“Lo pequeño es hermoso” es el título de un conocido libro de E.F. Schumacher que ha sido traducido a más de treinta países desde su publicación en 1973. En esta obra se aborda la necesidad de revisar con profundidad los objetivos de la economía global y local hasta adaptarlos a la escala del ser humano. Vendría bien que las autoridades locales, y quienes pretenden llegar a serlo, leyeran con detenimiento el conocimiento de este libro. Si lo hicieran igual reducirían la escala de sus pretensiones y la adaptarían a la realidad geográfica de Ceuta. Una realidad siempre ignorada por los que no quieren asumir los condicionamientos naturales que impone para el desarrollo humano la escasez y fragilidad del territorio ceutí. Aristóteles fue el primero en exponer que todo organismo animal o social, como una ciudad, dispone de un límite mínimo o máximo para su normal desarrollo. Una vez superado este umbral empiezan a surgir patologías de todo tipo. En el caso de las ciudades, el desbordamiento de la capacidad de carga provoca graves problemas ambientales, económicos y sociales.
Entre las consecuencias ambientales de la superación de la capacidad de carga de un lugar de reducido tamaño, como Ceuta, cabe citar la destrucción de los hábitats naturales, la ocupación de las tierras fértiles, el agotamiento de los recursos hídricos, la radical transformación del paisaje, la proliferación de las construcciones ilegales o la incontrolable gestión de los residuos. Sobre este escenario resulta imposible que pueda representarse un plan vital de calidad y dignidad. Son muchos los que ante la escasez de recursos económicos pasan a engrosar la descomunal lista de desempleados que ha colocado a Ceuta en el primer puesto del ranking de parados en España y el segundo en Europa. Sin ingresos estables resulta difícil lograr una vida plena y satisfactoria. Esta situación, que afecta a muchas familias ceutíes, genera una profunda frustración, antesala del resentimiento y fuente de energía principal que alimenta el motor del odio y la violencia.
Para que una ciudad pequeña como Ceuta vuelva a ser hermosa se necesitaría emprender, -tal y como expuso L. Mumford en su obra “Las transformaciones del hombre”-, “demoliciones por todos lados a fin de restituir, en un siglo más o menos, algunos de los ingredientes naturales fundamentales para una vida humana plena y rica”. Que nadie entienda que Mumford, ferviente defensor del patrimonio arquitectónico, apostaba por la aniquilación sistemática de los inmuebles de valor patrimonial. Lo que Mumford tenía puesto en su punto de mira eran los mastodónticos rascacielos y los cientos de urbanizaciones estereotipadas que llenaron el cielo y la tierra de unos paisajes antes poblados de árboles y campos de cultivos. Defendía aquella idea expuesta por su maestro Patrick Geddes de revertir el proceso de conquista del campo por la ciudad para que fuera la naturaleza la que recuperase parte de lo que le fue arrebatado por el ser humano. Su regreso sería el de la belleza. Y es que, tal y como ha declarado hace unos días el editor Jacobo Siruela, “las cosas son más feas porque nos hemos alejado de la naturaleza”.
Es el alejamiento de la naturaleza lo que aletarga nuestros sentidos hasta el grado de impedirles distinguir entre lo bello y lo feo. Vivimos expuestos a un nivel de ruido tan intenso que el silencio inquieta a muchos. De igual modo, el dominante color gris del granito de las calles y del hormigón hace que olvidemos la inmensa paleta de colores que ofrece la naturaleza en esta estación primaveral. No menos desagradable es el olor de las aceras sucias por las heces de las mascotas que tienen la mala suerte de haber dado con dueños maleducados. Y qué decir de los alimentos que no saben a nada y que contaminan nuestros cuerpos con todos los componentes químicos que les echan. Alguien acostumbrado a este hábitat desnaturalizado se vuelve un ser insensible y carente de ambición espiritual, intelectual y cívica.
Volver a la naturaleza no consiste solo en pasear por el campo. Hay que hacerlo, sí, pero con todos los sentidos despiertos. Es como adentrarte en un mundo mágico lleno de luces, sombras, colores, olores y sonidos cambiantes en el interminable ciclo de los días y las estaciones. Zambullirte en este océano de sensaciones consigue elevar tu ánimo y abonar tu mundo interior haciéndolo más fértil, para que pueda crecer en él nuevos pensamientos y sueños. Muy distintas serían nuestras ciudades si sus diseñadores bebiesen de las fuentes de la naturaleza y no del pesebre del poder. Hemos pasado del diseño arquitectónico urbano del canon de la belleza griega al exclusivo criterio del máximo beneficio al menor coste posible. Las casas son cada día más pequeñas y su apariencia externa es tan estereotipada que ha dado lugar al llamado estilo internacional. Los mismos edificios podemos encontrarlos en un barrio madrileño que en uno de Thailandia. Por este motivo algunos pocos locos nos dedicamos, dentro de nuestras limitadas posibilidades, a llamar la atención sobre la necesidad de proteger y conservar nuestro patrimonio inmueble.
Edificios como el que hace unos días ha sido derribado en la calle Antioco, la conocida casa Bayton, puede que no fuese una obra maestra de la arquitectura, pero contaba con los ingredientes que hacen a un inmueble merecedor del apelativo de bello. Contaba con una escala adecuada, además de formas sencillas y proporcionadas. Resolvía muy bien una visible esquina y se nota que fue diseñada para que sus inquilinos gozaran de la espléndida luz de Ceuta. Ahora que hemos visto su interior se ha podido apreciar la amplitud de sus habitaciones, sus techos altos, su claridad y su sensación de confort. En cualquier otra ciudad civilizada este edificio hubiera sido rehabilitado y otros inquilinos hubieran disfrutado de un edificio diseñado pensando en el bienestar de sus propietarios. Pero aquí seguimos anclados en formas de acción política trasnochadas que recuerdan más a tiempos preconstitucionales que a democráticos. La ética y la política siguen dándose la espalda en Ceuta, la ignorancia preside muchas decisiones políticas y la insensibilidad artística y cultural son notorias. Hace falta una profunda revisión de los ideales sociales, económicos y políticos que rigen una sociedad ceutí adormecida y complaciente ante los desmanes de sus autoridades.
La regeneración de la política local y nacional no será posible si no viene precedida o discurre paralela a una profunda transformación de nuestro mundo interior. Necesitamos hacer un esfuerzo individual por alcanzar la totalidad y el equilibrio, hoy día desplazado hacia lo exterior y lo superficial. Tenemos por delante una ardua tarea de autodesarrollo que nunca se puede dar por logrado, pero que en el camino conforma a un ser unificado, completo y pleno. Este autodesarrollo no tendría ningún sentido si no se tradujera en una vida plena y efectiva, es decir, en acciones concretas que contribuyesen a mejorar nuestros pueblos y ciudades. El motor de la sociedad no debería ser un puñado de políticos y burócratas. Corresponde a todos y cada uno de nosotros, en función de nuestra capacidad y conocimiento, el papel de dinamizadores de la sociedad y el oficio de críticos vigilantes ante los abusos que cometen el pequeño círculo del poder.