Con los interrogantes en mi cabeza llegué a la casa de ella, me despedí de todos mis antiguos familiares y, de hecho, sólo voy de vez en cuando. Y cogí un rumbo que podía ser una incógnita y de hecho lo fue. La idea era pasear por la costa y buscar a alguien que me pudiera indicar como salir de Marruecos con dirección hacia la Península. Lo bueno que tenía que hablaba perfectamente el idioma y me podía refugiar en ello. Así estuve durante varios días. Sin suerte, pero con dolores en los pies. Y es que verdaderamente parecía una persona fuera de mí. Prácticamente ni comía, ni bebía. Quería llegar lo antes posible a algún sitio. ¿Pero cuál era mi objetivo? Yo la verdad no sabía lo que hacía.
Tenía sed de venganza. Pero tenía que tener mucho cuidado, era yo sólo contra el mundo. Un lugar donde las mafias no se andaban con chiquitas. Si no que se lo digan a los infelices que están enterrados en las fosas comunes del Estrecho de Gibraltar. Si pudieran hablar, cuanto ruido harían. Una noche tuve suerte, escuché el ruido de una patera a lo lejos. El inconfundible golpeteo de la panza de proa con el mar. Me acerqué a la costa y vi a un cúmulo de personas apostadas entre unas cañas y las rocas. Sin duda debería ser unos pobres que querían participar en un embarque de ilegales dirección a la Península Ibérica.
Como pude me metí en el grupo. Pensé que uno más no se darían cuenta. Y así lo hice y funcionó. Esperé a entrar y cuando estuve dentro y ya habíamos partido me enfrente con el que llevaba el timón que me había cerciorado que era el jefe de la expedición. Lo tire al mar como forma de decirle que yo era el nuevo jefe. Pero se me echaron encima todos. Me dijeron que habían pagado mucho dinero por el pase y que era el que les podía llevar.
Lo pensé bien y fui democrático. Yo no tenia idea de como llevar este artilugio con un motor de 80 caballos hacia un punto determinado, nunca lo había hecho. Lo rescaté de la mar y le advertí que yo era el jefe desde ese momento. Él estuvo de acuerdo, ya que vio mi envergadura y mis pocas ganas de guasa que tenía. Durante la travesía asistí a mucha gente. Hubo personas que vomitaban por los movimientos de la embarcación. Otros entraban en crisis de pánico. En fin, no me cansé en asistir a estos pobres cerebros que lo único que querían era alcanzar la costa peninsular lo antes posible y sin que fueran detectados.
Tuvimos suerte. Fue una noche sin luna y el piloto sabía lo que hacía aunque los bidones de gasolina se iban evaporando rápidamente. No me había equivocado al haberlo sacado del mar. Yo también me puse a rezar, creí que era lo más eficaz en esos momentos donde la incertidumbre reinaba. Los últimos kilómetros los tuvimos que hacer a remo porque nos quedamos sin gasolina. Pero creo que fue lo mejor. Así nos acercamos a costa en un absoluto silencio. Yo no sabía dónde estaba pero encallamos muy cerca de la orilla, no nos cubría más que la cintura, así que ayudé a dos mujeres con niños a salir de allí y me puse yo también a salvo. Cuanto más lejos estuviera de la patera menos relación tendría con todo lo sucedido.
Yo me creí restablecido de mi cabreo habiendo ayudado a llegar a un feliz cúlmino, un desembarco en la otra orilla de Marruecos. Había vengado de alguna manera la muerte de mi desgraciada Al Aila. Al sentirme mejor me fui hacia mi destino que era Ceuta donde mis obligaciones me estaban esperando. Ya eran muchos días de permiso urgente que había cogido. Y no se puede jugar con el pan. Así que aunque sepa que no hice una acción buena, sí que estoy más realizado conmigo mismo. Y me encontraba mucho más feliz. Que era lo que yo buscaba. Aunque no encontrará a los sinvergüenzas que trafican con el infortunio ajeno. De vez en cuando vuelvo a la tumba donde están los restos mortales de Al Aila y hablo con ella un buen rato. Le digo lo que he hecho y le pido ayuda para mis futuros proyectos.
La expresión correcta es "de hecho", no "de echo" como usted lo escribe. Saludos desde Ontario por uno de sus lectores no hispano hablante