Ahora que volvemos a una nueva relación con el exterior, con el día a día, con el tiempo libre, etc., muy probablemente nuestra visión del mundo, o de nuestro mundo, se haya limitado obsesivamente. Y es que nuestra vida exterior, e incluso nuestra vida interior, se han quedado centradas alrededor de nuestra seguridad frente a la pandemia. Y en consecuencia, está prevaleciendo nuestra vida física o biológica sobre lo social, lo personal o simplemente lo trivial.
En estas circunstancias, son nuestras acciones, nuestra solidaridad, y sobre todo la distancia social, lo que importan. Y son las fronteras y los espacios los que nos pueden ayudar. Todo un escenario, donde el clima, el medio ambiente o la polución son los que podrían hacernos, por el contrario, tropezar. De modo que la confianza en que podamos quedar protegidos por el clima, no es para el verano. Ya que si el clima frio parece que incrementa el índice de infecciones haciendo más difícil su control; el clima cálido parece que ralentiza este índice de infecciones, pero todo su control va a depender de nuestras acciones. Así, los rayos ultravioletas parecen que pueden destruir el virus, pero al mismo tiempo estos rayos nos seducen para pasar más tiempo fuera de casa, dónde puede ser más fácil la infección.
En el horizonte de todo este paisaje, la libre circulación de bienes y de personas que ha significado el espacio Schengen (establecido en 1995), ha quedado bloqueada por la acción improvisada de cada uno de los 26 países que lo componen, en protegerse de la infección. Y el desconfinamiento de sus fronteras da la impresión de que va a ser un aprensivo y receloso rompecabezas. Donde se asocian ultrasensibilidades con respecto a la actividad económica y social, con respecto a un frente común sanitario de protección, y con respecto a la pérdida de la noción de distancia en un mundo hiperglobalizado. Además de este bloqueo, y por razones sanitarias la Comisión Europea ha conseguido coordinar las posiciones de los Estados miembros sobre el cierre de fronteras exteriores de la Unión, hasta el 15 de junio.
Todo un panorama que nos lleva a quedarnos atrapados dentro de nuestras propias y personales fronteras. Y que puede que nos coseche algún beneficio. Mientras tanto, esos momentos de felicidad máxima, viajando y perdiendo la noción de distancia, tendrán que esperar a que puedan renacer otra vez. Por poner un ejemplo, ese fenómeno global de 1,5 billones de viajes internacionales del año pasado, tendrá que esperar para poder repetirse. Ya que nos encontramos, sin haberlo imaginado, en un mundo inmovilizado, y con la necesidad de reorientarse. Y para ello, no es suficiente el anuncio de una vacuna o vacunas, frente a la infección. Es necesario además que la vacuna demuestre seguridad y efectividad, y que tenga que ser producida a gran escala, máxime si algunas personas podríamos necesitar más de una dosis. Pero sea la dosificación que sea, ésta va a necesitar también en la misma enorme proporción viales de vidrio, jeringuillas y agujas.
Los epidemiólogos están manifestando que aún no conocen a nuestro enemigo en su totalidad. Y hasta ahora lo más importante que hemos tenido, ha sido la unidad social que ha estado prevaleciendo. Quizás desde esta unidad social y desde nuestros espacios, la agenda política tendría que reorientar nuestro mundo. Donde la habitabilidad del planeta y la organización de nuestras industrias están siendo cuestionadas. Y además, el impacto de nuestras actividades sobre el deterioro de nuestros ecosistemas (deforestación, extracción de recursos fósiles, sobreexplotación de los suelos, etc.) requiere, a propósito de esta crisis, transformar nuestra relación con los recursos naturales.
Y lo requiere a propósito de esta crisis: por la unidad social que ha estado prevaleciendo; por nuestra seguridad biológica, social e incluso económica; y porque nosotros y los otros, cada uno dentro de sus fronteras, podemos sumar para hacerlo. Ya que la misma Comisión Europea además de no disponer de ningún medio para imponer la protección del medio ambiente, probablemente no pueda conseguir, por ella misma, los exigentes objetivos, de cara al 2030, de: restauración de los ecosistemas naturales, reducir en un 50% el uso de pesticidas, convertir un 25% de tierra agrícola en agricultura biológica, restaurar 25.000 kilómetros de ríos, plantar tres mil millones de árboles, hacer más verdes los espacios urbanos, etc.