Entre los 56 tertulianos con los que a diario intercambio información a través de las redes sociales sobre las distintas ramas del saber, tengo un buen amigo extremeño, de Plasencia (Cáceres), que hace unas semanas me envió un correo electrónico, ilustrado con magníficas imágenes y amenizado con una cadenciosa música de pausado acompañamiento. El correo recoge fielmente en su texto cuáles han sido los aspectos más representativos por los que se ha caracterizado la vida económica, social y laboral de los españoles durante las tres últimas generaciones; habiendo sido su contenido el principal material del que me sirvo para escribir el presente artículo, que luego he ordenado y recompuesto con mis propios añadidos. El texto recibido, titulado “Haciendo historia”, consta que ha sido elaborado por Vitoriano Navarro Viguera, con ideas de Fernando Sánchez Salinero. Veámoslo en adelante rebautizado por mí con el nuevo título arriba epigrafiado.
Primera generación. Es la de los comprendidos entre los años 1940 y 1970, conocida como la del “baby-boom”, bautizada así por el inusual repunte de las tasas de natalidad tras la Segunda Guerra Mundial; grupo la mayoría nacidos entre 1945 y 1964, que suma un total de 10.882.493 personas. Para Sánchez Salinero, la construcción de la España contemporánea habría sido obra de nuestros padres, más concretamente, la generación que alcanzaría hasta los años de 1970. Salinero refiere al respecto que hace algunos años un empresario español audaz se arrojó a viajar a China en busca de negocios que le proporcionaran pingües beneficios. Esta persona le confesó que cuando se analiza lo que ocurre en una empresa o en una sociedad, se deben buscar las causas que provocan la situación de un país, porque sólo estudiando las causas se pueden cambiar los efectos.
Y no hay duda de que las principales causas de la prosperidad que se creó entre los años 1940 hasta 1970 fue la actitud de la generación de nuestros padres. Una de las principales causas de la crisis que en años pasados hemos padecido se debe a haber perdido esa actitud”. Dicho empresario emprendedor, tras haber visitado China, le vaticinó: “China va a ser imparable. Cuando llegas allí el ambiente hace recordar el que se vivió en España hasta 1970. Todo el mundo quiere trabajar mucho, ahorrar, comprarse su casa, su coche y que sus hijos vayan a la Universidad. Y cuando una generación está así centrada, no hay quien la pare”.
A partir de tal reflexión, Sánchez Salinero concibe las tres generaciones: Hasta 1970, que sería la primera, cuyos componentes fueron un modelo ejemplo de trabajo, honradez, austeridad, previsión y generosidad. Y, ciertamente, a mí me parece acertada su reflexión, pero creo que se olvida de incluir en la misma a nuestros abuelos que, en general, fueron los que más trabajaron, tuvieron más privaciones, hicieron los mayores esfuerzos, sacrificios y penalidades; teniendo en cuenta que la mayoría de ellos trabajaron en la agricultura, en el campo, cuando el mismo todavía no estaba mecanizado y todas las labores agrícolas tenían que hacerse a mano, teniendo que aportar un enorme trabajo. Y también tuvieron que hacer frente a la destrucción, penalidades, carencias, miserias y en muchos casos hasta morir en la terrible guerra civil de 1936-1939, que jamás debió producirse para enfrentar en las trincheras a padres, hijos, hermanos y demás familiares. Eso fue una crueldad extrema. Y esa entrega, dedicación, sacrificios y sufrimientos, no podemos dejar de reconocérselos a nuestros padres y abuelos.
Esa generación tuvo que pasar por lo peor. Y los jóvenes de entonces, sus hijos, entre los que me cuento pese a que ya soy vecino próximo a los que en la actualidad son octogenarios, tuvimos que trabajar primero para nuestros padres y después para nuestros hijos. Fue gente que veía el trabajo como una oportunidad de progreso, como algo que les abría un futuro mejor; compraban cuando podían y de la calidad o nivel que se podían permitir; que no pedían de prestado más que por estricta necesidad, pagaban religiosamente sus facturas y hasta se permitían ahorrar algo “por si pasaba algo” y sólo gastaban en ropa y lujos lo que la prudencia les aconsejaba.
Se bañaban en ríos cercanos y salían con el Seat-600 toda la familia a disfrutar de la tortilla de patatas y embutidos en domingos veraniegos con la familia y amigos. Tan sensatos, prudentes y trabajadores fueron que llegaron con sus ahorrillos a constituir gran número de las actuales grandes empresas que dan trabajo. Sabían que el esfuerzo tenía recompensa y la honradez formaba parte de su patrimonio. Se podía ser pobre, pero nunca se podía dejar de ser honrado. Los jóvenes de entonces que podían permitírselo, salían a bailar y a divertirse en guateques familiares por ellos mismos organizados y alguna que otra discoteca de confianza, pero a las diez de la noche debían estar ya de vuelta en casa, y quien llegara unos minutos más tarde, el fin de semana siguiente ya no podía salir. Estaban tan reprimidos, que durante el noviazgo que estuviera ya formalizado ni siquiera podían cogerse por la calle de la mano, y no digamos darse un beso a hurtadillas, que si les veía un sereno de los de entonces, llamaba a la Policía y les llevaban a la Comisaría.
Hoy, sin embargo, las chicas y chicos salen a bailar a las doce de la noche y regresan a casa a desayunar al día siguiente. O, si acaso, dicen a la familia que no las esperen porque se van a pasar el fin de semana en casa de una amiga y ya no regresan hasta la semana siguiente, tras habérselo pasado “guay” en el hotel al efecto previamente reservado.
Para los pertenecientes a esta generación, la democracia que con tanta ilusión les llevó a votar significaba libertad, posibilidades de poder seguir viviendo en armonía y respeto. Pero qué lástima que cometieron los dos peores errores imputables: 1º. Que “mis hijos no trabajen como he trabajado yo”. Con tal forma de pensar nos cargamos: la cultura, el esfuerzo, el mérito y la capacidad, convirtiendo el trabajo en algo que había que tratar de evitar. 2º. “Como tenemos unos ahorrillos que daban la impresión de ser inagotables y los bancos nos parecían fuentes inagotables de hipotecas, rehipotecas y contrahipotecas, empezamos a firmar en barbecho toda clase de letras y pagarés, y ahí fue donde eclosionó la generación.
Segunda generación. De los años 1970 a 1990. Es la de los “nuevos ricos” que gastaron aquello que sus padres consiguieron ganar con tanto esfuerzo y sacrificio. Es la generación de los “pelotazos”, el gasto continuo, la especulación, la ingeniería financiera, la exhibición del derroque, de todo lo quiero y la de: “papá, dame”. Y todos nos volvimos ricos; había que presumir y aparentar, cambiar de coche y piso antes de que lo hiciera el vecino. Había mucha gente que exteriorizaba su audacia colocando por detrás en el coche aquella graciosa pegatina de “150 letras más, y el coche es mío”, o se empeñaban casi de por vida para poder cambiar y vivir en un buen piso. Todos nos convertimos en “consumidores-horteros”. ¿Conocéis hoy a alguien que se atreviera a comer un “bocata” de chorizo?. Lo corrían a gorrazos, por ser “paleto”.
¿Y qué decir del vino. Pasamos de aquel típico peleón “don simón” mezclado con casera a marcas de grandes reserva, como un Vega Sicilia. El vino ya no está bueno, ahora tiene sabores a fruta de bosque con retrogusto alcohólico que adolece de sabor puro y auténtico, pero que cuestan un dineral, porque para ser un “enterao” hay que pagar más, si no, la marca no es buena. Y es que, pocas cosas gustan tanto como ocultar la ignorancia.
Tercera generación. La de los endeudados por encima de sus posibilidades. Desde 1990 hasta la actualidad. Es la época la época de endeudarse para jactarse y presumir de de que uno es de los más ricos. Parece increíble, pero es cierto. Si sólo debes 500.000 euros, es que eres un “cutre”. Se suele decir: “Mira, nosotros debemos 1.000.000, y nos están estudiando el banco otra operación crediticia para la concesión de otro tanto. Vosotros sí que sabéis vivir. Ojalá que yo algún día pueda deber mucho más, como vosotros. ¡Cuánto envidio vuestros préstamos!”. En Alemania no dan abasto a fabricar y enviarnos a los españoles coches Mercedes, BMW, AUDI, etcétera, con crédito, claro está. Así hemos a alcanzar una deuda privada altísima y alarmante, y otras deuda pública que está ya alcanzando el 100 % del producto interior bruto; o sea, que tenemos el país prácticamente hipotecado.
Luego irrumpió Europa en nuestras vidas, la Unión Europea, y llegó en forma de megaestructuras que producían megacomisiones para todos los involucrados. Irrumpió en nuestra escena un Mario Conde, mito a seguir por los jóvenes del momento, que veían en él una persona inteligente con dotes especiales para ser de los más ricos en poco tiempo. Era la época en que en España se llegó a decir por un Ministro de Hacienda que el nuestro era el país más rico se podía hacer uno en menos tiempo. Y, ¡viva el “cazo”, y viva la corrupción!. Empezó a llenarse España de corruptos, oportunistas y sinvergüenzas, ya fuera políticos, empresarios o banqueros y ahora se puede buscar casi como una aguja en un pajar quiénes no son corruptos, que aunque no todos lo sean, pero cada vez van quedando menos de los que son honestos. Construían pisos por valor de 10, que rápidamente se revendían por 20 y a los dos años o antes el último comprador los volvía a vender por 40.
Llovían las subvenciones desde Europa. Nos daban una fortuna por plantar viñas, y a los dos años volvían a darnos otra por arrancarlas. Llegaba un momento que no se sabía que plantar o arrancar. A nuestras vacas y nuestros olivares los multaban por dar más leches y aceitunas de las previstas, para que Holanda luego nos vendiera la leche y las aceitunas italianas se hicieran pasar por españolas. Aserto: “Si somos incapaces de volver a los valores con los que se construye una sociedad sostenible, nos hundimos, pero, eso sí, cargados de reivindicaciones y otras gaitas farfullas”. Todos son derechos, pero sin obligaciones correlativas.
Dice Sánchez Salinero: “En mi casa siempre he tenido un ejemplo vivo de cordura, honradez y esfuerzo. Y no han sido menos felices que nosotros, dicen que al revés, que han sido más felices y dichosos”. Debe ser que la sencilla tortilla de patatas, el melón fresco, poner las cortinas cosidas por nuestras madres con ayuda de las abuelas, trabajar y echar reaños a la cosa para emprender, no debía ser tan mala receta”. Y, continúa: “desde aquí, quiero dar las gracias a mis padres y a toda esa generación que nos regaló un país con empuje productivo que luego nos hemos encargado de arruinar entre todos, porque todos hemos padecido la locura. Sólo con que nos descuidemos un poco más, les vamos a dejar a nuestros hijos un protectorado chino donde serán unos esclavos endeudados y tendrán unas historias legendarias sobre la prosperidad que sembraron sus abuelos y son incapaces de imaginar sus nietos”.
¡Cuidado!. Estamos todavía a tiempo de cambiar el rumbo del barco de nuestra vida que está a punto de naufragar. Pero cada vez tenemos menos tiempo para ello, aunque podemos encontrar maestros en nuestra propia casa. Dice Nietzsche: “Sólo el que va por el camino del bien sabe a dónde va. Los que emprenden el viaje de la vida del mal, saben por dónde empiezan, pero no por dónde acaban”.
La generación mayoritaria no es la Supera esta cifra la conocida como Generación X, ahora la mayoritaria. No hay un consenso exacto sobre sus años de nacimiento, pero la mayoría de expertos incluye aquí a los nacidos entre 1965 y 1979 (entre 37 y 51 años). También se les conoce como Generación Perdida, Generación Peter Pan o Generación Puente, ya que se encuentran entre los famosos Baby Boomers y los cada vez más populares Millennials. En total, componen este grupo 11.468.147 españoles.
La siguiente generación está conformada por esos Millenials, conocida asimismo como Generación Y. Tampoco hay consenso sobre su estructura exacta, pero se asume que fue iniciada por los jóvenes que tenían 20 años cuando se pasó del siglo XX al XXI. Así, nacidos entre 1980 y 1994 (entre 22 y 36 años), suman en España 8.535.482 personas.
La última en la escala poblacional es la Generación Z, que ya supera en número a los Millenials (si bien abarcan también un mayor periodo temporal). Vinieron al mundo a partir de 1995... y aún siguen naciendo. Así, hay 10.078.190 españoles de entre 0 y 21 años.
Estas cuatro generaciones son las más famosas. Pero son muchos los españoles de 72 años o más: en concreto, el INE los cifra en casi 5,5 millones. De ellos, 474 personas tienen más de 110 años.
Si se ordena a la población por edades, ¿cuál es la mayoritaria? En coherencia con la estructura de las generaciones, gana el grupo de 39 años, que era la edad en enero de 809.171 españoles. Les siguen los de 40, 41 y 38 años.
Entre los grupos minoritarios, lógicamente destaca el de 110 años o más. En una sucesión natural, el ránking sigue un orden cronológico, de forma que los grupos van disminuyendo según se eleva el número de años. Aunque esto solo sucede hasta un punto de la tabla, en el que se observa que hay más gente de 80 años (314.314 españoles) que de 76 años (257.446 años). En el evidente envejecimiento de la población, también quienes tienen 65 años superan a los de 0, 1, 2, 3 ó 4 años.
Hola.
Es imposible que haya 474 personas mayores de 110 años.
Saludos.