Quedé en Madrid con un político porque éste quería saber las medidas que podrían adoptarse en Ceuta para conseguir su desarrollo económico y social. Llevábamos ya varias reuniones celebradas entre noviembre y diciembre de 2017 y poco a poco se fueron desgranando todos los temas.
Sin embargo, anuló las citas en su momento y ya en el verano de 2018, volvió a convocarme de nuevo en la capital de España.
El político me explicó al citarme por teléfono que pretendía dar por terminados los encuentros y que agradecía de antemano el desinterés y claridad con los que facilité todos los datos.
La anterior reunión había resultado un poco tensa, por lo que asistí al nuevo encuentro con la intención de tratar sobre temas ligeros, a fin de evitar discusiones.
El político también llegó con una amplia sonrisa y, por tanto, el encuentro prometía ser distendido, pero todavía no estábamos sentados, cuando me preguntó mi opinión sobre la labor de los parlamentarios en general. Le volví a decir que estábamos allí para hablar de Ceuta pero que no obstante, los razonamientos podían servir también para mi pueblo.
Un parlamentario en España y en Europa –le dije- debe representar sobre todo a los ciudadanos de su circunscripción y, al pertenecer al poder legislativo, defenderá su independencia del ejecutivo aunque sea éste quién los promocione.
Cierto es que en el funcionamiento de los partidos esto es difícil, pero desde luego imprescindible. Cuando surge un problema en la Comunidad o Ciudad Autónoma de que se trate, el parlamentario –Diputado o Senador- no debe esconder la cabeza debajo del ala y escurrir el bulto, sino que dará un paso al frente, acompañará a los representantes de los intereses afectados y batallará porque se imponga la razón, por encima de intereses partidistas o de gobierno.
Se acercó a mí como si quisiera hacer una confidencia y me dijo que su formación estaba contemplando las distintas posibilidades tras los resultados de las próximas elecciones en Ceuta
Mi interlocutor me contestó que le había colocado una serie de obviedades y asentí, pero añadiendo que no obstante quería dejarlas encima de la mesa por varios hechos de los que tenía conocimiento. Noté que el político se revolvía en su silla e incluso había sacado el billetero para pagar, pero antes me dijo que a veces se pide a los Ayuntamientos que intervengan en asuntos sobre los que no tienen competencias.
Asentí nuevamente y le puse el ejemplo del reciente problema ocurrido en Ceuta con algunos bancos. Le expliqué que cuando ocurren unos sucesos tan desagradables e injustos como la inadmisión de billetes de curso legal de cien euros en adelante, el Ayuntamiento afectado puede decir que no es cosa de su incumbencia. Sin embargo, cuando se trata de una Comunidad o Ciudad Autónoma la cosa cambia, porque esta institución debe velar por todas las facetas de la vida ciudadana, desde la economía al propio prestigio.
E incluso exigir al gobierno central, sea éste o no de su cuerda, que no perjudique los intereses y la credibilidad de la Comunidad de que se trate. Por eso, dicha institución deberá exigir el cumplimiento estricto de la legislación vigente, pero garantizando también que se reconozca la realidad comercial de la citada Comunidad o Ciudad Autónoma.
Ya de pie y despidiéndonos pedí al político que me contestara por qué de verdad me había citado a esos encuentros, ya que su partido no tenía representación parlamentaria de Ceuta y muy escasa en la Ciudad Autónoma.
Se acercó a mí como si quisiera hacer una confidencia y me dijo que su formación estaba contemplando las distintas posibilidades tras los resultados de las próximas elecciones en Ceuta. Siguió explicándome que, según los cálculos y encuestas de su partido, no se produciría una mayoría absoluta y, por lo tanto, habría que buscar coaliciones. Y en una de estas quizás se incluiría su formación junto a otras, para ofrecer un cambio radical en la vida ciudadana.
Quedé en Madrid con un político porque éste quería saber las medidas que podrían adoptarse en Ceuta para conseguir su desarrollo económico y social
No pude contenerme y le respondí que podía haberme contado antes sus intenciones para que hubiera podido obrar en consecuencia y me respondió que esta era una de las posibilidades, pero que había otras según fueran los resultados, aunque siempre exigiendo cambios drásticos. El político depositó un billete de diez euros debajo de la cuenta y me dio lo que podría llamarse un medio abrazo, estrechando la mano y la otra sobre el hombro, por lo que le imité enseguida. En la puerta de la cafetería nos fuimos cada uno en direcciones distintas y me pregunté por el camino, si esas seis reuniones habrían servido para algo práctico.