Tengo 85 años, por lo tanto, soy viejo, soy un hombre viejo, así lo atestigua mi DNI, pero hasta ahora no me había "sentido viejo". De las cualidades intelectuales, al menos yo, no aprecio grandes carencias, pero qué duda cabe que mis condiciones físicas no son los mismas que hace unos años, pero me defiendo bastante bien. Todos los días, después de hacer con mi mujer las compras necesarias para la casa, me doy un gran paseo sin manifestar cansancio alguno. Cuando llega el verano cogemos, mi mujer y yo, los trastos, sombrilla y butacas y todos los días nos vamos andando a la playa donde don damos un buen baño. Tanto a mi mujer como a mí nos gusta viajar, así que desde que disminuyeron las cargas familiares, casi todos los años nos apuntamos a un circuito turístico y así nos hemos recorrido casi toda Europa. El día de nuestra boda de oro nos cogió en La Capadocia, en Turquía, montados en un globo. El último viaje que hemos hecho ha sido, el año pasado, a Londres, donde nos recorrimos a pie y en transporte colectivo urbano gran parte de la ciudad y, aunque éramos los más viejos del grupo, no creo que nadie se quejase de que fuéramos una rémora para el mismo. Hicimos lo mismo que todos y al mismo ritmo. Todo esto lo cuento para decir que en ningún momento me he "sentido viejo".
Pero llegó el coronavirus, ese bichito insignificante que con un buen lavado de manos nos lo quitamos de en medio, pero que cuando se escapa menuda es la que arma, y aquí ya cambia la cosa. Empieza con las autoridades sanitarias que hablan de grupo de riesgo en el que están los mayores de 70 años. Se empieza a hablar de que hay que salvar a "nuestros ancianos" o a "nuestros abuelos", que hay que dejarlos en casa y ayudarles en todas sus necesidades pues son los más vulnerables. Las estadísticas dan un porcentaje muy grande de fallecidos de personas mayores, y los muertos en residencias de ancianos son innumerables. Mis hijos "toman el mando" de nuestras vidas y no nos dejan pisar la calle, y yo les "obedezco", no porque no me sienta con fuerzas para ir a comprar, sino porque sé, que, si por casualidad llegase a contagiarme, el disgusto que les daría sería enorme. El vecino me dice que no salga a tirar la basura, que él lo puede hacer por mí, cosa que agradezco. Otro vecino se ofrece para lo que necesite. Y entonces si "me siento vejo". Es lo que ha conseguido este bichito.
Después surgen algunos políticos en España y también en el extranjero que dicen que a los enfermos mayores de 80 años no hay que intubarlos sino mandarlos para casa, ya que hay que dar preferencia a los más jóvenes, (cosa que se contradice con la anterior política de protección de los mayores). Yo tengo dos hijos médicos casados con médicos, tres nietos médicos y una hija enfermera repartidos por varios hospitales de España. Pedía a Dios que no me contagiase pues no quería poner en aprieto a uno de ellos y que cuando yo llegara al hospital me tuviera que decir (cosa que estoy seguro que no haría): "papá, o abuelo (según tocase uno u otro), eres demasiado viejo para que te curemos, vete a casa, siéntate en tu sillón y ya te llamaremos para ver cómo va la cosa".
Este coronavirus ha ocasionado una crisis sanitaria y otra económica pero además otra moral.
La primera ola pasó y llegó la confianza y estamos viendo que también la irresponsabilidad. Seamos prudentes, aprovechemos lo ya lo aprendido y seguro que llegaremos a un final feliz.