Si hay algo que verdaderamente aglutina a todos los partidos de la atomizada izquierda es la ojeriza severa y obsesiva hacia la derecha, o lo que ellos creen que es la derecha, porque confunden una parte con el todo, el conservadurismo con los liberales y a ambos con toda la derecha, por no hablar de otras asociaciones mentales que más tienen que ver con mitologías del parnaso guerra civilista, que con la realidad. Y es que a los partidos políticos hay que reconocerlos por los hechos y por las declaraciones, y tanto en un campo como en el otro, a la actual izquierda, no se le reconocen más acciones que aquellas en clara confrontación con la mayoría de los españoles. Porque las urnas, quiera o no quiera esa nueva forma de fascismo, de pensamiento impositivo, gris y único en el que se ha convertido el progresismo, no militan en sus filas.
Las iletradas, pueriles y prejuiciosas declaraciones en las que se acusa a la derecha, de xenófoba e insolidaria por pedir una política migratoria responsable, de reaccionaria por solicitar el mantenimiento de unos valores que nos han conducido como sociedad próspera donde prevalece la defensa de la vida y la libertad, y el sumum de todas las acusaciones, de racista por quienes tan solo defienden una única parte de la diversidad cultural; es la punta del enorme iceberg de frialdad despectiva, en el mejor de los casos, o del odio visceral que procesan los más radicales y fundamentalistas de una izquierda que mutó sus anhelos de un mundo mejor por los del más mullido de los sillones.
La izquierda española, si realmente aspira a gobernar para defender los intereses generales de la sociedad española, no puede, ni debe basar su discurso en el rechazo a toda política que emane de los populares, ni en amplificar los errores que estos han cometido, empequeñeciendo los propios. La sociedad española ya conoce y detesta los muchos tropiezos del gobierno popular, particularmente del Ejecutivo de Mariano Rajoy, y aún así preferimos seguir gobernados por el PP, frente a la piromanía radical de una amalgama antinatural de partidos que preconizan y anhelan abiertamente la destrucción de España tal y como la conocemos hoy.
Los innumerables casos de doble rasero de una pretendida oposición la descartan y deslegitiman a la hora de postular soluciones o reclamar responsabilidades. La dimisión de Soria estuvo muy bien, y la petición para que Rita Barberá le acompañe mejor, pero no hay que perder la altura de miras y solicitárselo también a Errejón por sus becas black, Echenique por sus contratos black, o a Cañamero por sus muchos delitos. Sin embargo, el discurso sigue siendo el mismo, la obsesión con la derecha, sucumbiendo frente a un electorado hastiado de una izquierda que es incapaz de mirar la viga en el ojo propio.