En la primera parte se me olvidó presentar a mi confidente. Se llama Luis y es una persona con ganas de vivir su afición que ahora es pasear y estar junto a sus nietos. Aunque en estas fechas veraniegas todos están fuera de nuestra pequeña isla, la cual, la verdad, no la dejo ni por asomo. Aquí los veranos son más gélidos, comparados con otras ciudades de nuestro conjunto Peninsular. Por eso creo que vino hacia mí para buscar un refugio. Que lo ha conseguido gracias a ser yo muy paciente y con mi bloc de notas muy grande y con capacidad inmensa, para luego transcribir los apuntes en este medio. Espero que os guste. A mí me ha cautivado. Y no veo con claridad cómo volcar estos apuntes para que disfrutéis de este bello relato veraniego.
Cada vez que puedo me voy al mar. Allí, en la orilla, se descarga mi disco duro y me vienen a mi cabeza imágenes que yo creía que estaban borradas. Recuerdo en una inmersión en la zona de Benzú que encontré un cañón, de esos antiguos. Era un espectáculo sorprendente. El nuevo cobijo de la flora y fauna marina lo había hecho un cuadro para enmarcarlo. Sólo le di datos del hallazgo a mi Al Aila. No quería que nadie lo encontrará. Ya era parte del patrimonio de la nueva colonia que había ocupado ese espacio natural. Y luego hablamos de nuestras nuevas generaciones. Los ocupas. Siempre conviene una buena sonrisa a nuestra vida. Todo no va a ser trabajar, sufrir y hacer cosas. También hay tiempo para la felicidad.
Yo era feliz, tanto cuando me sumergía en las aguas como cuando estaba con ella. Y así era mi vida. Mi padre me indujo a que empezará a estudiar. El tiempo se iba y debía buscar algún medio para subsistir. La mili la tenía encima y antes de que fuera a filas, lo suyo sería meterme de voluntario. Y así hice. No me gustaba la idea de estar mucho tiempo sin la compañía de mi novia pero debía buscar un futuro. Me gustó desde el primer momento el ambiente militar y fui escalando poco a poco. La idea era tener algo para poder contraer matrimonio. Así que me hice cabo y fui ascendiendo. Tenía menos tiempo pero todos los días nos veíamos. Era una de las cosas que más me gustaba de la vida militar. Tardes libres y algún que otro día pringado.
La niña me propuso que le buscará una casa para poder trabajar aquí, en Ceuta. Por poco dinero podía conseguir el pasaporte y así la tendría más tiempo en Ceuta. No tenía que desplazarme tanto hacia Marruecos.
Pero los días pasaban y ni podía conseguir el pasaporte ni encontraba nadie para trabajar. Así que, después de mucho tiempo con ella, tres años, pensé que ya era hora de preparar la boda. La intención era preparar los papeles para poder estar junto a ella definitivamente. Un matrimonio por papeles. Pero con mucho amor por medio. Poco me duro la ilusión.
Ya había ascendido a cabo y estaba en Regulares. Allí estaba muy considerado y los jefes, al hablar los dos idiomas principales de aquí, el español y el dariya, estaban conmigo que no me dejaban.
Me encargaban cosas para que se las trajera de Marruecos porque sabían que casi todos los días cruzaba la frontera. Me decían que tuviera mucho cuidado por si alguien me quería hacer daño. Pero, gracias a Dios, nunca me ha ocurrido nada. Aunque lo que no te ha ocurrido en 60 años, te puede ocurrir en dos segundos.
Hoy hay una tapa en el mostrador que me ha recordado mucho al verla. Los caracoles. Era una cosa que Al Aila hacía a las mil maravillas. Cada vez que pruebo uno, recuerdo los grandes besos, las sonrisas, las carcajadas, las expresiones de la cara de mi niña añorada. Y es que me viene a mis pensamientos esa canción que dice: "Sólo pienso en ti. Juntos de la mano se les ve por el jardín. Nadie en el mundo puede ser tan feliz. Sólo pienso en ti".
Nuevamente, las lágrimas hicieron acto de presencia. Nos levantamos y nos fuimos a pasear, esta vez en dirección hacia el antiguo hospital civil. Gracias por sacarme de allí, se me caía el edificio encima. Soy muy sensible, lo reconozco. Con la edad, me he vuelto muy mujercita. Por nada, me vienen las lágrimas. Recuerdo que me hizo un regalo que todavía llevo aquí, en mi pecho. Fue una piedra que encontró en la playa. Era redonda, de color blanca, con una raya en medio de color marrón claro. Busqué a un joyero para que le hiciera un pequeño agujero para colocarle un colgante de oro. Era lo que merecía un regalo de ella. No lo hice hasta que tuve dinero y con tan mala suerte que resultó ser cuando ya ella no estaba en este mundo. Para que lo recuerdes, es este el collar que tengo en mi pecho y que nunca me lo quito para nada.