In Memoriam, por la familia Márquez de La Rubia
Un viejo profesor me dijo un día: "no nos hacemos adultos hasta que muere nuestro padre". El pasado lunes mis hermanos y yo nos hicimos adultos. De golpe, porque la muerte nunca llega sutil, pero de forma también serena, porque todos deseábamos ya el merecido descanso para quién tanto luchó.
Se nos fue un padre, pero sobre todo se fue un ser extraordinario. Un hijo de la Guerra, un claro ejemplo de hombre hecho a si mismo, huérfano desde muy niño, que supo reconstruirse y construir a la vez aquello que la vida le negó desde su niñez: una gran familia. Y lo hizo con su mente bri-llante, con su esfuerzo permanente, con su perseverancia inusitada y sobre todo con su amor, con su inmenso amor por su compañera de toda la vida (67 años de compañía constante) y por los hijos que engendraron.
Un intelectual, lector empedernido, pintor vocacional, cerebro privilegiado, militar intachable, persona afable y entregada a los demás… pero sobre todo, un amor de hombre. Fue realmente un maravilloso regalo que Dios nos escogiera como sus hijos. Dicen que solo se valora algo cuando se pierde; no es cierto: nosotros sabíamos lo que teníamos y lo valorábamos. Tanto, que la pérdida provoca el más profundo vacío. Y nadie está preparado para eso…
Se nos fue, como del rayo, y a su tierra le trajimos para que compartiera morada provisional con los que le precedieron. Le acompañamos todos en una tarde en la que una lluvia inmisericorde y un viento huracanado evidenciaban que el cielo conocía a la perfección la tragedia que presenciaba.
Porque las condiciones del día eran terroríficas y porque el esfuerzo que había que realizar era mucho más que lo que humanamente se puede pedir a nadie, queremos agradecer efusivamente a todos los que allí estuvieron. En primer lugar a Antonio Troyano, ese profesional que antepone la hu-manidad a la burocracia y para el que las personas están muy por delante del papel y de la norma. Y con él, claro está, a sus operarios de Santa Catalina que se esforzaron en condiciones terroríficas para que el doloroso acto tuviera dignidad y pudiera ser posible. El entrañable párroco de San José quiso intermediar en el responso entre Dios y nuestro padre: ya tenía el Cielo más que acreditado.
Además, no puedo dejar de mencionar a las decenas de amigos que quisieron darnos su calor en la tarde fría y lluviosa. Nuestra familia Larios, nuestra familia Barranco, Justo, Fatima, Jesús, Susa-na, Juanma, Antonio…compañeros de despacho, compañeros de ICD, compañeros (alguno) de partido, nuestra consejera Mabel… Tantos que nos duele no ser capaces de citarlos a todos por su nombre. Disculpad y comprended nuestra torpeza. A ellos y a los que no pudieron estar fisicamente pero lo hicieron por otros medios queremos expresarles de corazón nuestro agradecimiento. Nuestra madre y los hermanos no olvidaremos este gesto.
El mundo no ha cambiado. Se nos fue, pero el vínculo permanece, el hilo no se ha cortado: él vive entre y con nosotros aunque ya no le veamos con los ojos. Ahora le escuchamos repitiendo lo que decía San Agustín: "Os espero; no estoy lejos, solo al otro lado del camino. ¿Veis? Todo está bien."
En memoria de un ser excepcional.