En cada visualización del emigrante que a golpe de dolor abandona su entorno familiar y su país, el sentimiento de la pena te alcanza, se allega al corazón y te hace sentir el dolor del sufrimiento humano del prójimo, que se alza frente a ti en su desesperación...” Así de rotunda se manifestó Cati; sin embargo, no es una cuestión -a nuestro modo de ver- que deba abordarse desde el incontestable sentimiento de la pena o la misericordia, porque son sentimientos que habitan en exclusividad el alma; sino que debe de plantarse desde las disponibilidades económicas y sociales del país de acogida, para que la emigración(*) tenga un recorrido posible, y no encalle con situaciones de temor y rechazo que puedan darse. Porque no es sólo una cuestión que se admita en los primeros momentos al emigrante, si más tarde se abandona a su suerte en una sociedad desconocida para él, y al dictado de que se busque la vida, sin más...
Al emigrante si se le admite, debe de ser en condiciones dignas, y eso exige: que se le alimente, que se le vista, que se le entregue una vivienda, y se pongan los medios académicos para que aprendan la lengua y se le informe culturalmente de la sociedad a la que se va a integrar; y, para eso, necesita tener una asistencia médica permanente, y claro está, el aprendizaje de un oficio determinado, para entrar en el mundo laboral.
Todo lo anterior no se consigue en un día, sino que necesitará un tiempo prudencial de aprendizaje para estar en condiciones de incorporarse al mundo del trabajo, y ganarse la vida dignamente. A nuestro juicio, actualmente no existe un plan genérico de integración para los emigrantes que llegan de manera irregular, sea asaltando las fronteras o a través del mar con pateras en nuestro litoral... Y, si no se tienen planes determinados para integrar a los emigrantes, no se debe autorizar su llegada; porque se les pone en la calle sin recursos, y esto es ponerlos al pie de la delincuencia para poder sobrevivir...
No me parece adecuado, que estos grupos de migrantes, malvivan en condiciones muy precarias, dedicándose, pongamos: a la venta ilegal ambulante -top manta- y cayendo en mafias de la delincuencia, para que mañana sean carne de cañón del subproletariado marginal de cualquier ciudad del país... Nos duele ese determinismo, esa fatalidad, pero no exenta de la cruda realidad con que cada mañana nos levantamos al pie del metro, al pie de una plaza, calle o mercado, donde se acaban los derechos humanos, y principia “la lucha por la vida” más despiadada, que con tanto acierto nos describiera Pío Baroja en su conocida novela: La busca (**).
A mi modo de ver, sería más adecuado que en vez de venir, fuéramos nosotros a sus países de origen y les ayudáremos a reconstruir sus depauperados países, Y esta ayuda se debería de concretar con planes -como en su día fue el Plan Marshall (***)- para fomentar sus sectores primarios como la agricultura y la pesca y la minería, el sector servicio y el turismo, así como potenciar una industria derivada de los mencionados sectores primarios... No es cuestión de darles los peces -como dice el dicho popular-, sino de darles las cañas para que ellos mismos pesquen sus peces...
Ya no es hora de compasión al descamisado de turno que huye de la pobreza, del hambre o de la guerra, que se rasgan sus manos en las concertinas de las vallas de la frontera; sino que ha llegado la hora de la verdad, sin vuelta atrás, de ayudas profundas y complejas, proyectando planes económicos que saquen a estos países de la extrema pobreza en que se encuentran...
No; ya no es hora de compasión ni de atender a los emigrantes desde el espanto de un naufragio ni del asalto de unas malditas vallas de cualquier frontera; sino que el primer mundo de lujo, cultura y pretendida libertad, la llamada Sociedad del Bienestar, es la que sin más dilación y la propia vergüenza de haber explotado los naturales recursos de África, la que se halla en la obligación de poner -a modo de restituir los años impunes de saqueo, rapiña y expolio- “dinero encima de la mesa” que haga posible que los países del tercer mundo se desarrollen en su entorno natural; y, sus ciudadanos, no emprendan el tortuoso y peligroso camino de alcanzar una falsa Arcadia llena de celadas, fuera del acervo cultural en sus primigenias tierras donde nacieron...
(*) El llamar emigrante, inmigrante o migrante, es sólo circunstancial, pues no depende del acto propio de emigrar, sino que el origen de esa migración provenga de otro país, o se dé desde el mismo país donde nos situamos. De tal forma, que en la reflexión de este artículo hemos escogido los términos “emigrantes y emigración”, para todos los casos que pudieran darse.
(**) Pío Baroja. Nació en San Sebastián en 1872, Estudio medicina, licenciándose en Valencia, aunque apenas ejerció la profesión de médico, dado que sus preferencias fue la literatura. El ensayo y la novela fueron los géneros preferidos por el autor, escribiendo más de 60 novelas. Fue un escritor de la llamada Generación del 98, junto con Ángel Ganivet, Maeztu, Miguel de Unamuno, Enrique de Mesa, Ramón María del Valle-Inclan y Azorín, Antonio Machado, Ramón Menéndez Pidal... Entre sus obras más conocidas podemos citar la trilogía “La lucha por la vida”: La busca (19048, Mala hierba (1904) y Aurora Roja(1905). El Árbol dela ciencia, Los últimos románticos, Las inquietudes de Shanti Andía, Pilotos de altura, Zalacaín el aventurero, Los amores tardíos... Y, además de novelas escribió cuentos, biografías, libros de viajes, ensayos... Murió en 1956 y fue enterrado en el Cementerio Civil de Madrid (junto al de La Almudena) como ateo.
(***) El Plan Marshall -oficialmente llamado European Recovery Program, ERP- fue una iniciativa de Estados Unidos para ayudar a Europa Occidental, en la que los estadounidenses dieron ayudas económicas por valor de unos 13 000 millones de dólares de la época 1 para la reconstrucción de aquellos países de Europa devastados tras la Segunda Guerra Mundial. El plan estuvo en funcionamiento durante cuatro años desde 1948. Los objetivos de Estados Unidos eran reconstruir aquellas zonas destruidas por la guerra, eliminar barreras al comercio, modernizar la industria europea y hacer próspero de nuevo al continente.
Las ayudas del plan se dividieron entre los países receptores sobre una base más o menos per cápita. Se dieron cantidades mayores a las grandes potencias industriales, ya que la opinión dominante era que su reactivación sería esencial para la prosperidad general de Europa. Aquellas naciones aliadas recibieron algo más de ayuda per cápita que los antiguos miembros del Eje o que se habían mantenido neutrales. El mayor receptor de dinero del Plan Marshall fue el Reino Unido, que recibió el 26 % del total, seguido de Francia con el 18 % y la nueva Alemania Occidental con el 11 %. En total 18 países europeos se beneficiaron del plan. Fuente: Licencia Creative Commons Atribución Compartir igual 3,0. -Wikipedia).