Tenía varias ideas en la cabeza para escribir la colaboración de esta semana, pero al ponerme delante del ordenador, sin pensarlo, me ha surgido un tema inesperado: la amistad. Determinados acontecimientos que estamos viviendo la familia de Septem Nostra son los que, seguramente, han motivado que este sentimiento brotara de mi inconsciente personal. No recuerdo quien lo dijo, pero me parece oportuno recordar que la familia nos viene dada, sin embargo, la elección de los amigos es una decisión personal. Aunque, si uno lo piensa de manera más pausada, no hay nada en la vida que suceda al azar. Cada día estoy más convencido de que cada uno venimos al mundo para cumplir una determinada misión. Desde pequeños empezamos a caminar por un enrevesado y frondoso bosque en el que se abren muchas sendas. Por ellas discurren un abigarrado conjunto de personas que empiezan a formar parte de nuestro paisaje vital. Ocurre que, a veces, las miradas de estos anónimos transeúntes se cruzan con las nuestras y de manera instintiva se dibuja una sonrisa en los labios. Es un signo de mutuo reconocimiento y el germen de una futura amistad. Empiezas a pararte a hablar con esta persona y el sentimiento de amistad nace en ambos corazones. Así recuerdo el nacimiento de la amistad con Óscar Ocaña. Tengo guardado en la mente el recuerdo de una conversación que mantuvimos en la calle Real, poco tiempo después de que nos presentaran.
Una pareja de amigos, al unirse, empiezan a conformar una familia. Nuestras respectivas mujeres y mejores amigos nos unimos para constituir el año 2001 una asociación que llamamos Septem Nostra. Nos repartimos las responsabilidades y la secretaria recayó en Pakiki, la mujer de Óscar. Pakiki, o Paquita, como también la llamamos las personas que la queremos, es una persona con grandes virtudes, entre las que cabe destacar la fortaleza de su carácter, su constancia, su capacidad de trabajo, su eficacia y su capacidad de organización. Necesitamos una persona así para enfrentarse a la tecnoburocracia europea, estatal y local. Si no llega a ser por su tenacidad y esfuerzo no habríamos logrado ninguno de los proyectos europeos y estatales que hemos coordinado primero desde Septem Nostra, y en los últimos años a través de la Fundación Museo del Mar. Su papel también ha sido clave para todas las publicaciones que hemos generado, en especial para la puesta en marcha y la continuación de la revista Alidrisia Marina. No menos importante han sido algunos de sus proyectos editoriales centrados en extraordinaria naturaleza del vecino país de Marruecos. A la magnífica guía del parque natural de Talassemtane (2014) se ha unido una hermana mayor, la guía “Marruecos. El litoral para viajeros inquietos”.
La reciente guía de Marruecos, escrita por Óscar, Pakiki y Paco, puede dividirse en dos partes o bloques temáticos: el bosque y el mar. Ya he hecho uso de la metáfora del bosque para ilustrar los muchos senderos que se cruzan en el paisaje de la vida, ahora les invito a que me acompañen al mar. Para este viaje he puesto en la mochila uno de los libros que más me han conmovido: “Musketaquid”. En esta obra nuestro admirado Henry David Thoreau narra el viaje que hizo junto a su hermano John por los ríos Concord y Merrimack, poco antes de que éste último muriera de tétanos. Este libro es mucho más que un libro de viajes. Se trata de una exquisita narración sobre el sentido y significado de la vida. Con el corazón aún roto por la pérdida de su hermano, Henry nos habla de literatura, poesía, mitología, el amor y la amistad.
Henry habla de la Amistad en mayúscula y comienza su extenso panegírico sobre este noble sentimiento diciendo que “el amigo es una hermosa isla de palmeras que esquiva al navegante de los mares del Pacífico. Muchos son los peligros a los que se enfrentará, tormentas equinocciales y arrecifes de corales, antes de poder navegar con los constantes vientos alisios”. Además de avisarnos de los peligros que nos acechan, un buen amigo es también “una hermosa isla de palmeras” en la que refugiarnos cuando el miedo y el dolor atenazan nuestro corazón. Siempre se ha dicho, y es una verdad como un templo, que es en los malos momentos cuando descubrimos quienes son las personas con las que podemos contar. A nadie le gusta el sufrimiento propio o ajeno, así que la tendencia natural es rehuir de este tipo de situaciones. Pero nuestros familiares y amigos necesitan que estemos con ellos para que los acompañemos y sintamos su amor y comprensión en los momentos duros que a todos nos toca pasar en la vida. Por desgracia, según nos hacemos mayores, se hacen más frecuentes las ocasiones en las que los familiares y amigos enferman y tenemos que visitarlos en el hospital o en la casa.
La amistad se fortalece compartiendo los buenos y malos momentos. A este respecto, puntualizaba Henry, que “los Amigos no viven en mera armonía, como algunos dicen, sino en melodía. No queremos que los nuestros Amigos alimenten o vistan nuestros cuerpos, sino que hagan lo propio con nuestros espíritus”. Por suerte, tanto con Óscar como con Pakiki, hemos llegado a escuchar y sentir la música sagrada que interpreta la naturaleza. Hemos compartido, y espero que por muchos años sigamos haciéndolo, experiencias significativas, emociones profundas y una misma ambición espiritual por trascender lo profano y acceder a lo sagrado. Esto nos ha llevado a mantener largas conversaciones sobre nuestras propias vivencias y lecturas comunes.
Otro rasgo de la amistad es la capacidad de reconocer en un Amigo sus virtudes y perdonar sus defectos. De una manera u otra todos somos conscientes de nuestros defectos, pero, como escribió Henry, “un Amigo es alguien que incensantemente nos hace el cumplido de esperar de nosotros todas las virtudes”. Esta confianza que nos brindan los amigos nos anima a ser mejores personas y a ser merecedoras de su estima. De igual modo, al valorar sus virtudes contribuyen a hacerlas nuestras y reforzar nuestra amistad. En definitiva, gracias al ejemplo de nuestros amigos y su aliento esculpimos nuestra existencia y nos acercamos al ideal, expresado por W. Goethe, de hacer de nuestras vidas una obra de arte.
La Amistad, decía Henry, “no tiene nada que ver con los números: el Amigo no cuenta a sus Amigos con los dedos, pues no son numerables…En verdad no podemos tener demasiados amigos”. Un amigo no es alguien con el que pasar un rato divertido, ni siquiera un consuelo mutuo en situaciones difíciles, “sino una simpatía heroica, basaba en las aspiraciones y esfuerzos”. Un héroe o heroína es aquel o aquella, como estudió el mitólogo Joseph Campbell, que se enfrenta con valentía a los hechos esenciales de la vida y trabaja sin descanso para cumplir su destino vital. Todos estamos llamados a la gran aventura que es la vida, a luchar contra los enemigos internos y externos que dificultan que nuestra verdadera personalidad se manifieste y se exprese, a lograr nuestra propia unificación interior y el equilibrio entre nuestro lado racional y emotivo, y por último, a reconciliarnos con la vida y con la muerte.
Yo valoro y confío en mis amigos porque “aman y alaban mis aspiraciones más que mis actos”. Lo mismo siento yo por ellos. Les amo y quiero porque miran en la misma dirección que yo. Sentimos el mismo sentimiento de amor por la naturaleza, el mismo inconformismo, las mismas ganas porque nuestro pueblo progrese en armonía con el medio natural, la misma curiosidad científica, el mismo interés por los símbolos comunes, la misma necesidad de expresar nuestro sentimiento o el mismo interés por dejar algo bueno y permanente tras nuestro paso por la vida. Nos reconocemos como personas llenas de defectos, conscientes de que no hay nadie “completamente transparente y digna de fiar, sino que todo el mundo tiene un demonio en su interior que, a la larga, es capaz de cometer cualquier crimen” (H.D. Thoreau). Y, sin embargo, no es menos cierto que “como las influencias de la naturaleza sobreviven durante el transcurso de nuestra vida natural, es que mi Amigo/a será siempre mi Amigo/a, que reflejará para mí un rayo divino, y que el tiempo fomentará y adornará y consagrará nuestra Amistad como hace con la ruina de los templos. Así como amo a la naturaleza, como amo a los pájaros que trinan, a los rastrojos centellantes, a los ríos, a la mañana y a la noche, al verano y al invierno, así te amo a ti, Amigo/a mío”.