El patrimonio histórico-artístico de la ciudad de Ceuta es, cuanto menos, sorprendente para quien lo recorre con la paciencia minuciosa de encontrar un relato novedoso. Desde los edificios de estilo colonial que aún lucen majestuosos en la Marina o en el Paseo de las Palmeras, al patrimonio religioso que aún queda en pie. Asombra que la plaza principal de Ceuta esté dedicada a “Los Reyes”, presidida desde el arco noble por las imágenes en piedra de San Fernando y San Hermenegildo. Ninguna novedad para los caballas, habría de suponerse.
Esmerado y transmitido a través de las generaciones, la piedad popular de los ceutíes se concentra en el tesoro que constituyen sus imágenes sagradas. Es el caso del Cristo ‘dormido’, eternamente, de la sede agustiniana de Los Remedios.
La cofradía, fundada en 1943, no fue aprobada hasta dos años después. Comenzó procesionando con una imagen de Cristo muerto que actualmente se encuentra a los pies del templo, en la nave del Evangelio. Allí sigue recibiendo la devoción de cientos de ceutíes que, con sus besos y caricias, han ido desgastando los pies de este crucificado.
Sin embargo, el actual Cristo de la Buena Muerte no llegó hasta 1949, salido de la gubia prolija del del imaginero sevillano Antonio Castillo Lastrucci. Entre 1938 y 1957, el escultor realizó ocho imágenes de Cristo crucificado bajo esta advocación. Cada uno con sus peculiaridades, cada uno con sus rasgos aunque, particularmente, tres de ellos, con una unción sagrada diferente: el de Sevilla, de la Cofradía de la Hiniesta, de 1938; el de Ceuta, de la Cofradía de Los Remedios, de 1949; y el de Jerez de la Frontera, de la cofradía homónima, de 1956.
Según narra quien fue hermano mayor de la Hermandad de la Buena Muerte de Ceuta, Juan Carlos Aznar, “la talla fue encargada a Castillo Lastrucci una vez constituida la cofradía, que empezó a procesionar con una talla de pasta que se encuentra a la entrada de la Parroquia de Los Remedios. La magnífica obra que realizó, la hicieron repetir en varias ocasiones bajo el mismo modelo”. Se alude, así, a la particularidad del escultor sevillano por repetir modelos icónicos ya definidos.
Lo que hace peculiar al Cristo de la Buena Muerte, de Ceuta, es el origen de sus materiales. María Elena Viso, una reconocida cofrada de la Amargura y del Encuentro, ambas de Ceuta, narraba esta historia mientras recorría las remozadas naves del templo de Los Remedios. “El Cristo de la Buena Muerte está realizado a partir de una viga del antiguo Mercado de la Encarnación de Sevilla”, afirmaba. Y así parece ser, según cuenta el historiador Arturo Fuentes. “Cuando se destruye el mercado de la Encarnación de Sevilla, que antes fue convento de religiosas agustinas, Castillo Lastrucci compra por un precio módico las vigas de la lonja, al ser de una madera muy apta para el modelado de las imágenes”. Madera de las entrañas de la vieja Híspalis para una devoción que cruzó el Estrecho.
Sin embargo, la grandeza del Cristo de la Buena Muerte no está en el conjunto de curiosidades que revuelan alrededor de la talla, sino la devoción que conmueve a los propios ceutíes en la tarde noche del Viernes Santo. “Son tantas las horas, los días y los años pasados junto a Ellos, que no me cansaría nunca de hablar”, reconoce Juan Carlos Aznar.
Setenta años después de su hechura, que se están cumpliendo a lo largo de este 2019, otros más desabridos acontecimientos se han encargado de arrastrar al olvido esta efemérides del tesoro ‘dormido’ de la calle Real.