Soy colaborador del Parque de las Ciencias de Granada. Pese a que las nuevas autoridades de la Junta de Andalucía lo han sometido a unas normas de control y seguimiento totalmente irracionales, para las que, al parecer, importa más la realización de informes continuos de todo tipo, que la actividad en sí misma; los gestores de este siguen dando lo mejor de ellos mismos para mantener el Parque, nuestro Parque, al mismo nivel de excelencia que siempre. Esa dedicación y el convencimiento de que se está haciendo un bien por la difusión del conocimiento y por el desarrollo económico y social de nuestra tierra, es lo que nos mantiene a muchos en estrecha relación con el mismo.
En un contexto de total confinamiento a consecuencia de la terrible pandemia que nos asola y, por tanto, de cierre de sus puertas, los gestores del Parque no han dejado de ingeniar actividades que puedan ser de utilidad a los ciudadanos. Sus iniciativas de actividades en familia, por ejemplo, o de difusión de entrevistas con expertos en distintos campos, siguen desarrollándose con total normalidad por las redes. Con una mayor dedicación y esfuerzo por parte del personal que las produce. Pero con la misma o mayor dedicación y vocación. La prueba está en que el seguimiento en redes de sus propuestas sigue siendo masivo.
Una de las últimas actividades presenciales del Parque, a la que asistí, fue una multitudinaria mesa redonda, moderada por el músico Miguel Ríos, en la que participaba el cantante, médico y poeta Jorge Drexler. La verdad es que, hasta ese momento, conocía poco de este artista. Fue a partir de entonces cuando comencé a adquirir algunas de sus composiciones y a escucharlas con atención. Una de ellas, producida en 2014, se titulaba “Bailar en la Cueva”. Se trata de una canción de mucho ritmo y una letra que me hizo reflexionar entonces. Pero, sobre todo, me ha sido de mucha utilidad en estos momentos en los que no podemos abrazarnos, besarnos, o reunirnos. Y me ha hecho añorar comportamientos y situaciones a las que no dábamos importancia cuando las podíamos realizar, por su cotidianeidad, pero que eran la esencia de nuestra existencia como especie.
Lo que los filósofos se han planteado siempre sobre quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, Jorge Drexler, con su proverbial maestría, lo expresaba en esta canción de forma muy divertida y bella. “La idea es eternamente nueva, cae la noche…. y nos seguimos juntando a bailar en la cueva…., me guías tú…. o yo te guío, será que me guías tú…., mi cuerpo es tuyo y el tuyo es mío…los dos bebiendo de un mismo aire….ya hacíamos música muchísimo antes de conocer la agricultura….cae la noche y nos seguimos juntando a bailar en la cueva…bailar, bailar, bailar, bailar,…. me guías tú, o yo te guío..”. El sentido primitivo de nuestra existencia. La pertenencia a la tribu. La idea de que sin los demás no somos nadie. El amor, la música, la danza, el arte….Esto es lo que realmente somos y para lo que estamos aquí. Lo que nos ha vuelto a recordar el paréntesis obligado en el que nos encontramos.
Hay dos artículos que me han llamado poderosamente la atención en estos días, que mi amigo Fernando Trujillo, en su incesante actividad pedagógica y de atención a los demás, ha compartido con nosotros. Uno es del científico Sandro Meloni, que nos habla de por qué es difícil controlar brotes epidémicos en un mundo que se mueve tanto. Da un dato. En 2018 se produjeron 4.400 millones de desplazamientos de personas en avión, mientras que en 2005 fueron apenas 2.000 millones. En 2035 se prevén 8.200 millones. Este es el problema. Para contener epidemias y para frenar el cambio climático. También para encontrarnos con nosotros mismos. ¿De verdad necesitamos viajar tanto?.
El otro artículo es del ecologista, filósofo y matemático Jorge Riechman, que habla de la crisis del coronavirus y nuestros tres niveles de negacionismo. Según nos explica, la naturaleza nos está enviando un mensaje, que no deberíamos ver más que como uno de los elementos de la crisis ecosocial sistémica en curso. No cuidar la naturaleza significa no cuidarnos a nosotros mismos. El nivel uno sería el negacionismo climático. Trump, el presidente de uno de los países más poderosos de la Tierra, lo niega. Como también negaba que el coronavirus les llegaría a ellos. El nivel dos sería el “negacionismo que rechaza que somos seres corporales, finitos, vulnerables, seres que han puesto en marcha procesos destructivos sistémicos de magnitud planetaria, y que hemos desbordado los límites biofísicos del planeta Tierra”. El nivel tres sería el que rechaza la gravedad real de la situación y confía en poder hallar todavía soluciones dentro del sistema, sin desafiar al capitalismo.
La pregunta que se hace el profesor Riechman es si aprenderemos de la actual crisis o si, por el contrario, como nos dice Monbiot, “La tentación, cuando esta pandemia haya pasado, será encontrar otra burbuja de confort falso y denegación…”.
Mientras que no nos demos cuenta de que somos seres corporales, finitos y vulnerables, y que cuando cae la noche necesitamos seguir juntándonos para “bailar en la cueva”, no será posible aprender de esta crisis. Se trata, como dice Jorge Drexler, de una idea eternamente nueva.