Cientos de personas llegan cada fin de semana a las costas peninsulares a bordo de embarcaciones. Estamos asistiendo a un verano de auténtica presión, en el que hombres, mujeres y niños ocupan endebles embarcaciones sobre las que se producen auténticos milagros. Entre esos números, esas frías estadísticas se encuentran muchos bebés y niños de pocos años que se convierten en los eslabones más débiles del fenómeno migratorio.
Los expertos reclaman una mayor protección y atención hacia un colectivo que puede estar en el punto de mira de la trata. Muchos de estos pequeños no son hijos de los padres que los portan en sus brazos, pueden ser potenciales víctimas de negocios clandestinos movidos por quienes no tienen pudor alguno en mercadear con la vida de personas. Está pasando y debemos asimilar que la crueldad humana llega a límites que no podemos ni sospechar.
En esta locura de desembarcos, en este descontrol absoluto hay pequeños que tienen que ser protegidos y a los que hay que retirar de posibles presiones relacionadas con los negocios más infames que puedan existir. Hoy España, como Europa en su totalidad, se ha enfrentado a una situación migratoria que desborda, para la que no estamos preparados, a la que se da respuesta como se puede, mal y tarde.
Los informes oficiales apuntan a mercados de venta de niños, de utilización para redes de prostitución, de explotación... Ellos no pueden defenderse pero los países deben estar preparados para evitar que esos negocios clandestinos que se mueven en torno a la pobreza puedan hacerse fuertes y nutrirse del pobre y del débil.
Las rutas de la migración son cada vez más temerarias, son imposibles de controlar y nos topamos con situaciones a las que no debemos dejar que se expongan las vidas de unos pequeños que están desprotegidos.