Esta semana he leído que un grupo de curas de la Diócesis de Cádiz y Ceuta ha denunciado al obispo Rafael Zornoza Boy. Lo acusan de dirigir la Diócesis como si fuera una multinacional. Lo describen como un “obispo señorito” que le importa más el dinero que los curas y parroquianos y le reprochan su gusto por “comer y beber bien”, de frecuentar unos de los mejores restaurantes de Cádiz y de elegir botellas de vino de 200 euros. Denuncian que tiene “coche oficial con chófer y otros dos vehículos de camuflaje. Dicen que le encanta salir de viaje con jóvenes a Fátima, Lourdes, Santiago, Roma o Jerusalén”.
Una de las acusaciones más deleznable está relacionada con una anciana que vive con su hijo enfermo en una casa propiedad de la parroquia donada por un familiar de la anciana. A pesar de eso, el Obispado ha cambiado el contrato de la vivienda para desahuciar al hijo cuando la madre fallezca. La anciana conocedora de la intención del obispo lo está pasando muy mal, porque su hijo está enfermo y no tendrá dónde cobijarse. Un sermón que posiciona al obispo más cerca de la tierra que del cielo.
Estas acusaciones no proceden de un grupo de radicales que quieren desacreditar a la Iglesia, vienen de un grupo de curas con muchos años de servicio y dedicación a los pobres. Unos sacerdotes muy considerados en los pueblos donde ejercen, que dicen estar desesperados. Unos argumentos sólidos para considerar estas reivindicaciones y para que los parroquianos pidan investigar las acusaciones. Pero lamentablemente para algunas congregaciones es más grave que unas activistas enseñen las tetas en la Iglesia a que un obispo gestione “presuntamente” una Diócesis como un cortijo andaluz.
Estas denuncias nos trasmiten una imagen nada halagüeña de la Diócesis de Cádiz y Ceuta. La noticia en sí nos muestra un panorama desolador de una Institución que debe ser un ejemplo de transparencia, generosidad, austeridad, caridad y bondad. Una austeridad que no está reñida con que los religiosos vivan dignamente con las mismas comodidades que tenemos los ciudadanos, pero sí con ostentación, el glamour y despilfarro.
El obispo guarda silencio, sólo conocemos la opinión de los curas. Rafael Zornoza no ha querido dar su versión sobre las acusaciones y eso nos debe inquietar y preocupar como contribuyentes o cristianos. Nos debe preocupar a todos los que marcamos la casilla de la declaración de la renta a favor de la Iglesia. Una casilla que marcamos para que dediquen los ingresos a fines sociales y a las muchas tareas que realizan para ayudar a las personas y colectivos desfavorecidos. Nos debe preocupar porque el silencio no despeja las dudas razonables de las miles de personas que leímos la noticia en el periódico El Mundo. Unas dudas que nos puede llevar a no marcar la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta.
La Diócesis de Cádiz y Ceuta no pasa por los mejores momentos de su historia. Hemos conocido por los medios de comunicación que han descubierto un cura falso o un falso cura que ejercía como tal; han acusado a curas de blanqueo de dinero, se acusa al obispo de mobbing laboral a los trabajadores y han perdido a 19 sacerdotes. Una deriva desalentadora en la que alguna responsabilidad tendrá el obispo viajero. Unos hechos que deberían investigarse para que se aclare la verdad e informar a los ciudadanos de las medidas adoptadas.
Los sacerdotes, como última alternativa, han recurrido al Papa Francisco para que se ponga orden en esta desordenada y “presuntamente” nada ejemplar Diócesis. Tienen la esperanza de que el Santa Padre abra una investigación para aclarar esta desilusionante forma de dirigir una comunidad religiosa. Todo este lío me recuerda aquello de ‘Vivir como un cura’. Un dicho popular que se utiliza para expresar lo bien que vive una persona, aunque he podido comprobar que los sacerdotes trabajan mucho, ganan poco y hacen un trabajo de caridad indiscutible.
¿El obispo quiere ‘Vivir como un cura’ ?