Hay situaciones sociopolíticas que, inevitablemente, llevan a recordar a los clásicos. El italiano Camillo Berneri es uno de ellos. Profesor de filosofía y pensador libertario, estaba siendo perseguido al mismo tiempo por los esbirros de Mussolini y los matones de Stalin, que fueron los que, finalmente, terminaron asesinándolo en mayo de 1937 en Barcelona.
En la publicación Guerra di clase, Berneri escribía en 1936, con esa clarividencia que acabaría costándole la vida: “las bombas que hoy caen sobre Madrid, mañana caerán sobre Barcelona y pasado sobre París y Londres”. La afirmación era tan evidente en la época que nadie quiso verla. Algo “normal” teniendo en cuenta que esa aseveración venía de un anarquista, quienes suelen tener razón cien años antes de tiempo. Ejemplos, desde luego, no faltan.
Hoy, las bombas que vaticinó Berneri no caerán desde aviones, ni asistiremos a Gernikas o bombardeos desde el mar a civiles en la carretera de Málaga a Almería. Al menos, por ahora.
Los que sí van a caer, como en un efecto dominó, serán los principios democráticos y, con ellos, cualquier posibilidad de crítica mínimamente racional.
¿Por qué estas afirmaciones tan rotundas? Porque el ultraliberalismo, que tiene como mayor virtud privatizar las ganancias y socializar las pérdidas ante nuestra aborregada pasividad y aquiescencia, tiene como efecto inmediato un brutal empobrecimiento de la población, y no sólo económico.
A esto deben sumarse las situaciones de corrupción que, por brutalmente numerosas, nos parecen tan banales -¿cuánto espacio hay en los medios para casos como la Gürtel?- que hasta los propios políticos, con esa visión cortoplacista de las cosas tan típica en ellos, no tienen reparos en calificar estos temas como de “amortizados”. Y tienen razón. Ya nadie se escandaliza de que unas cuantas se enriquezcan ilícitamente con absoluta normalidad.
Y mientras, en el miope imaginario colectivo, se expande la verdadera gangrena de la Democracia. La extrema derecha, que siempre creímos residual pero que crece en el estiércol –su medio natural- está aumentando su influencia entre una clase media desclasada, una capa de la sociedad próxima a la miseria y una población aún capaz de pagar su hipoteca.
Todas estas ciudadanas están siendo contaminadas por la larva de la intolerancia y el rechazo al sistema parlamentario, y todo porque quienes de verdad deciden y mandan se han esforzado, y mucho, en equiparar el concepto de Democracia al del caos.
En algunos países, el huevo de la serpiente fascista está eclosionando con fuerza. En otros, como España, la incubación sigue su lento pero inexorable sendero, creando cada vez más adeptos a su paso.
Aquí, el razonamiento fascistoide se está extendiendo como una asquerosa mancha de mierda sobre las límpidas aguas de un lago pirenaico. Afirmaciones como: “para lo que tenemos ahora lleno de corruptas y de inmigrantes, mejor que mande una sola y ponga orden” son ya muy comunes. Esta visión simplista y suicidaria está alcanzando en nuestra piel de toro cotas que parecían desterradas para siempre, aunque no exista todavía un partido capaz de amalgamar toda esa bilis. Tiempo al tiempo.
Pero si hablamos de Francia, Austria, Holanda, Alemania, Suiza, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Grecia e incluso Reino Unido –donde, sin ser una fuerza predominante, la notable subida del UKIP ha hecho virar aún más hacia la derecha la postura de los Tory- ya no se trata de suposiciones, sino de una brutal realidad: la extrema derecha está en disposición de mandar, y mucho. En esos países, es decir, en toda Europa, las herederas de las nazis no se limitan a una veintena de desequilibradas con las cabezas rapadas, sino que se han puesto corbata, barnizadas con el ungüento democrático y discursos populistas que les van a permitir tomar las riendas del poder.
Tanto es así que en estos días, tomando posición en el tablero político del viejo continente, dos representantes del Partido Republicano estadounidense se han reunido oficialmente con la lideresa del Front National, Marine Le Pen, alabándola como una defensora de la Libertad. Mientras, el prestigioso diario galo Le Monde le otorgaba un 26% de los votos en la primera vuelta de las presidenciales francesas. Todo un plan.
Ya no se trata, pues, de unos malos augurios más o menos hipotéticos expresados por la agorera de turno, sino de un directo retorno a las clarividentes afirmaciones del filósofo anarquista italiano: “las bombas que hoy caen sobre Francia, Holanda o Austria, mañana lo harán sobre Portugal, Italia o Reino Unido y pasado sobre España”.
Claro que cuando llegue ese día volveremos a tirar de los clásicos para, desde el exilio o desde los cementerios, recordar aquello de “venceréis porque tenéis la fuerza, no convenceréis porque no tenéis la razón”. Vaya consuelo.
Estamos ante un verdadero ocaso de la razón que, de no remediarlo, nos hará entrar de lleno en una nueva era de intolerancia.
Ojalá seamos lo suficientemente inteligentes para saber interpretar a Camillo Berneri. De lo contrario, será la barbarie la que interprete nuestras vidas.
Como siempre, usted sabrá lo que más le conviene, pero Berneri, desgraciadamente, sigue más vivo que nunca.