos peligrosamente bajo la amenaza constante de un enemigo silencioso.
El paisaje escolar fue diseñado para defendernos en una lucha sin cuartel: dobles turnos para el alumnado, distancia de, seguridad, señalizaciones indicativas marcando todo tipo de rutas, toma de temperatura, desinfección continua de Colegios e Institutos, coordinadores Covid, constantes PCR, pruebas de antígenos, confinamientos, cuarentenas; de una manera o de otra, todo pudo funcionar porque la mayoría absoluta colaboramos en la medida de nuestras posibilidades.
Por motivos extraños, el Director Provincial tuvo que abandonar el barco y una nueva Directora tomó las riendas de la política educativa trabajando muy duro en una ciudad siempre convulsa. Nada ni nadie podría cerrar las aulas; la educación Jamás se puede rendir, aunque caigan bombas y pisemos territorios minado. En las últimas semanas, muchos profesores también fueron víctimas de otra pandemia; se enfrentaron a las oposiciones y otra vez, como otras tantas veces, fueron fagocitados por el Sistema: suspensos masivos, plazas desiertas, tribunales en los que ningún opositor superó la primera prueba del proceso selectivo. Es chocante que alguien sea calificado con un cero y al día siguiente lo contrate la administración ofreciéndole , las más de las veces, puestos de difícil desempeño: peores cursos, peores horarios, Centros compartidos y un sin fin de trabas laborales que cada uno debe salvar como mejor pueda. Yo he sido interino durante doce años y sé que es beber el cáliz más amargo de la incomprensión. Los que no han bebido de esa copa nos tildan de vagos, poco preparados, usurpadores de derechos de los que realmente estudian, vividores y asesinos de Manolete. La historia se repite y los interinos, amedrentados y amenazados por el miedo, comienzan en este ir y venir con la eterna incógnita de un futuro cada vez más incierto. Ojalá se rebelen contra ese miedo, ojalá se liberen de ese complejo y unan sus fuerzas. Ojalá recuperen su dignidad mancillada por la insolidaridad de los propios compañeros. Todos somos interinos, si fuéramos conscientes, otro gallo cantaría.