Las críticas a la presencia de las concertinas en las vallas que separan Ceuta y Melilla han existido siempre. Han venido de oenegés, de particulares, de partidos políticos... pero ahí han seguido desangrando a quien intentaba sortearlas y también matando. Las colocó el PSOE, las mantuvo el PP y las ha visto medio mundo. Creo que si la Guardia Civil hiciera un resumen de cuántas comitivas han visitado la valla podría llenar hojas y hojas enteras. Todos han pasado y han fotografiado esa línea perimetral que ha sido testigo de demasiadas injusticias.
Pero hasta que no ha hablado el Papa es como si no nos hubiéramos enterado. El Sumo Pontífice dice que ha llorado viendo las concertinas y condena su presencia y las expulsiones sumarias. Curioso que el Papa no ordene a la Iglesia que llore más y condene lo que sucede a pie de valla en las dos ciudades hermanas. A mí no me sirve que el Papa solo llore o condene para poner nerviosos a todos aquellos que dicen que defienden los derechos humanos pero aprueban medidas contrarias a pesar de saber que de nada sirven. Y el PP por ejemplo lo sabía, según dijo Marlaska, pero se calló y prefirió mantener las alambradas.
El Papa llora, se lamenta y condena. Pero su Iglesia no abre las puertas a los heridos, no acude a interesarse por los marcados... no ofrece la iglesia de África a los que entran para que duerman bajo techo como lo hizo el Padre Béjar siendo perseguido, acosado y asediado por el poder político más propio de las cloacas de Villarejo que también existió, y de qué manera, en nuestra ciudad.
El Papa llora y se lamenta, pero no le dice a la Iglesia que atienda al prójimo, que condene esas concertinas en los círculos de silencio que se organizan cada mes, que hable con los que tienen las manos mutiladas, que se interese por lo que sucede a tan solo unos metros donde hay muertes, donde se persigue a hombres y mujeres a caballo y con perros, donde se roba al pobre, donde se queman campamentos, se detiene y maltrata a embarazadas.
Todos somos buenos, santos y queridos hermanos para acudir a misa los domingos, para vender una imagen samaritana... pero luego tenemos miedo de escribir, de defender, de hablar sobre las barbaridades que permite el hombre contra el hombre. Es todo tan patético e hipócrita que casa a la perfección con los estilos que el Papa Francisco debe desconocer de su propia Iglesia, la que prefiere mantener por orden de nuestro querido obispo inmuebles cerrados antes de acoger en ellos a los pobres o prefiere crear crispación entre un pueblo creyendo que las casas de Dios son solo las de unos pocos y se erige en el derecho de echar a nuestros hermanos de otras confesiones religiosas con las que siempre ha existido respeto.
El Papa Francisco ya se ha ido y las concertinas siguen. Todos somos firmes defensores de los derechos humanos y unos mentirosos.