Ha sido en este Julio de 2020 cuando me he dado cuenta que habito en un mundo muy alejado del que pensé hace unos años.
La llegada de la pandemia nos ha hecho reflexionar sobre las otras pandemias en las que habitamos: la política como un discurso hueco, los fascismos recalcitrantes, la insolidaridad ante el simple uso de una mascarilla, la economía construida con los cimientos de un castillo de naipes, el olvido de personas confinadas en residencias que quedan aparcadas en la última etapa de la vida, la escuela abandonada a las circunstancias de los virus biológicos e informáticos, las banderas de guerra izándose desde distintos frentes para sacar el máximo rendimiento del dolor.
Vivimos confinados en nosotros mismos y valoramos a los otros en la medida en que sin ellos, no podemos seguir en el planeta. Olvidamos la sociedad cuando proclamamos el egoísmo individualista de lo que nos conviene.
En este julio que ha terminado, me he despedido de la inocencia, me he acostumbrado a sentir que el hilo que nos mantiene sujetos a los ideales, va resquebrajándose lentamente y que hay que prepararse para el golpe de la realidad.
Despedirnos no es sencillo cuando la consciencia de este viaje vital no puede volver a aquellos paraísos que imaginamos. Nos vamos marchando cuando las huellas que dejaron en el camino nuestros padres, amigos y compañeros, van adentrándose en la neblina de los recuerdos.
Vivir la pandemia es sobrevivir a las despedidas y los adioses.
Como filósofos, deberemos retomar otro discurso para reinventarnos, para pensar otro tipo de sociedad, otra libertad distinta a la que habíamos creído, otra política comprometida y solidaria que nos ayude a ser ciudadanos de la polis.
Triunfarán los que se aprovechen de las catástrofes y nos robarán todas las conquistas, todos los derechos, todas las libertades ganadas en la historia.
Hoy, más que nunca, debemos rearmarnos contra ellos: golpistas, vendedores de bulos, patriotas de bandera, jaleadores de tragedias, instigadores de mentiras maquilladas, aduladores de tiranías abyectas.
Apretaremos los dientes y seguiremos construyendo barricadas para defendernos de esta hostilidad que ha llegado en una especie de diluvio universal.
Dejará de llover y llegará la primavera.