Casi como si de la vida misma se tratase, tras la pacífica salida de Franco, el activismo de Quim Torra, y la violencia del Tsunami Democràtic y de los CDR (Comitès de Defensa de la República), ya solo queda por salir a escena el esperado desbloqueo político de las próximas legislativas del 10 de noviembre. Legislativas que representan el cuarto proceso electoral nacional en cuatro años (Diciembre 2015, Junio 2016, Abril 2019). Pero esta vez los sobres que se introduzcan en las urnas representarán una mayor crispación en los ciudadanos de todo el Estado, y una mayor frustración en la política del “Procés”. Con el aderezo de que “el mediático traslado a Mingorrubio” podría reproducir cierto legado de Franco dividiendo aún a España y a sus partidos políticos.
Pero no nos inquietemos, que la salida a escena del Brexit está ocasionando desde entonces hasta ahora, más de 3 años de quebraderos de cabeza y de bloqueo político en el Reino Unido. Bloqueo sin salida alguna ni hacia adelante (si al Brexit) ni hacia atrás (no al Brexit). Y sin apreciar lo absurdo o la incoherencia de este teatro. Donde se encuentra el escenario del 23 de Junio de 2016, que recoge la voluntad de los partidarios de una salida en un 51,9%, una insignificante mayoría. Frente a un escenario actual, donde la voluntad de los ciudadanos ha cambiado al respecto. Ya que así lo muestran persistentemente las encuestas de opinión, con una mayoría de votantes a permanecer en Europa, y un “no” a la salida. Pero por si esta incongruencia o práctica de lo absurdo fuese poco, actualmente el Brexit se ha convertido en una salida mucha más dura que aquella inicial que se había vendido a los electores.
De modo que lo que el Brexit significa, lleva consigo mismo el proceso del fracaso y la huella de la regresión y el deterioro, en su propia acción política. Tal como lo lleva consigo mismo la política del “Procés”. Una política de independencia que nunca ha alcanzado el 50% del voto en las elecciones Catalanas. Aún habiéndose realizado para ello la logística de la propaganda y el adoctrinamiento. Solo en Octubre de 2017 se logró el porcentaje más alto, con un 48,7% en favor de la independencia. Pero actualmente, en el sondeo de Julio de este año, se ha reducido al 44%, frente a un 48,3% de ciudadanos catalanes que se oponen a la independencia. Y consideremos que todas estas cifras provienen de las encuestas realizadas por el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) en manos del Gobierno de la Generalitat. Mostrando todos estos porcentajes, la evidencia de un escenario incoherente para vender una independencia irrealista y absurda. Evidencia que se ha ido reforzando a través de la realidad que han ofrecido otras cifras. Las del referéndum simbólico pero ilegal de 2014, que tuvo una participación de 2 millones trescientos mil votantes (y un 80% de votos a favor) frente a 5 millones cuatrocientos mil catalanes que podrían haber votado. Y las del referéndum ilegal y violento de 2017, que tuvo un porcentaje de participación estimado de un 42% (y un 90% de votos a favor), según los propios interesados. Cifras que ofrecen una radiografía de un camino, el del Procés, que se está andando mal. Con caminantes, sin hacer camino, y andando por la unilateralidad y su confrontación, por la ilegalidad y sus exigencias pacíficas y violentas, por la obstinación de seguir (aun existiendo notables diferencias internas entre ellos) hacia el intento de un tercer referéndum.
Desde luego, este camino no sería el que Escocia eligiese, si las circunstancias del Brexit le apremiasen a un segundo referéndum de independencia para poder seguir en la Unión Europea. En una encuesta reciente, el apoyo a la independencia en Escocia ha alcanzado, su más alto porcentaje, el 50%. Otra cuestión sería su posible o dilatado proceso de integración en la UE, implicando moneda única, impuestos y una relevante frontera con el Reino Unido. En cualquier caso, tanto para Escocia como para el Reino Unido, la ruta del unilateralismo y del referéndum ilegal de los nacionalistas catalanes, va a quedar ahí precisamente para ser la que no habría que seguir.
Este tipo de ruta es en esencia el gran peligro de la Unión Europea. Unión creada para superar nacionalismos, unir intereses e interconectar beneficiosamente las economías de los diferentes estados. Todo un proyecto común sobre el cual, el Tratado de Lisboa, funcionando como una constitución para todo el bloque, tendría, frente a estos nacionalismos, que progresar más en la acción de compartir leyes, administración y burocracia. Ya que no son la economía, la inmigración, la política exterior, etc., las que pueden enfermar a la UE. Pero si la puede hospitalizar la reemergencia de los nacionalismos.